“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Los lobos, honesta ternura
    Por Carlos Jesús González

    Nadie podría negar que el México actual está rebasado por la violencia. Es una mancha voraz e insaciable que planea sobre nosotros con perseverante saña, de tal modo que impregna no sólo a los discursos sociales, periodísticos o políticos, sino también a un sinnúmero de manifestaciones artísticas. Ante dicho escenario, el que alguien describa a la ternura como acto subversivo y, a la vez, afirme que la esperanza se ha transformado en una suerte de nueva “manifestación punk” debería de inocularnos siquiera de cierta actitud reflexiva. Palabras más, palabras menos, esto es lo que el director Samuel Kishi ha dicho con relación a su segunda película, "Los lobos".

    La película "Los lobos" finalmente se estrena en México luego de circular por más de un año por infinidad de festivales -en donde ha sido bien recibido por la crítica y el público- y aguardar, como tantas cintas más, a que las facultades nocivas del Coronavirus perdiesen fuelle. En todo caso, las declaraciones de Kishi -en sí mismas, capaces de conformar aquello que en inglés calificaríamos de statement– concuerdan a la perfección con el tipo de relato que ha llevado a la pantalla.

    Dicho de otra manera, la historia de una joven madre (Lucía, encarnada con compasión y extraordinario equilibrio por Martha Reyes Arias) que emigra a los Estados Unidos en compañía de sus dos hijos (los debutantes Maximiliano y Leonardo Nájar, ambos soberbios) en busca de una nueva vida, contaría con los elementos básicos para cocinar esa sopa que ya conocemos todos y en la que nunca sale nada bien: ¿cómo si encima los niños tienen que quedarse solos en un departamento pequeñísimo y mal ventilado mientras su mamá va a trabajar para asegurarles la subsistencia?

    Kishi, sin embargo, se las arregla para que la predisposición que poseemos hacia la tragedia y el horror, labrada ante todo a partir de la sobreexplotación que se ha hecho de los elementos más sórdidos de la realidad circundante, se desdibuje poco a poco, hasta que por fin entendemos que su narración va completamente en otra dirección. La justificación para ello la encuentra, para empezar, en su propia biografía, ya que tanto él como su hermano (Kenji Kishi, asimismo encargado de la música del filme) pasarían por algo similar durante su infancia, incluyendo, por supuesto, el hecho de contar con una grabadora de audio como un elemento imprescindible en su contacto con el mundo exterior y con el imparable transcurrir del tiempo.


    Tal información, proporcionada sin complejos por el director tapatío en varias entrevistas, ineludiblemente nos empuja a pensar en aquello que su hermano y él son ahora, en lo que, digamos, se convirtieron tan pronto alcanzaron la adultez. Este ejercicio, pese a su gran singularidad, funciona no tanto de spoiler -uno que encima ha trascendido al plano físico- como podría pensarse, sino a manera de refuerzo de los planteamientos esbozados en Los Lobos, planteamientos que, como ya se ha anunciado, están más emparentados con la empatía, el aprendizaje y la capacidad de comprensión humanos que con las tendencias destructivas del mexicano -y, en general, de la raza humana- que en tantas y tantas ocasiones ha retratado la cinematografía nacional.

    Si bien esto ya podría considerarse todo un logro, añadamos además la soltura con la que Kishi se desenvuelve en su oficio, hecho que puede observarse tanto en la naturalidad que exudan sus actores en escena como en la cuidadosa manera en la que teje cada encuadre. Incluso se da el lujo de jugar con componentes delicados, como lo son el cruce de géneros o la combinación de diferentes técnicas, pero uno y otra son dispuestos con tal cuidado sin que en ningún momento se le asomen las costuras al conjunto. Se nota que, por encima quizá de cualquier otra cosa, Los Lobos está realizada con honestidad y mucho corazón, lo que la hace una película no sólo eximida de falsas pretensiones, sino también necesaria.

    (Fuente: Cinepremiere.com.mx)


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