“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Rozar el clisé y quedar indemne
    Por Tomás Binder

    El nuevo cine argentino, se sabe, es un concepto bastante difuso. De hecho da la impresión de que nadie sabe demasiado bien lo que fue, aunque hay sin embargo una mínima certeza: se trató de un grupo cineastas más o menos personales a contrapelo de un cine nacional estancado en unos pocos nombres detrás de cámara y unas pocas (poquísimas) caras delante de ella. Y, claro, los rasgos distintivos (hasta entonces poco comunes en nuestro cine) de la modernidad. Ante todo, surgía la determinación y la libertad para innovar en la llanura. Ahora, cuando muchos realizadores primerizos pueden ensalzarse en un modernismo de fórmula tratando de emular lo que surgió entonces, los grandes nombres de aquellos años "enganchan en el área" e imponen la convivencia de clasicismo y modernidad. Como Caetano con Un oso rojo, Trapero enseña que no sólo de personajes solitarios y escenas sin diálogos se hace el cine verdadero. Lo hace con una película que despliega un manojo de líneas narrativas y personajes no del todo clásicos ni modernos, pero más lo primero que lo segundo: Familia rodante no tiene el sello clásico de Un oso rojo pero pega en el palo. Con su tercer largometraje, el director de Mundo grúa y El bonaerense vuelve a innovar, vuelve a cambiar. No mucho, pero suficiente.

    Si sus dos primeros relatos se centraban en un personaje excluyente –a cuyo oficio remitían los títulos respectivos–, en su nueva entrega Trapero impone el eje narrativo también desde el título, que ya no es individual sino grupal. Si sus dos primeros relatos presentaban el deambular episódico de personajes fragmentados, el film en cuestión nos presenta una acción singular, lineal y aglutinante de personajes bastante transparentes. Si en sus antecedentes se asomaban sentimientos opacos, en Familia rodante Trapero expone acciones concretas, sentimientos concretos. Lo hace sin vergüenzas.

    Ya no están más las tensiones latentes de Rulo o Zapa (Mundo Grúa, El bonaerense), reemplazadas ahora por un entramado coral de personalidades palpables, delineadas en pocos gestos, en pocas acciones: los personajes y las situaciones fluyen con un realismo que respira durante toda la película y mediante diálogos que nunca abandonan su verdad. Los consejos de la abuela Emilia a su nieta en una estación de servicio, la charla entre quinceañeras enemistadas, el acercamiento sexual de dos adolescentes, un abrazo de madre e hija en el clímax del viaje: Trapero hace el juego siempre genial de rozar el clisé y quedar indemne; en el camino emociona con personajes de carne y hueso. Es que los clisés –esos que aburren– no yacen en el contenido sino en las formas de expresarlo. Es en la forma que se le debe dar vida a un contenido automatizado, a una acción que puede tornarse de manual; es también en la forma que las cosas se pueden volver reiterativas. Y esto último no pasa en Familia rodante.

    Trapero elige primeros planos y planos detalles para contar en tal escala la cerrada convivencia de un conjunto de personas. En su película la cámara parece espiar en todo momento acciones que –también– parecen precederla: la cámara en mano que rige el relato observa desde cerca situaciones y detalles que se conjugan en tiempo presente y transpiran universalidad. El director de Mundo Grúa logra nuevamente ir de la precisión de lo individual al ámbito en que los gestos se vuelven reconocibles; ahí está el gran momento en que Gustavo (uno de los adolescentes) le pregunta a Nadia (su partenaire) por qué lo quiere. Es que gran parte de la realidad del film yace en la espontaneidad de sus actuaciones, en especial las del puñado de intérpretes adolescentes. Trapero confirma que no se equivoca en su elección de actores no profesionales y afirma su capacidad para dirigirlos.

    A la única tensión protagónica se opone entonces una red que se tensa con la dinámica de sus partes, con la interacción de una familia en movimiento. Lo que cuenta Familia rodante es un viaje, un devenir colectivo; sus historias parecen expresarse en el minimalismo de los cableados que ve pasar la Viking: las imágenes de cables que se unen y bifurcan parecen manifestar la relación dialéctica entre unas partes que se componen en un todo y un todo que se descompone en ellas. Trapero decide mostrarnos el afuera, los paisajes, no mediante subjetivas hegemónicas sino desde una visión despersonalizada que bien podría ser la del vehículo en cuestión, la del propio viaje. El realizador cree en el grupo y en él halla un centro: si la película es viaje y el viaje es tiempo, la abuela Emilia es el tiempo en Familia rodante. Es ella quien empuja al viaje, es ella quien unifica el tema y cohesiona las partes ("hay buena onda con la abuela", nos dice la nieta porrera), con su soledad comienza el relato y con sus pensamientos terminamos de verlo: los planos iniciales se proyectan al pasado en fotos amarillentas que nos resultan esquivas, el último nos proyecta a un futuro también difuso pero con la impronta del viaje, del cambio. La abuela mira pasado y futuro y se constituye en el presente del viaje; Trapero cree en el devenir, en el presente como cambio. Para contarlo eligió (¿qué más claro?) una road movie.

    Al director le interesa –lo afirmó en una entrevista reciente– la confusión entre ficción y realidad, "que parezca que acá nadie filmó nada, nadie puso la cámara, nadie escribió un guión y no hay actores". Esta óptica clásica no se veía tan manifiestamente en sus dos primeras películas y aparece en un film que se expone sin pudores como rabiosamente personal. Pero el cine de Trapero nunca erró el blanco: hace no demasiado tiempo, en una estación de subte porteña, choqué imprevistamente con Jorge Román, protagonista de El bonaerense. Sin haber tenido contacto reciente con esta película, lo saludé espontáneamente; al hacerlo lo llamé Zapa. Intuitiva y sorpresivamente vi realidad en la ficción de El bonaerense (o ficción en la realidad de la línea B), llamé al actor con el nombre del personaje tal como si lo hubiese conocido hace rato. Hoy no me sorprendería tanto –para alegría de Trapero, para emoción personal– saludar de esa manera a alguna de las personas que habitan la Viking de Familia rodante.

    El nuevo cine argentino innovó en su momento, trajo aire fresco a un cine nacional que no iba hacia ninguna parte. En estas épocas la situación es bien diferente; la producción sólo aumenta y hay cine argentino para paladares diversos. Que uno de los primeros en innovar vuelva a aportar novedades hace que la cosa sea todavía más feliz. Hace pensar que la cuestión va a seguir andando.

     


    (Fuente: cineismo.com)


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