Qué reconfortante es ver cine latinoamericano a pesar de que, como en el caso de Todos os Mortos, fsus valores de producción no estén a la altura de países más privilegiados en lo económico. Qué reconfortante es ver que, notándose las dificultades narrativas que enfrentaron los directores Marco Dutra y Caetano Gotardo, el “cómo se cuenta” sea tan importante o más que “lo que se cuenta”.
En el Brasil de la Independencia de Portugal, a fines de siglo XIX comienza todo. Una familia acaudalada pierde con la separación de Europa todos sus privilegios. Desde ese momento la película se transforma en una especie de pequeña oda a la poesía combativa, a la multiculturalidad de Brasil, en un análisis muy crítico de sus clases privilegiadas y en una respuesta frontal pero casi surrealista y de hartazgo al regreso de la derecha al Brasil de nuestros años.
Todos OS Morros es difícil. Su mezcla de tiempos, de espacios, de vida, de muerte, de historias que se cruzan para diseccionar a las clases acomodadas con una inteligencia brutal, burlándose de lo que ellos creen señales de una supuesta superioridad, todo eso es complicado, enredado incluso (esos son los problemas a los que se enfrentan sus directores). Pero el resultado es inspirador, distinto y muy cercano a esos muertos sin entierro de la historia de su país y de muchos otros, a los esclavos y sirvientes que dieron sudor y lágrimas para que el mundo como lo conocemos ahora se construyera.
La película ahí se vuelve incluso revolucionaria, propositiva y rescata un sentimiento de rebeldía que hoy es necesario en el mundo, especialmente en Brasil.
En Todos os Mortos todo está escondido, incluso su ritmo. Pero al acompañar a sus directores en la narración y al dejarlos llegar al final, habrá no una sino muchas gratas sorpresas. Una ave rara, una improbabilidad, pero un éxito moderado más en la competición de la Berlinale 2020.