Un padre ha creado un hábitat especial para sus hijos en un bosque aislado, protegido por varios kilómetros de distancia de la población más cercana. Los ha enseñado a cazar y sembrar para que puedan sobrevivir sin depender de la civilización que les rodea, y que les acecha como un enemigo corrompido.

A través de un entrenamiento intensivo, como de servicio militar infantil, los ha enseñado a ser fuertes, a soportar el dolor y las privaciones. Les ha inculcado el odio al consumismo de la sociedad contemporánea, a la rigidez de las estructuras sociales, al pensamiento conformista y a la religión. Como un Robinson Crusoe que no se ha aislado por naufragio sino por convicción, el protagonista ha creado su propia sociedad de autoconsumo, donde rige como padre-cacique.

Sus hijos conforman una tribu-escuela alegremente dispuesta a escuchar sus enseñanzas y su pensamiento. Criados sin distracciones ni entretenimientos fútiles, los niños poseen conocimientos enciclopédicos, tocan instrumentos musicales y se enredan en diálogos filosóficos, la mayoría de corte político. Nunca abandonan el bosque, salvo para salir a buscar en una guagua destartalada artículos de primera necesidad que no pueden fabricar ellos mismos y que escasean en su mundo idílico de resistencia.

Aunque por el modo de vida semisilvestre de sus personajes Capitán Fantástico pudiera parecer de entrada un homenaje tardío a la cultura hippie, en realidad se trata de verificar un experimento mucho más interesante. Su intención es fabricar una sociedad familiar como modelo a pequeña escala de lo que sería un macrosistema regido por criterios fuertemente ideologizados.

Dividida en tres partes, la película narra las tres fases perfectamente diferenciadas por las que atraviesa la vida de esta sociedad a escala: primero una etapa de estabilidad, luego una de crisis y finalmente una de desintegración. Al principio, los ideales compartidos, los lazos sanguíneos y la amenaza de un enemigo externo se juntan para crear un sentimiento de unidad y pertenencia patriótica a la comunidad. Las aptitudes desarrolladas por sus hijos le dan aspecto de autosuficiencia y vigor al experimento, y, consecuentemente, de éxito.

Tras un punto de giro, comienza una fase de cuestionamientos por parte de los hijos, lo que provoca un enfrentamiento entre ellos y su padre-líder. De la etapa final no voy a hablar para no revelar nada, pues su elaboración significó probablemente el gran desafío de la película, que en definitiva no es otra cosa que eso, una película, y no un estudio político-social con fines ejemplarizantes ni nada parecido.

Capitán Fantástico pudiera verse como una versión ligera y tierna de relatos más descarnados como Un mundo feliz, 1984 o El señor de las moscas, todos venidos del mundo de la literatura, pero con sus correspondientes trascripciones cinematográficas. Aunque el deseo de instaurar sociedades nuevas y mejores sea el origen del drama de esas historias, esta película adquiere un aspecto distinto debido a la naturaleza de sus personajes. Lejos de ser el núcleo u otras cosas parecidas que se han dicho, una familia es algo totalmente distinto de una sociedad. Más bien es lo contrario. Quizás el gran mérito de este filme sea precisamente haberse movido en el punto donde se halla esa diferencia.

Precisamente gracias a esto, y a pesar de que su asunto va más allá de lo familiar, Capitán Fantástico resulta una película muy conmovedora. Y es que la idea del padre de crear para sus hijos una sociedad mejor, únicamente adquiere su verdadera trascendencia cuando este descubre que solo podrá lograrlo por la fuerza.