“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Cordero de Dios: Un sólido debut en el largometraje
    Por Paraná Sendrós

    La niña Ariana Morini y Juan Minujin están entre lo mejor del buen elenco de Cordero de Dios, sólido debut en el largometraje de Lucía Cedrón, que, aunque ambientada en años de fuego, no pone el énfasis en hechos políticos.
    Una joven busca dinero para liberar al abuelo secuestrado, mientras la madre, distante, sigue fijada en otro hecho del pasado. Parece un filme político, pero su verdadero tema son los sentimientos humanos vinculados al rencor, la piedad, la sangre y el sacrificio de la inocencia. Obra sólida, bien armada y actuada, sin desbordes.

    Un corderito nace, malamente, en noche oscura. Alguien, incómodo, regala otro, de juguete, a una niña que suele cantar con su padre aquello de «Érase una vez/ un lobito bueno,/ al que maltrataban/ todos los corderos». Habrá también uno más de juguete, posible testimonio de una mancha, y otro que nadie quiere mencionar, y al que todos vemos, que acaso no quite los pecados del mundo, como el que se canta en la misa, pero puede apiadarse de los que se equivocan.

    Año 2002. Secuestran a un médico veterinario. Los delincuentes exigen una suma exorbitante, pero accesible mediante la rápida venta de su casa (no estaría mal la fecha, según quienes señalan que en ese año se movieron con harta rapidez y frecuencia los negocios inmobiliarios y extorsivos). La nieta se hace cargo, pero necesita, lógicamente, la firma de su madre, que vive en París y desde 1978 se lleva mal con dicho abuelo.

    La causa del distanciamiento la iremos sabiendo de a poco. La misma nieta no la sabe del todo. Pero es algo que tiene que ver con otro secuestro, derivado de un arresto, y que alguien resolvió como pudo. Ella era entonces una criatura, y muchas cosas las veremos a través de sus ojos. La nieta quiere al abuelo, como sea. La hija, en cambio, tendrá algo que hablar con su padre, algún día.

    Hasta ahí lo que podemos anticipar, ya que el misterio y el suspenso de esta película están muy bien armados y no hay por qué arruinarlos. Digamos, eso sí, lo más importante: contra lo que puede suponerse, y aunque esté ambientada en años de fuego, Cordero de Dios no pone el dedo en hechos políticos, sino en sentimientos humanos relacionados con el rencor, el sacrificio de la inocencia y particularmente la compasión. A fin de cuentas, nos dice su autora, nadie es del todo bueno ni del todo malo, si bien en este caso puede haber una que otra persona necia o medio falsa. Lucía Cedrón, aplaudida cortometrajista que hace aquí, con alto nivel, su primer largometraje, sabe contar las cosas sin necesidad del menor subrayado, sin caer en lugares comunes, y sabe también pintar caracteres en pocos trazos; pero cuando uno mira detenidamente, esos pocos trazos resultan ser riquísimos, con un notable cuidado del detalle, la síntesis y la sugestión dramática (recuerde el espectador, por ejemplo, el rostro del policía que atiende una denuncia; ya lo verá después en otra escena clave). Y sabe también terminar en el momento justo, dejándonos toda la certeza de una obra sólida, bien armada, bien actuada, sin desbordes, con una historia fuerte y un tema punzante, expuesto con bravura y discreción por partes iguales. Elogios en renglón aparte para los protagonistas, en especial para la niña Ariana Morini, y también para Juan Minujin (tocante en su última escena) y Horacio Roca, que hace, de modo distinto al habitual, lo que en otro filme hubiera sido una machieta.

    Así como no cabe anticipar demasiado de la historia, tampoco cabe buscar traslaciones directas, porque no las hay, salvo, quizá, que la nena de la película tiene el mismo sobrenombre (puesto por el padre) y la misma relación filial, incluso los gustos musicales, que tuvo la directora cuando niña. Su padre fue el Tigre Jorge Cedrón, cineasta fallecido en extrañas circunstancias en una comisaría de París, a donde había ido simplemente a declarar por un secuestro común, cuando ella tenía apenas seis años. Su abuelo, que la crió, fue el contador Saturnino Montero Ruiz, de destacable gestión como intendente de la ciudad de Buenos Aires bajo el gobierno del general Lanusse. Y la película está dedicada a la madre.


    (Fuente: ambitoweb)


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