“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • El nido vacio, de Daniel Burman: La familia como un juego de espejos
    Por Horacio Bernades

    Tercer giro del ciclo que Daniel Burman inició en 2004 con El abrazo partido y continuó dos años más tarde con Derecho de familia, El nido vacío completa un círculo que va del hijo al padre y del padre al hijo. El abrazo partido narraba la necesidad de un joven por recuperar a su padre; en Derecho de familia el personaje se veía apremiado entre su condición de hijo y la recién estrenada de progenitor, y ahora El nido vacío se centra en las fantasías paternas por la pérdida de los hijos. Con lo cual, como corresponde a todo ciclo, el fin remite al principio.

    A lo largo de esta saga, Burman (Buenos Aires, 1973) se adentró en la treintena, proyectando sus propias experiencias, sueños y temores en sus héroes de ficción. Juego de proyecciones que El nido vacío parecería multiplicar al infinito, como esos espejos que se reflejan entre sí. El opus 6 de Burman lo presenta como hombre de 35, que imagina a uno de 50 y pico, que se imagina a su vez unos diez años más tarde. En otras palabras, Burman al cubo.

    En tanto juego de espejos, El nido vacío funciona en base a una serie de reflejos y refracciones. Muchas de ellas son oblicuas, torcidas, engañosas. Una muchacha de aspecto fantasmal, de la que el protagonista se queda prendado en la primera escena (Eugenia Capizzano), reaparecerá unas escenas más adelante, cuando el hombre vaya al consultorio de su dentista. La coincidencia podría parecer chapucería de guión, pero tal vez se trate de un aviso al espectador. Un circunstancial compañero de mesa (el infalible Arturo Goetz) aparece también en esa escena inicial, y a partir de ese momento volverá a hacerlo, cada vez que el protagonista lo necesite. Es como si fuera la versión científica (el hombre es neurólogo, especializado en una extraña clase de construcciones cerebrales fantasiosas) de un ángel guardián.

    Convendrá prestar atención también al brusco salto de tiempo que lleva de la secuencia inicial a la siguiente. Ciertas referencias al paso serán retomadas más tarde, como en un sistema de ecos (el guión, para el que Burman contó con la colaboración de su otro yo Daniel Hendler, no deja un solo cabo sin atar) y datos estrafalarios (el apellido de la odontóloga es Eñe, un seguimiento en el shopping Abasto deriva sin previo aviso en número musical, el neurólogo aparecerá súbitamente a orillas del Mar Muerto) resultan parte indisoluble de la lógica que sustenta la película y que termina de develarse sólo al final. La anécdota del film presenta a un Oscar Martínez frágil, cálido, irónico y maniático, en el papel de Leonardo, dramaturgo famoso a quien en la escena inicial los amigos de su mujer acribillan a fotos y comentarios zonzos. “¿Tu nueva obra es autobiográfica?”, pregunta estúpidamente uno de ellos, burlona referencia a lo que suele especularse sobre las propias películas de Burman.

    Pero, claro, cómo no hacer esa pregunta en relación con El nido vacío, cuando la profesión del protagonista se parece tanto a la del realizador. Sobre el final, su propio yerno pregunta lo mismo, después de que Leonardo le confesara que su nuevo libro es sobre un hombre casado que intenta reparar errores de su matrimonio. Leonardo contesta que su nueva obra no tiene nada de autobiográfica, pero resulta imposible no sospechar lo contrario. Con Los secretos de Harry como referente indisimulado, todo el piso se mueve bajo los pies de Leonardo. El hombre atraviesa un bloqueo creativo (o eso parece), los hijos (la hija, sobre todo) se le fueron de la casa, no sabe si seguir escribiendo teatro o probar en publicidad y, last but not least, su esposa Martha (desacartonada Cecilia Roth) acaba de retomar sus estudios de sociología, treinta años después de haberlos abandonado. Ahora luce más linda, más fresca, más joven que nunca. Para incentivar la persecuta de Leonardo, éste encuentra en algún estante cierto disco que un viejo amigovio (Jean Pierre Noher, autoparodiando su eterno rol de donjuán) le regaló a Martha y que contiene un tema dedicado a ella.

    Como de costumbre en el planeta Burman, El nido vacío fluye con gracia irresistible, volviendo a exhibir esa facilidad que tiene el realizador para transmitir la sensación de que le habla al espectador de lo que le pasa. De lo que les pasa, a Burman y al espectador. ¿Reiteración facilista de fórmulas probadas y recontraprobadas? En lo más mínimo. Así como en El abrazo partido experimentaba hasta dónde se puede filmar cámara en mano y en Derecho de familia investigaba la cuestión del punto de vista, en esta ocasión Burman filma escenas enteras en unos primeros planos que demuestran hasta qué punto quiere meterse (o está metido) dentro mismo del protagonista. Salta de escena en escena, mediante elipsis que obligarán a trabajar al espectador. Para no hablar de la estructura entera de la película, que la convierte en un verdadero viaje al interior de un cerebro. Con lo cual se confirma que el más mainstream de los graduados de Historias breves es tal vez el más sincero de todos y también el más experimental, redondeando una paradoja de la cual es posible que ambos cines argentinos –el independiente y el industrial– tengan mucho que aprender.

     


    (Fuente: Pagina 12)


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