El momento más inquietante de Cidade dos homes —una película de gángsters, filmada en los barrios pobres de Río— es también el más contenido en términos de representación. Ace (Douglas Silva), un joven de 18 años —con todavía algo de gordura infantil— admite que está asustado y que no está preparado para cuidar de su pequeño hijo, cuando su esposa (Camila Montero) se va a buscar trabajo a Sao Paulo. Aunque el padre quiere al niño, él mismo no es más que otro niño atrapado en la piel de un hombre.
En Cidade dos Homes, la negativa de este personaje a asumir la paternidad es la regla. En el ambiente de drogas, armas y violencia de las favelas, los jóvenes que engendran hijos se niegan a reconocerlos y sus mujeres no tienen otra opción que aceptar esta situación o marcharse. Lo cual es expresión de un medio extremadamente machista y violentamente homofóbico.
Pero detrás de su apariencia brabucona, muchos de estos jóvenes sufren ellos mismos la ausencia de sus padres. El mejor amigo del protagonista, Wallance, a quien le faltan solo unos días para cumplir 18, está especialmente obsesionado con el tema de la paternidad. Al acercarse a la mayoría de edad, necesitará un carnet de identidad, en el que deberá figurar su apellido paterno. El personaje se enrolará entonces en la búsqueda de su padre.
El filme de Morelli es una pieza acompañante, aunque no estrictamente una secuela de Ciudad de Dios —el éxito internacional del cine brasileño en 2002— y su director es un antiguo colaborador de Fernando Meirelles. La nueva película, escrita por Elena Suárez, procede de una exitosa serie de la televisión brasileña, creada por el director de Ciudad de Dios, quien es ahora el productor de la versión fílmica de Cidade dos Homes.
Aunque ambas películas reflejan una misma realidad y personajes, Cidade dos homes posee una visión más sentimental y humana del anárquico ambiente de las drogas y la violencia. Ciudad de Dios mostraba una imagen casi documental de esta realidad en decadencia. En la cual la influencia de las drogas y las armas transformaba a los barrios pobres en verdaderas zonas de guerra. A medida que el armamentismo se volvía más letal descendía la edad de los guerreros. En las últimas imágenes de la película, los bandos opuestos son pandillas de niños que se abaten unos a otro con las armas, cual juguetes letales.
Mientras que Ciudad de Dios tenía la apariencia implacable de un filme veritè filmado cámara en mano, Cidade dos Homes es un melodrama convencionalmente estructurado. El nihilismo de la primera película fue tan extremo que esta nueva película expresa que la cultura de la violencia no es verdad tan extrema. En un medio social en que las alianzas cambian continuamente y las personas se disparan por la espalda, la amistad es riesgosa, pero no imposible. Como en Ciudad de Dios, la historia nos conduce al enfrentamiento de las bandas, las escenas de batallas muestran hordas de jóvenes armados que, como un enjambre de langostas, inundan las terrazas de las colinas de Río. Los dos amigos protagonistas se encontrarán sorpresivamente en bandos opuestos.
Wallace finalmente encuentra a su padre, quien acaba de cumplir 15 años de una condena de 20 por asesinato. Pero la suspicacia del padre ante el acercamiento del hijo demuestra que es demasiado tarde para reconstruir lazos tan efémeros. La figura del padre, apenas un treintañero él mismo, transpira un sentimiento de derrota. El fragor de los combates juveniles ha terminado en fatiga y desesperación. Si su hijo sobrevive, probablemente seguirá el mismo camino.
La idea de que los pecados y faltas de los padres se transmiten a sus hijos resulta demasiado frágil para una película que cierra con un alto en la amistad de Ace y Wallance. Una situación que reproduce la relación de sus respectivos padres dos décadas atrás. En una sociedad violenta, donde los hijos sin padres buscan modelos paternales, los glamorosos forajidos llenan este vacío.