“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • "Los delincuentes", un relato que poco a poco va convirtiéndose en otro

    "Los delincuentes" es un relato lleno de relatos, o un relato que poco a poco va convirtiéndose en otro, o una materia en realidad informe de la que surgen múltiples relatos. En eso se parece a: "Historias extraordinarias" y "La flor", de Mariano Llinás, o a "Trenque Lauquen", de Laura Citarella, otras tres películas argentinas de los últimos años que llevan al límite ciertas cuestiones narratológicas inscritas en el mismísimo centro del cine contemporáneo. Pero no hay que apresurarse: el hecho de que todos esos films cuenten muchas historias en una no los hermana sin más. Cada uno es distinto de los demás, responde a demandas diferentes. En "Los delincuentes", por ejemplo, la noción de desajuste en el interior del relato es fundamental. En una de sus escenas, un personaje aparece sentado en una silla giratoria que chirría con cada uno de sus movimientos, tal como determinados detalles "chirrían" intencionadamente en lo que parece una línea argumental más o menos nítida: cuerpos o palabras que no añaden nada a la trama y sin embargo están ahí, a veces obstaculizándola. De la misma manera, los géneros se rozan entre sí y también producen "ruido". Como si el thriller o la comedia solo ocultaran la vida que pasa y que pugna por manifestarse. Pues de eso va "Los delincuentes": al pedirle a su compañero de trabajo que oculte el dinero que acaba de robarle al banco durante tres años y medio, mientras él cumple condena para poder repartírselo una vez salga de la cárcel, el otro protagonista le está demandando a su vez otra cosa, que le dedique parte de su vida, como él le dedica parte de la suya.

    Al proponer un desvío narrativo que cambia el film para siempre, su segunda mitad –esta es una película de tres horas– muestra la posibilidad de una vida realmente distinta, alternativa: otro relato posible, aquel en el que podría darse una epifanía, una revelación. Puede tratarse del amor, del cine o de la literatura, por citar las tres opciones que proporciona el film, pero en cualquier caso siempre existe algo capaz de darle la vuelta a la existencia, a la narración. "Los delincuentes", en ese momento, se pausa a sí misma, abandona el suspense para ceñirse al paisaje, deja la ciudad para adentrarse en una naturaleza cada vez más misteriosa. Y es en esa fuga radical donde los agujeros que habían dejado los chirridos y los roces de la primera parte se van llenando. El relato adquiere así todo el sentido, pero no el que pensábamos al principio, sino otro que ha ido mutando, transformándose poco a poco. Ahora no estamos ante una película de robos. Estamos más bien ante una película de amor con ambiente de western, y luego ante otra de redenciones carcelarias, y luego ante otra que se diluye y va desapareciendo hasta quedar en nada o, quién sabe, en todo. Cuando el maestro de la cárcel lee a los presos uno de los poemas más bellos jamás escritos –La Gran Salina, de Ricardo Zelayarán— el cine se convierte en literatura, el ámbito del que en verdad procede toda esa tendencia del cine argentino. Pero no se preocupen, porque luego vuelve a ser cine: cine en estado puro. "Los delincuentes" es el séptimo largo de Rodrigo Moreno, el director de "El custodio", y en realidad va de lo mismo. "Los delincuentes" es una de las mejores películas que he visto este año.

    (Fuente: Caimanediciones.es)


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