“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA
  • Miguel Littin, que vive en Palmilla (Sexta Región) durante parte del año, está escribiendo dos nuevos guiones fílmicos. Foto: Christian Iglesias


    Miguel Littin: “En mi última novela el personaje vive encerrado en casa: dicen que me adelanté a la cuarentena”
    Por Rodrigo González

    El director de El Chacal de Nahueltoro y Allende en su Laberinto conversa con La Tercera PM sobre sus inminentes memorias y acerca de su tercera novela Los Susurros de la Ausencia, la historia de un personaje que se recluye en su hogar.

    Todos los veranos la brújula del cineasta chileno Miguel Littin enfila 139 kilómetros hacia el suroeste de Santiago y se posa en la localidad de Palmilla. Fue alcalde de la pequeña ciudad entre 1992 y 1994 y de nuevo entre 1996 y 2000. La conoce al dedillo, porque en realidad nunca se fue totalmente de ahí: nació en aquella comunidad de la provincia de Colchagua en 1942 y de alguna manera aquel clima anímico rural siempre ha anidado en alguna parte de su cine.

    La última película del autor de El chacal de Nahueltoro fue Allende en su laberinto, en el 2014, y desde entonces ha trabajado bastante en dos guiones de los que no quiere revelar nada, pero también en creaciones narrativas que lo tienen en modo de espera. La más cercana es su nueva novela, que por diversas razones ha postergado su lanzamiento. Las más lejanas, pero tampoco demasiado, son sus memorias.

    A la espera de tiempos mejores para la publicación, conversa con La Tercera PM.

    ¿Dónde está en este momento?

    Ahora me encuentro en mi casa, en la localidad de Palmilla. Es una casa grande, con muchos árboles y justamente a veces me entretengo viendo pasar la luz por el follaje en esta época del año, cuando hay una iluminación de otoño tan característica y bonita.

    ¿Y qué más está haciendo?

    He estado trabajando con el famoso programa zoom haciendo clases remotas desde mi casa a los alumnos del Instituto de Altos Estudios Audiovisuales de la Universidad de O’Higgins. Es algo complicado, pero se puede. Pero antes que nada escribo mis memorias, que espero puedan ser publicadas el próximo año. Además tenía lista mi nueva novela (antes publicó El bandido de los ojos transparentes y El viajero de las cuatro estaciones). Iba a salir publicada en abril, pero por razones obvias ya no podrá estar a la venta. La tengo aquí en mis manos, recién salida de imprenta. Es como un hijo que no puedo mostrar.

    ¿Tanto así?

    Es que la he debido posponer dos veces. Primero fue en enero, pero por el estallido social no podíamos publicar en realidad. Y ahora, justo antes de esta epidemia, había retomado el hilo para poder lanzarla definitivamente el 26 de abril. Pero ya no se podrá. Finalmente quizás la opción sea publicarla en forma online.

    ¿Cómo se llama y de qué trata?

    Se llama Los murmullos de la ausencia y sale por la editorial Universidad de Talca. Es la historia de un hombre que se ha autoexiliado del mundo y vive encerrado en su casa en Palmilla. Un día llega un visitante y lo obliga a mirar por la ventana, a salir de ahí, casi a la fuerza. En el fondo son dos historias: la de un tipo recluido en su vida interior y entre cuatro paredes y la de alguien que ha dado la vuelta total al mundo hasta encontrar su identidad más profunda.

    ¿Lo del tipo encerrado es algo premonitorio no?

    Eso me estaban diciendo unos amigos el otro día. Que en mi novela me había adelantado a todo lo que está pasando ahora.

    ¿Por qué tiene aquel título, lo de los “ausentes”?

    Porque hablo de eso. El hombre que está en la casa es solitario: no tiene a nadie, lo único que escucha son murmullos y voces de los que ya se fueron, de los ausentes. Es una novela muy experimental. Puede ser un puzzle, se puede leer de muchas formas, buscando las claves. O si quieren, no se lee no más. Estuve como 10 años escribiéndola, incluyendo el período del terremoto del 2010 cuando se cayó parte de la casa en Palmilla.

    ¿Cuándo espera lanzar sus memorias?

    Ojalá a fin de año o a principios del próximo. Hay tantas cosas que contar. Solamente los años profesionales ocupan muchas páginas, desde mi experiencia como director de programas en el canal 9 en los años 60 hasta cuando conocí a muchos cineastas e intelectuales que he admirado en mi vida.

    ¿Qué anécdotas hay?

    De todo. Desde lo más mínimo a lo más importante. Cosas como la puntualidad, por ejemplo. Tuve que trabajar con gente como Alejo Carpentier (de quien llevó al cine su novela El recurso de método en 1978). Si él me citaba a las siete de la mañana en su departamento en París, tenía que ser exactamente a las siete de la mañana. Es más, era como si estuviera esperando detrás de la puerta: yo tocaba el timbre y aparecía. Lo mismo pasaba con Gabriel García Márquez, caribeño, pero de puntualidad inglesa. O Miklós Jancsó (ganador del premio a Mejor Director en 1972), el gran cineasta húngaro: hasta llegaba a ser insoportable porque aparecía diez minutos antes. Pero era un gran personaje. Lo conocí en 1976, cuando ambos competimos en Cannes (Littin con Actas de Marusia y Jancsó por Vicios privados, virtudes públicas). Se trata de personajes que lograron crear ese tipo de obras, porque entre otras cosas fueron muy rigurosos. Ocuparon cada minuto de su tiempo.

    ¿A quién más conoció?

    A Andrei Tarkovsky y a Akira Kurosawa, por ejemplo. Al primero lo visité en Moscú en 1971, mientras filmaba Solaris, su película de ciencia ficción. Yo ya había visto La infancia de Iván y Andrei Rublev y hay algo en su religiosidad ortodoxa que me llegó mucho, que me traspasó la piel. Después hacía las conexiones y tal vez tenía que ver con que por mi lado materno, mis abuelos eran griegos ortodoxos. En el rodaje de la película me llamó la atención de que todo el set era en gran parte de madera, incluida la nave espacial, pero a la hora de verla en la pantalla grande parecía todo de metal. Para mí parecía un barco, pero no sé como lo hizo Tarkovsky para que luciera de otra forma en el cine. También conocí a Roman Polanski, aunque lo único que me preguntó es si en Chile había buenos lugares para esquiar. Pensaba que yo esquiaba, quizás creía que todos los chilenos nacen con uno bajo el brazo. Quería venir a la cordillera. Parece que vino igual, en la época de Pinochet. Pero no sé si me refiera a ese episodio en mis memorias. No es muy importante, después de todo.

    ¿Nunca más habló con Nelson Villagra, el actor de gran parte de sus películas, desde El chacal de Nahueltoro hasta Tierra del Fuego?

    No, nunca más. Nos peleamos. Tenía un amigo que se llamaba así

    ¿Cómo se llamaba?

    Así como dice usted. (Se ríe).

    ¿Pero lo incluirá en sus memorias?

    Sí. Fue un actor extraordinario en mis películas. Estoy agradecido de la vida. Yo no voy a hablar mal de nadie. Son memorias en buena onda. Lo que sí es complicado es establecer una relación coherente entre lo que uno quiere escribir o desea filmar y lo que finalmente quedará.

    ¿A qué se refiere?

    A que uno a veces se da cuenta en el último momento de que algo no está bien: saca páginas o recorta la película. Es lo que pasó con El chacal de Nahueltoro, a la que le quité el último rollo en plena proyección de estreno en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1969. Originalmente el filme seguía unos 7 u 8 minutos más después de que fusilaban a Jorge del Carmen Valenzuela, con el entierro del personaje. Pero yo decidí de que acabara tras el fusilamiento y fueran a botar ese rollo. Creo que lo mejor era así y que el público quedara con la angustia de ese momento.


    (Fuente: latercera)


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