Desde el éxito de El Clan, las dramatizaciones de casos policiales acontecidos en nuestro país han experimentado un resurgimiento. El destino ha querido que los productores de aquella película y los realizadores de su contraparte televisiva hayan unido fuerzas para contar en El Ángel otra historia de los anales de la crónica policial argentina.
El Ángel cuenta la historia de Carlos Robledo Puch, un joven que entre 1971 y 1972 participó en sendos asaltos y perpetró aún más asesinatos. La película pone el acento en sus inicios delictivos junto a un amigo que conoce en el colegio industrial, y luego se enfoca en todo su extenso derrotero hasta su arresto.
A nivel guion es necesario entender dos cosas importantes sobre El Ángel: no tiene exactitud histórica ni la pretende, y no es un policial aunque goce de los elementos del género. Es estrictamente una narración desde el punto de vista de las inquietudes e instintos básicos de un enloquecido adolescente que no tiene conciencia de sus acciones. Una elección que resulta en una severa reducción (y en muchos casos omisión) de los elementos sórdidos del caso real, que son al fin y al cabo la razón por la cual un espectador puede apostar a esta historia.
Ninguna de estas propuestas es 100% fiel a los hechos reales. Es una dramatización. Eso la película lo sabe y el espectador lo acepta. Pero tomarse licencia de los hechos no implica hacerlo de los principios narrativos. Aunque se percibe una progresión paulatina en la trama romántica (cargada de un intenso homoerotismo), el elemento policial, por su escasez deliberada, no provee un marco de riesgo sostenido sino hasta el tramo final del film, por una necesidad de resolución más que otra cosa.
Si vas a contar el punto de vista de un personaje, sus emociones y su mirada de niño, pero por una cuestión de contexto tenés que abrazar ciertas convenciones del género policial, es crucial la elección de lo primero que le veamos hacer u oigamos decir al protagonista. Es la declaración de principios de la película. Es el contrato que esta le firma al espectador. Si lo primero que le escuchamos decir es “Yo no creo en esto es tuyo y esto es mío” por más que bailes El extraño de pelo largo la declaración está hecha y lo que el espectador espera es eso: la vida de un criminal, un policial que -a juzgar por cómo abarca su desarrollo- no es a lo que apunta El Ángel desde su corazón.
La película se concentra en lo mínimo indispensable de la vida criminal de Carlos Robledo Puch e indaga por otros lados, valiéndose de un tono que a menudo bordea el grotesco (y en no pocas ocasiones lo kitsch) para relatar la dramatización de su vida.
En materia actoral, el desempeño del reparto es más que eficiente: Daniel Fanego, Mercedes Morán y Cecilia Roth dan todo lo que se espera de ellos. El chileno Luis Gnecco, aparte de entregar una performance digna, adopta muy bien el acento argentino. Chino Darín hace un avance meritorio respecto de sus anteriores trabajos y Lorenzo Ferro, que ostenta el protagónico, realiza en su debut una notable performance que de seguro lo pondrá en el mapa. Nada mal para un intérprete sin experiencia previa hasta este trabajo.
Por el costado técnico tenemos una elaborada labor de dirección de arte que ostenta gran personalidad. No se limita solo a realizar una reconstrucción de época precisa, sino que se esmera en que los colores sean únicos de ese mundo, únicos a esos personajes. Observaciones que también aplican a la propuesta fotográfica.