Luego del largometraje "La casa lobo" (2018) y del corto "Los huesos" (2021), la dupla conformada por los chilenos León y Cociña sigue indagando en las zonas más oscuras y conflictivas de la historia de su país.
Ficción y documental, animación stop motion y efectos digitales, muñecos y escenas con actores de carne y hueso. Así de diverso es el collage, el patchwork, la mixtura de técnicas y soportes con que Cristóbal León y Joaquín Cociña construyen un artificio para hablar de historias y personas reales como Miguel Serrano (1917-2009), diplomático, explorador, novelista, periodista, ocultista y filósofo que trabajó en las embajadas en India, Yugoslavia y Austria, conoció a Herman Hesse y Carl Jung, fue un activo militante neo-nazi, defensor del supremacismo blanco y negacionista tanto del Holocausto como de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Pero quienes esperen de León y Cociña un simple, obvio y directo film de denuncia saldrán más que defraudados porque los cineastas construyen un complejo (por momentos demasiado intrincado) dispositivo, una narración que se va ramificando, un relato con múltiples capas que remite por momentos a la estética del cine mudo (con Georges Méliès a la cabeza), en otros a cierta puesta teatral y en determinados pasajes al ilusionismo (como magos que siempre tienen un conejo más para sacar de la galera) y al surrealismo para luego llegar incluso a la IA y la realidad virtual.
La protagonista casi exclusiva (hay un personaje secundario al que se conoce como Metalero interpretado por Francisco Visceral) es Antonia Giesen, psicóloga y actriz que es quien de alguna(s) manera(s) sostiene, narra y arma las múltiples piezas del film. Hay una sesión con el Metalero que sirve como disparador de la historia, una película perdida (el material en fílmico fue robado de la productora antes de que los negativos pudiesen ser digitalizados) sobre una mujer policía que se intenta reconstruir; diálogos entre Giesen y las cabezas sin cuerpos de León y Cociña (la foto que ilustra esta crítica vale más que mil palabras que intenten describir esos momentos) y cuyas voces no son las propias de los cineastas sino que están a cargo del locutor Marcelo Liapiz y del mítico actor Jaime Vadell, respectivamente; y un Chile distópico con mucho de fantástico y ciencia ficción en el que el fundador del partido derechista UDI Jaime Guzmán (un senador asesinado en 1991) oficia vía Inteligencia Artificial como Primer Ministro.
Antonia se (y nos) embarca en un viaje cada vez más opresivo, disociado y alucinatorio en el que los personajes verdaderos y ficticios, los hechos que ocurrieron y otros que se (re)inventan se van confundiendo. Esa inmersión en el universo íntimo y en la realidad paralela que se va creando generan unos cuantos momentos inquietantes y reveladores, pero en otros cierto distanciamiento y confusión.
Quizás algo menos fascinante y contundente que sus trabajos previos, Los hiperbóreos -rodada en una única locación como el Centro Cultural Matucana 100- no deja de ser otra muestra del talento, la creatividad, la imaginación, la capacidad de provocación y sorpresa de dos artistas con escasos parangones en el cine contemporáneo. Más allá de sus desniveles, uno desea y apuesta por muchas más películas experimentales, mutantes, audaces, deformes e inclasificables como esta.