La gran apuesta comercial del año para el cine argentino es esta transposición de la novela de Eduardo Sacheri (también coautor del guion) rodada por el director de Un cuento chino y con un elenco tan lleno de figuras que no se veía desde Relatos salvajes. Con la crisis económica de 2001 y el Corralito como trasfondo, esta tragicomedia de tono épico con ciertos elementos de género (la preparación de un robo) y con climas que remiten a las películas de Héctor Olivera sobre relatos de Osvaldo Soriano busca la identificación del espectador a partir de una visión bastante tranquilizadora a la hora de explorar cuestiones como el ojo por ojo. Tiempo de revancha.
Una novela popular y prestigiosa como La noche de la usina (premio Alfaguara 2016) escrita por el mismo autor de El secreto de sus ojos (Eduardo Sacheri), un director con un par de éxitos a cuesta como Sebastián Borensztein (Un cuento chino, Kóblic), los Darín padre e hijo como coprotagonistas y coproductores con su flamante compañía Kenya acompañados por un elenco amplio y pletórico de figuras (Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Rita Cortese y el colombiano Andrés Parra) y el aporte no menor de K&S Films, la hacedora de los principales sucesos comerciales del cine argentino de los últimos años (Relatos salvajes, El clan, El Ángel): atractivos y argumentos de marketing, por lo tanto, no le faltan a esta tragicomedia sobre la épica de unos perdedores en busca de revancha en plena crisis de 2001-2002.
La historia apuesta a una idea siempre controvertida dentro de la agenda pública (la venganza por mano propia), pero lo hace con tantas salvedades y justificaciones que la premisa no solo no resulta demasiado inquietante sino que busca (y por momentos consigue) la empatía y hasta la identificación del espectador. Al fin de cuentas, si los malos son tan despiadados y crueles (ahí están el inescrupuloso gerente del banco o el caricaturesco Manzi de Andrés Parra), cómo no convencernos de que el ojo por ojo es, efectivamente, lo que corresponde.
Como en toda película coral, La odisea de los giles tiene un protagonismo repartido y, de manera inevitable, personajes bastante más desarrollados y con más matices que otros. Los líderes que intentan conformar una cooperativa agrícola y reabrir un centro cerealero en tiempos de crisis son un ex jugador de fútbol llamado Fermín Perlassi (Ricardo Darín) y el “anarco” Antonio Fontana (Brandoni), quienes van convenciendo a los vecinos de muy distintas condiciones sociales y formaciones culturales de aportar lo poco o mucho que tienen. Tras juntar, billete sobre billete, los 300.000 dólares necesarios para el emprendimiento... son víctimas del accionar del capitalismo salvaje (la estafa de unos individuos dominados por la codicia y la de un gobierno que implantó el Corralito). Lo único que les quedará, entonces, es la mencionada venganza, que Borensztein trabaja con más humor que suspenso, con más apuesta a la camaradería que a los elementos del cine de género.
Hay varios personajes (el Belaúnde de Daniel Aráoz, dos hallazgos de casting como los hermanos Gómez de Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz y -sobre todo- el Medina de Carlos Belloso) que están al borde del patetismo pueblerino a-lo-hermanos Coen (el reirse más “de” que “con”) y, en ese y otros sentidos, La odisea de los giles remite también a películas de Héctor Olviera como No habrá más penas ni olvido y Una sombra ya pronto serás (Sacheri es en varios aspectos una suerte de continuador del universo de Osvaldo Soriano).
Hay momentos de tragedia que no conviene spoilear, algunos conflictos trabajados sin demasiada profundidad (la relación madre-hijo entre la Carmen Lorgio de Rita Cortese y el Hernán de Marco Antonio Caponi; otra padre-hijo entre los Perlassi de Ricardo y Chino Darín) y un desenlace bastante convincente, pero que quizás tarda demasiado en cristalizarse.
Lo mejor del film tiene que ver con el nivel de producción (se rodó en locaciones reales de Baradero-Alsina-Lobos), de casting (el despliegue de figuras ya desde el afiche recuerda a Relatos salvajes), de dirección de arte (el gran Daniel Gimelberg) y de fotografía (Rodrigo Pulpeiro). En cambio, la utilización de grandes éxitos del rock nacional de Divididos (El burrito), Babasónicos (Desfachatados), Serú Girán (No llores por mí, Argentina), Los Auténticos Decadentes (Los Piratas) y Luis Alberto Spinetta (Cheques), entre otros, resulta por momentos un poco torpe y subrayada (letras que "coinciden" con las moralejas de la trama).
En cuanto al resultado dramático general, se trata de una épica en el fondo bastante amena y tranquilizadora (algunos se atrevieron a hacer incluso especulaciones políticas al definirla como una película que busca saltar y trascender la grieta en tiempos electorales), con una impronta demasiado masculina más allá de los intentos de dotar de algo de carnadura a los personajes de Verónica Llinás, Rita Cortese y Ailín Zaninovich; y con solo algunas escenas que funcionan en toda la intensidad y dimensión emocional buscada.
Con los argumentos citados en el primer párrafo y un lanzamiento récord para el cine argentino en más de 400 salas es probable que a La odisea de los giles le alcance para convertirse en un éxito en el mercado local. Fuera de los límites de la Argentina habrá que ver primero si se entienden los alcances del Corralito y luego si genera en el público el mismo efecto de ofuscación y búsqueda de reparación que persiguen los 9 (anti)héroes (a.k.a. giles) de este relato salvaje.