“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Los reproches de la risa
    Por Carlos Balbuena

    Hemos dividido el mundo en puntos y rayas, pero al final somos todos iguales. Olvidamos que los matices nos hacen más humanos.

    La raya es el río, frontera (imaginaria y ambigua, como todas) que separa Colombia de Venezuela. El punto, las armas que, a ambos lados, velan por esa frontera. Entre medio, una espesísima selva repleta de paisajes humanos: ejército venezolano, ejército colombiano, guerrillas, narcotraficantes, campesinos explotados por los narcotraficantes, etnias indígenas, políticos corruptos que se aprovechan un poco de todo... intentando defender, cada uno por su cuenta y a su manera el trocito de vida (y de selva) que creen que les pertenece. Y, perdidos en esa maraña, y hasta cierto punto ajenos a ella, Pedro y Cheíto, soldados colombiano y venezolano, respectivamente, por diversas razones se ven inmersos en una aventura común que les llevará desde la descarnada batalla personal hasta la sincera amistad.

    A pesar de que la película representa el confuso conflicto que se libra en la ambigua frontera entre Venezuela y Colombia, inmediatamente vienen a la cabeza las decenas de fronteras en las que se viven parecidos conflictos. La película funciona por lo tanto (y sin duda esa era la intención de guionista y directora) como una parábola extrapolable a cualquiera de esas otras fronteras convertidas en campos de batalla.

    Nos encontramos, pues, ante una de esas películas necesarias, cuyas imágenes (esta vez desde el terreno de la ficción) sintetizan la naturaleza de una trágica realidad no siempre bien entendida, no lo suficientemente conocida y, por lo tanto, una realidad doblemente trágica: por su propia naturaleza y por la indiferencia recibida como respuesta desde la comunidad internacional.

    La principal arma con la que Schneider acomete la difícil tarea de llamar la atención sobre la realidad de la que ella misma forma parte es el humor. Irónico, paródico, negrísimo, inteligente, absurdo, elocuente...también predecible y soez en ocasiones, ese humor es, sin duda, la principal virtud de Punto y raya. Tiene su mérito (y su recompensa suele ser la complicidad del público) hacer reír a un espectador consciente de que lo que está presenciando maldita la gracia que tiene. Hay en ello una evidente estrategia brechtiana, utilizada sutil y eficazmente a lo largo de casi toda la película; pero, precisamente ese es el problema, que el humor, la ligereza (entiéndase ligereza, aquí, como algo positivo) de la puesta en escena se utiliza en casi toda la película: en un par de momentos intermedios y en el desenlace se incurre en un aparatoso dramatismo, cámara lenta incluida, que no conduce a ningún sitio y ahí fracasa la estrategia brechtiana. Digamos que su mayor virtud se convierte en su propia trampa. El cercano y pesado dramatismo del desenlace provoca, paradójicamente y por comparación con el distanciado tono humorístico anterior, una incómoda sensación de farsa, de simulacro (cierto que el cine no es sino eso, pero en la verosimilitud está el límite); o bien el global de la película es banal, o bien ese final pertenece a otra película. Resulta inapropiado, incoherente y (esa fue mi sensación) más inverosímil que efectivo.

    A pesar de todo, esta interesante e insólita película sobre la grandeza de la amistad y la estupidez de la guerra (en este orden, por eso desconcierta más ese final), juega con la ventaja del interés cinematográfico que despiertan ambos temas, ventaja a la que, sin ninguna duda, se le saca un digno partido.


    (Fuente: contrapicado.net)


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