Con Bárbara (2017), su opera prima, Pedro Antonio Gutiérrez había dejado en el aire una sensación de cierta renovación dentro del cine oriental. Llámesele así a aquellas películas que provienen no sólo de Santa Cruz sino de otras latitudes de la extensa geografía boliviana. Ya El río (Juan Pablo Richter, 2018) se había acercado a la pampa beniana, y con esto a toda una idiosincrasia pocas veces vista en la pantalla grande. Gutiérrez esta vez da un paso más allá e intenta hacer una película de época proponiendo un western.

Santa Clara (2019) es una película que confirma el talento de su director. En código de western, con un sólido guion, esta es la historia de un hombre que se sabe perseguido por haber cometido un crimen años atrás. Santiago (Cristian Mercado) es ahora un arriero, a él llegan para ofrecerle un trabajo especial, llevar dos mil cabezas de ganado de una hacienda a otra antes de que empiece la época de lluvia. Santiago duda, se preocupa, sabe que necesita el dinero y se arriesga. El personaje gana complejidad en estos momentos de incertidumbre, Santiago crece cuando le gana el miedo, por eso deja de ser importante el cómo habla o el qué dice, porque Mercado consigue con una mirada, o con un sencillo gesto transmitir la tensión del momento.

Siendo un país con potencial ganadero no deja de llamar la atención la ausencia de imágenes y ficciones sobre esto. La Cordillera nos ha dividido, nos ha separado, estos intentos por mostrar otras realidades permiten confirmar la importancia del cine en la construcción de los imaginarios nacionales. Así como John Ford le dio sentido al lejano oeste, o Glauber Rocha le puso imágenes al sertao, (aunque parezca un exceso) Gutiérrez crea un nuevo lugar dentro de la cinematografía boliviana, le asigna valores, le construye personajes. Con la fotografía que se destaca y el montaje que marca con precisión el sentido a la obra, Santa Clara es una película que se gana su propio lugar en lo más destacado del año pasado dentro del cine nacional.