“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

NOTICIA
  • Ricardo Bajo Herreras, Cineclubcito, Cineclub Elipsis y Sopocachi Cineclub


    La reinvención del cineclub
    Por Ricardo Bajo Herreras/Cineclubcito

    Los cineclubs están de regreso. O tal vez jamás se fueron. No hay ciudad boliviana que no tenga uno. O más. En La Paz son (al menos) más de media docena: el Sopocachi CineClub (de Carlos Martínez y Laura Villarroel), el Elipsis de la Cinemateca Boliviana, el Cineclubcito Boliviano (de Diego Mondaca y Ricardo Dávalos), el Ruway (de Carmiña Dubrelka García), el Cine Foro Club Jorge Ruiz (gestionado por Richard Sánchez en el Hotel Torino), el de la Casa Municipal de El Tejar (de Boris Caldera), el cineclub Horizonte y La Vertiente (de la realizadora/montajista Daniela Anze y Luciano Canova, que funciona en el Malabar de la calle México). Con la pandemia, algunos —como el Cineclub Espejo— se quedaron por el camino.

    En Cochabamba funcionan —al menos— La Casa Roja (gestionada por Esperanza Eyzaguirre), el Cineclub Jorge Sanjinés y el Cineclub Luis Espinal. En Sucre, el Cineclub Tercer Ojo, La Linterna Cineclub y el Teixidó que proyecta en el coqueto Cine Magnus de la carrera de Comunicación Social de la Universidad San Francisco Xavier. En Tarija, el Chinatown Cineclub (de Franco Figueroa). Y en Santa Cruz, el Patio Club (gestionado por Yashira Jordán). Todos (casi) tienen una media de 40 espectadores por sesión.

    En tiempos de “streaming”, consumo de películas en la soledad del hogar y avasallantes estrenos comerciales de superproducciones de Hollywood, resucita el cineclub y la necesidad/ganas de verse y juntarse alrededor de una película. Y charlar. Y debatir.

    El cineclub es hijo de la Bolivia de los años 50. Luego fue poco a poco extinguiéndose en las dictaduras de los 60 y 70. Volvió en los 80 con la democracia, languideció en los 90 con la llegada de las tiendas de VHS y acabó muriendo a inicios de este siglo con las multisalas y Netflix. Ahora experimenta una nueva/pequeña resurrección con la apertura de una docena de cineclubs por todo el país, especialmente en La Paz.

    Pedro Susz, crítico y exdirector de la Cinemateca Boliviana, fue uno de esos changos que acudía al primer cineclub que nació en La Paz: el Luminaria del Cine Teatro 16 de Julio. Luego llegó el Cineclub Universitario y luego el Cineclub La Paz. “Nacieron en un momento en el cual recién cobraba fuerza la constatación, aquí, de que el cine no era un mero pasatiempo. La llegada de Lucho Espinal y Renzo Cotta, aparte del impulso que le dio Amalia Gallardo a la filial boliviana de la Organización Católica Internacional del Cine, la OCIC, contribuyeron a ese momento de inflexión”.

    Por aquel cineclub Luminaria de los 50 andaba también Marcelo Quiroga Santa Cruz. Muchos de los que pasaron por aquellos cineclubs de antaño se animaron a hacer cine después, como Susz, Quiroga Santa Cruz, Jorge Sanjinés y Alfonso Gumucio, entre otros.

    “Esos centros jugaron un importantísimo papel en el tiempo en el cual el Nuevo Cine Latinoamericano sostenía enfáticamente que el cine era un arma: Glauber Rocha, Solanas y Getino, Littin, los realizadores cubanos y por supuesto Sanjinés exponían variantes de esa tesis”, recuerda Pedro Susz quien no se olvida del componente ideológico/cultural que favoreció la primera desaparición de los cineclubs: “Murieron en el tiempo de las dictaduras, cuando el inminente advenimiento del socialismo como se profesaba en el momento histórico que parió el Nuevo Cine Latinoamericano, quedó desmentido de hecho, coincidiendo con la ofensiva de la industria del entretenimiento (Hollywood parte de ella) y la Tv atiborrada de películas y series  "made in USA" jugaron un rol preponderante en la arremetida ideológica de los años 70. Hoy pareciera haber un renacimiento aparejado al giro de la producción local que intenta volver sobre los pasos de Ruíz, Sanjinés y Oscar Soria para replantear las heridas todavía abiertas en la construcción de una identidad propia”.

    En los cineclubs de hoy en día se pasan películas que no llegan al circuito comercial, ciclos de cine diferente al hegemónico, clásicos revisitados y obras de autores bolivianos que son vetados por las abusivas multisalas. El Cineclubcito Boliviano es uno de ellos. Es gestionado por el cineasta Diego Mondaca y Ricardo Dávalos. Inició sus actividades en 2016 y funciona actualmente en seis ciudades: La Paz, El Alto, Cochabamba, Santa Cruz, Sucre y Tarija. Lo hace en espacios culturales autogestionados (como la gran mayoría de cineclubs en Bolivia) como Efímera y Malabar 1783 (La Paz); Wayna Tambo, Waliki y Cineteca Trono (El Alto); librería Trapezio, Kiosko, Museo Altillo Beni, La Federal y Casa Carmencita (de Santa Cruz); El Contenedor, La Libre, Martadero e Icrea (de Cochabamba); Casa Creart y Caretas (de Tarija); y Takubamba, Contrapunto y LIBRE-ria (Sucre). Son las “trincheras amigas” (Mondaca dixit).

    El director de Ciudadela y Chaco cree que la fuerza y constancia de un cineclub está en su capacidad de tejer redes y establecer alianzas. “Logramos la fuerza de nuestro proyecto —fundado junto a Isabel Collazos y Diego Luque— gracias a distintas manos y voluntades; articulamos una comunidad en torno al cine”.

    Mondaca observa, no obstante, miradas de desconfianza o desprecio hacia los cineclubs: “no se dan cuenta algunos que estos son los más importantes para sostener y refrescar un dinamismo en torno el cine, son lo que Edgardo Cozarinski llama “palacios plebeyos”. El cineclubismo es algo que tiene la esencia de reunir y debatir, compartir novedades o revisar clásicos desde otras miradas en contextos actuales. El cineclub habilita condiciones que ayudan a la reunión y generación de una masa crítica, diversa y dinámica”.

    Las películas que escoge el Cineclubcito deben tener la potencia de general un diálogo, una resonancia en los contextos bolivianos. “A partir de ese primer criterio, estamos muy atentos a hacer circular películas qué, antes que nada, nos ayuden a imaginar nuestra contemporaneidad; películas que permitan o inviten a nuestros públicos a imaginar e intuir el fondo paradójico y maravilloso de nuestro tiempo. Nos preguntamos: ¿cómo se verá esta o aquella película en Santa Cruz, o en el Alto o en la zona sur de Cochabamba? Ahí está la dimensión política de nuestra programación y, también la capacidad del cine (como espacio de proyección) de complicar y deconstruir las relaciones de fuerza y dimensiones del poder establecidos como la dejadez y desatención de entidades de Estado o privadas, las plataformas de streaming o las multisalas”, dice Mondaca.

    El Sopocachi CineClub también nació en 2016. Fundado por Carlos Martínez y Laura Villlarroel Rojas (docente de Historia del Arte en la UMSA) ha pasado ya por varias sedes. Arrancó en uno de los auditorios de la Facultad de Arquitectura de la UMSA, pasó al auditorio del CIS (Centro de Investigación Sociológicas) y la Cinemateca Boliviana y actualmente (desde este 2023) se trasladó a la Casa Museo Inés Córdova-Gil Imaná de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.

    Martínez formó parte también durante su etapa universitaria del cineclub de la UPSA en Santa Cruz. “La idea de emular aquel mítico cine foro de Luis Espinal del cual mi padre me hablaba siempre ha estado. En 2016 casi no había una actividad así en La Paz y nos parecía raro; es como que falten bibliotecas o cafés en la ciudad, así de raro, o sea un espacio donde ver películas de cualquier época y hablar de manera divertida, seria y enriquecedora. Nuestro principal aporte es la generación de masa crítica desde la curiosidad y estimular la creación original y experimental”.

    (Fuente: la-razon.com)


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