En este western chileno, tres hombres cruzan por la Patagonia a principios de siglo XX con la misión de aniquilar a los pueblos originarios que habitan la región.
Un western clásico con apuntes modernistas, cerca de los famosos «anti-westerns» que pululaban por los años sesenta y setenta y que rescataron recientemente cineastas como Kelly Reichardt (MEEK’S CUTOFF) o el propio Lisandro Alonso en JAUJA, la ópera prima del chileno Felipe Gálvez apuesta a un viaje clásico de las películas del Oeste solo que contado desde otra perspectiva, locación y circunstancia. La película transcurre en la Patagonia, entre Chile y la Argentina, en los primeros años del siglo XX. ¿Su tema? El trato de los hombres blancos e inmigrantes a los pueblos originarios de la región. Más que el trato habría que hablar de aniquilación.
Un hombre que ha comprado una enorme cantidad de tierras en la Patagonia chilena y argentina, José Menéndez (Alfredo Castro, encarnando a este sujeto que existió en la realidad) organiza una misión para encontrar una salida al océano Atlántico desde sus tierras, aunque eso involucre aniquilar a cualquier pueblo originario que viva en medio del camino. Para ese viaje –esa misión sería la palabra más apropiada– contrata un grupo heterogéneo compuesto por un militar escocés llamado MacLennan (Mark Stanley), acompañado por un experto y cínico tirador texano, Bill (Benjamin Westfall) y por un mestizo nacido en Chiloé, Segundo (Camilo Arancibia), a modo de ayudante.
Los tres cruzan de un país a otro como si no hubiera realmente otro límite que ese sector no tan alto de la Cordillera de los Andes, ya que de un lado y del otro la tierra es de Menéndez. Del otro lado se topan con una banda de argentinos (Agustín Rittano y el también director Mariano Llinás, entre otros) con los que tienen sus rencillas, peleas, diálogos y momentos leves entre vecinos. Pero luego de ese cruce se van yendo más y más a tierras inexploradas en las que, tarde o temprano, tendrán que toparse con indígenas (la tribu Selk’nam) y actuarán al respecto. ¿Cómo se conducirán ante ellos? ¿Y que hará Segundo ante una situación así?
LOS COLONOS llevará su western de misión a través de una serie de fuertes escenas de violencia en los pasos siguientes, los que irán haciendo perder la levedad inicial para insertar a los personajes en zonas más y más oscuras. Con el paso del tiempo también tendrán que vérselas entre ellos mismos, ya que sus diferencias empiezan a notarse cada vez más. La película incluirá luego otros personajes, pasarán algunos años y saldremos de los más obvios territorios salvajes, solo para enfrentar a otro tipo de salvajismo, uno de negocios en «interiores».
Con un extenso grupo de colaboradores internacionales (la película es una coproducción entre muchos países, con una importante participación argentina a través de Rei Cine, productores de ZAMA, un film con el que también dialoga), el film de Gálvez luce extraordinariamente bien, como una mezcla entre película del Oeste y drama gótico en el que las imágenes se vuelven más y más oscuras, al punto de parecer brutales cuadros de la época. El cerrado cuadro «académico» y la áspera belleza de la Patagonia completa el programa estético.
Lo que Gálvez hace es una crítica película sobre el exterminio de los pueblos originarios, los abusos del capitalismo y el enorme control de las tierras que tienen unos pocos grupos y familias sin hablar demasiado directamente sobre esos temas. En la manera en la que Menéndez se conduce, en el modo en el que militares, oficiales y exploradores avanzan sobre todo y todos como si fueran los dueños de cada centímetro que pisan y demarcan, LOS COLONOS cuenta la historia cruel de los orígenes de un país (o dos, quizás) marcado por la violencia física, política y económica. Solo hace falta mirar las noticias para darse cuenta que esa disputa por las tierras sigue existiendo hoy y es igual de cruel y salvaje. La «civilización» por la vía de la masacre y el exterminio.