Tony Manero, coproducción chileno-brasileña del joven director chileno Pablo Larrain, promete convertirse en un filme de culto en los festivales y circuitos especializados, tras su estreno en la Quincena de los Realizadores del pasado festival de Cannes. Según la critica de Variety Leslie Felperin, la brillante edición y el estilo único de dirección auguran un futuro promisorio para un filme que recuerda el estilo de los primeros trabajos de los hermanos Dardenne, pero resulta aun más desesperanzador.
Simultaneando el humor negro con el enjuiciamiento de la opresión del régimen de Pinochet, Tony Manero, impresionante filme de época chileno, sigue la trayectoria de un insignificante criminal psicópata, obsesionado locamente con el personaje de John Travolta en Saturday Night Fever. Este largometraje juvenil del chileno Pablo Larrain (Fuga) nos intriga continuamente con sus constantes cambios de tono, ofreciéndonos giros inesperados de los acontecimientos. El desaliño del filme y la utilización de la cámara en mano le otorgan un estilo que seguramente le hará ganar crédito como filme artístico, y que ya le aseguran el favor del público de los festivales de cine.
La historia se desarrolla en el Santiago de Chile de 1978, en momentos en que el régimen del terror implantado por Pinochet se encontraba en pleno apogeo, lo cual provocó la desaparición, la tortura y el asesinato de miles de ciudadanos por la más mínima expresión de disidencia. Sin grandilocuencia y sin verborrea el guión nos muestra la manera en que este horror impactó en las vidas comunes, cómo muchos eran arrestados solamente por violar el toque de queda, y otros baleados por solo portar consignas antipinochetistas.
En la película, incluso, los miembros de la familia y los vecinos se levantan unos contra otros, se revela así una mentalidad caníbal, de perro come perro. El antihéroe del filme, Raúl (interpretado por el seguro actor Alfredo Castro), es un típico ejemplo del efecto omnipresente de esta crisis moral. Raúl es un individuo de vida miserable de cincuenta y pico de años, capaz de matar o traicionar a cualquiera sin pestañear con tal de seguir con su vida.
Estableciendo un paralelo entre la manera en que el régimen de Pinochet fue apoyado por la CIA, el filme sugiere que la cultura chilena estaba igualmente dominada por las importaciones culturales de Estados Unidos. Algo que se ejemplifica por la enorme popularidad de la película Saturday Night Fever (1977), todavía en las carteleras de Santiago un año después de su estreno. Este dominio cultural estadounidense se evidencia también en el programa de mal gusto de la televisión local, supuestamente dedicado a descubrir talentos. Raúl sueña ganar este programa imitando a Tony Manero (el nombre del personaje que Travolta interpreta en Saturday Night Fever).
En algunas de las matinés de Saturday Night Fever que aparecen en el filme, Raúl es el único espectador. Mirando el filme una y otra vez, entra en trance, repitiendo una a una las palabras del diálogo y estudiando cada uno de los movimientos de Travolta, los cuales imitará después en el escenario del miserable bar de barrio administrado por Wilma (Elsa Poblete). Los compañeros de baile de Raúl incluyen a la pegajosa Cony (Amparo Noguera), a su rozagante hija Pauli (Paola Lattus) y al ambicioso joven cachorro Goyo (Héctor Morales).
Monomaniacamente obsesionados por la idea de que necesitan una pista iluminada como la de Saturday Night Fever, Raúl asalta y golpea brutalmente a una anciana —la misma que había acompañado a la casa después de ser golpeada por otros— roba su televisor y lo empeña a cambio de ladrillos de vidrio. A pesar de su tosquedad e inhabilidad para actuar bien, Wilma, Cony y Pauli rivalizan para lograr el afecto de Raúl, quizás porque se dejan arrastrar por su fantasía de dejar atrás los trapos de Tony Manero e iniciar una vida de ricos.
El estilo visual de la fotografía de Sergio Armstrong con el equipo de 16 mm oscilando sobre el hombro de Raúl, siguiéndolo empecinadamente a lo largo de calles desaliñadas, recuerda por momentos los primeros trabajos de los hermanos Dardenne, como Rosetta, pero sin trazos de humanismo redentor al final del filme. Otra referencia perceptible es la del filme de Cedric Kahn, Roberto Succo, otra historia de un asesino alucinado, en la que se mezcla violencia y absurdo. Como el protagonista de la película de Kahn, Raúl elimina casualmente a las personas y vuelve a sus asuntos cotidianos, al parecer sin importarle que alguna vez pudiera ser descubierto. Podrá ser un asesino a sangre fría, pero nunca deja de asistir puntualmente a sus ensayos.
Los caprichosos cambios de tono del filme y la ausencia de una moralidad evidente provocarán el rechazo de cierto público, pero la brillante edición y el estilo único de dirección auguran un futuro promisorio para Pablo Larrain.