Excelente año para la cosecha argentina en el Festival de San Sebastián, como en ‘Las Mil y Una’, el cine del país, centrado durante mucho tiempo en su capital y alrededores, se desplaza hacia el Norte: Corrientes o Entre Ríos. Eduardo Crespo ha escogido su pueblo natal, que coincide con su apellido, para convertirlo en uno más de los protagonistas de ‘Nosotros nunca moriremos’, una historia, tan bien escrita como realizada.
Un pájaro encerrado en una jaula en un majestuoso bosque. Esta imagen podría definir, a la perfección el cine de Eduardo Crespo (o el fructífero tándem creativo que se ha establecido los últimos años con Santiago Loza), y con ella casi abre su última película. Situaciones inesperadas que pueden rozar lo fantástico o sobrepasar la cotidianeidad de sus protagonistas, una fotografía meticulosa y cuidada, road-movies existencialistas que crean conciencias o definen personalidades y una pléyade de intérpretes impecables.
La repentina muerte de un joven de 22 años no es un hecho frecuente. Esta situación tan inhabitual es para su madre y hermano, que regresan al pequeño pueblecito que habitaba para reconocer el cadáver y ocuparse de su sepelio, una verdadera conmoción física y sentimental. Las ansias de descubrir las causas del fallecimiento permiten al espectador ir conociendo su vida pasada, en paralelo al afluente de recuerdos que afloran entre sus familiares. Este melancólico y sereno road-movie, hacia el más allá, les servirá también para conocerse a sí mismos.
Un film que marcará la historia del cine por una situación, que debería ser formar ya parte de la normalidad en 2020, que se produce por primera vez en el séptimo arte. Esperemos que esta fantástica circunstancia no reduzca la fascinación, elegancia y suavidad, que inspira este film en la retina del espectador, rodado justo en el mes de febrero antes del confinamiento mundial.
Algo se está moviendo en el séptimo arte, al hecho de que el festival de Berlín instaure por fin la entrega de premios por distinción de géneros desde su próxima edición, ‘Nosotros nunca moriremos’ atribuye el papel protagonista de la madre cisgénero a una actriz transexual.
Romina Escobar lleva una racha tocada por la gracia. Doble premio en Berlín por ‘Breve historia del planeta verde’, hipermediatizada actuación en la telenovela ‘Pequeña Victoria’, que la ha dado a conocer al gran público, y papel estelar como protagonista en el bello film de Eduardo Crespo. Polémica habrá porque siempre la hay, pero desde ahora en que cualquier buen intérprete puede actuar en el papel que se considere más oportuno, y presentarse en un festival internacional de la talla de San Sebastián, ciertos debates que han polarizado la atención en los últimos tiempos podrían pasar, por fin, a la historia. En esta ocasión Romina Escobar no ha conquistado una pequeña sino una gran victoria.
Lo más importante es la calidad de su interpretación y la calidez que aporta a su personaje, que a falta de mucha selección todavía, la convierten en firma candidata al galardón de mejor actriz de esta edición del Donostia Zinemaldia. Hecho que deseo firmemente y por el que cruzo los dedos. Si existe un único adjetivo que pueda aplicarse a esta actriz es que es, realmente, excepcional.