“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • "El lugar de la otra", el cine de época como espejo de liberación feminista
    Por Luis Martínez

    Maite Alberdi debuta en la ficción con un cuidado drama de época de sueños, mujeres y asesinatos.

    El mito de Narciso nos dice que el joven se miró en el estanque y quedó prendado de sí mismo. Fue el castigo que le impuso Némesis por su engreimiento al rechazar el amor de la ninfa Eco. Sin embargo, y pese a las bellas apariencias, quizá la lectura correcta sea otra: lo que dejó helado al efebo al ver su reflejo no fue tanto su evidente beldad, que quizá también, como el horror de verse convertido en otro. Su reflejo le confunde como una parte, un simple elemento más, del mundo. El yo es, en verdad, otro. De golpe, una simple imagen reduce el reino inexpugnable de lo único, en el espanto de lo anónimo, de lo banal, de lo corriente. No es tanto amor propio como horror compartido. Sea como sea, al final cae y se ahoga.

    "El lugar de otra" es también una historia de espejos. Y de cataclismos, y de castigos, y de gente que se enamora de un reflejo, y de una joven (que no un joven) que se descubre parte de un mundo que no le pertenece. Como Narciso. Digamos que la directora avezada en el documental Maite Alberdi se estrena en la ficción de la más complicada de las maneras, de la forma más lejana posible a la materia común del documental ortodoxo. En verdad, sus documentales y por los que llegó a ser nominada al Oscar tenían poco de común. La autora de "La once" (2014), "Los niños" (2016), "El agente topo" (2020) y "La memoria infinita" (2023) lleva años trabajando en la frontera misma que separa lo real de la fabulación. Y esa frontera, en efecto, es la superficie misma de un espejo.

    Ahora, la pantalla, que también es azogue, viaja al Chile de 1955. Allí, la popular escritora María Carolina Geel (Francisca Lewin) asesina a su amante. El caso envenena los días y las noches de Mercedes (Elisa Zulueta), la tímida secretaria del juez encargado de defender a la acusada. Después de visitar el apartamento de la escritora, Mercedes comenzará a discutirlo todo: su vida, su identidad y su lugar en el mundo. Todo son espejos. El mundo de ahora se mira en el del pasado. La mujer cautiva en un mundo rancio, pobre y, efectivamente, machista se mira en la libertad de la homicida. El relato mismo, tan de otra época, imita los modales de, por qué no, nuestro presente.

    Alberdi vuelve a demostrar su brillante diplomatura en reflejos, en universos que se buscan en otros, en realidades que parecen ficciones y en fabulaciones que se comportan como si se tratara de la misma realidad. Y desde ahí, construye una película a la vez esperanzada y completamente triste; irreal y, sin embargo, tan cercana, tan de nosotros. El resultado es un extraño prodigio al que quizá le falta voluntad de más. Toda la película está anclada en un caso verídico que conmocionó la sociedad chilena y que, contemplado desde hoy, perturba tanto como fascina. La película opta por quedarse en la historia de Mercedes y tal vez descuida la de la escritora María Carolina Geel, contemplada siempre como un mito perfecto, artificial y sin sangre.

    Sea como sea, y pese a las imperfecciones derivadas del ansia de perfección, queda un pequeño milagro promesa de todo lo que vendrá. La voz de la documentalista estaba más que contrastada, la de su reflejo en el espejo de la ficción acaba de nacer y de demostrar que puede mucho más.

    (Fuente: Elmundo.es)


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