Tulio Raggi González, creador de una extensa filmografía que incluye más de sesenta títulos, muchos de los cuales se consideran clásicos del género en Cuba. Obras como El primer paso de papá, El negrito cimarrón, La gamita ciega, y El paso del Yabebirí, han entretenido y emocionado a varias generaciones de niños en la Isla. A lo largo de su carrera Raggi ha recibido importantes reconocimientos nacionales e internacionales, entre los que se destacan los obtenidos en sucesivas ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Defensor de un animado que rompa con las imposiciones del mercado, el autor de algunos de los conocidos Filminutos ha accedido a conversar acerca de su labor en los Estudios de Animación del ICAIC, institución a la cual ha estado vinculado la mayor parte de su vida.
Tengo entendido que usted comenzó estudiando Derecho Civil y Diplomático en la Universidad de La Habana. Sin embargo le ha dedicado toda su vida a la animación. ¿Qué lo motivó a adentrarse en un área tan alejada de su formación académica?
De esa carrera no llegué nunca a graduarme porque cerraron la Universidad. Yo empecé en el curso del 1955-56, y al año siguiente la cerraron. En 1958 pasé un tiempo muy breve en la Universidad José Martí, que funcionó mientras la Colina estuvo clausurada. Después yo entro de nuevo en la Universidad, pero ya en el ICAIC, estudié Historia del Arte. Realmente siempre he dicho que mi entrada en el mundo del dibujo animado fue un accidente, porque al triunfo de la Revolución a mí no me interesó seguir la carrera de leyes. En aquel momento la situación era caótica, estaba el gobierno de transición de Urrutia, pasaron muchos avatares. Mi ambición desde joven era ser piloto, pero desgraciadamente no tuve las condiciones físicas para ello. Ejercí de publicista muy breve tiempo, y practicaba el dibujo en formas muy erráticas, como un estudiante que a su vez hacía distintas cosas para ganar su dinero de bolsillo. Se me ofreció la oportunidad, acababa de crearse el Departamento de Dibujos Animados, tenía algo que ver con cosas que yo había hecho en publicidad, me presenté y me aprobaron. No fue una vocación determinada, a mí el diseño me encantaba, como a cualquier cubano de la época, pero nunca pensé que por ahí iba a hacer otras cosas.
Sus inicios en el mundo del dibujo animado coinciden con la creación, en el ICAIC, de los estudios dedicados a este género. ¿Cómo recuerda aquellos años fundacionales? ¿Cuánto le debe el Tulio Raggi actual a ese momento histórico?
En aquel momento no se podía realmente conjugar una pasión dirigida en una sola dirección, uno lo que quería ser era lo más útil posible. Estábamos en los albores del proceso revolucionario, y lo que uno quería era echar para adelante el país en el frente que fuera. La situación de Cuba era muy difícil en cuanto a nuestros enemigos, que no querían de ninguna manera que se saliera de la etapa esta de explotación capitalista. No quiero expresarme en formas políticas. Hay una cosa muy cierta, mucha de la muchachada que éramos en esa época actuábamos más que nada por pasión, no por una real plataforma ideológica, quizás por una especie de sentido exploratorio. En aquel momento era todo muy romántico. Los que teníamos un trabajo, trabajábamos en sustitución de todas aquellas personas que en un momento tuvieron las riendas de la nación. Simplemente se había desbocado el país por esa misma mala dirección y nos encontrábamos confrontando una seria crisis. Eso se fue decantando, solidificando, pero no hay que engañarse. Al principio era algo así como que mis mejores amigos estaban en eso, amigos míos los había matado la dictadura, había conflictos internacionales muy profundos. Todos estábamos en ebullición. De ahí que yo entrara prácticamente en el ICAIC en momentos bien difíciles. El Departamento de Animación se acababa de constituir, éramos cuatro gatos. Lo mismo pasaba en otros lugares, el ICRT también era algo que se había desmoronado y se estaba reconstituyendo.
Personajes como Tito y El negrito cimarrón han pasado a formar parte del patrimonio audiovisual de varias generaciones de niños cubanos, ¿Podría hablarnos un poco acerca del surgimiento de estos “héroes”? ¿Cuánto hay en ellos de la personalidad de Tulio Raggi?
Todos son hijos míos. También al inicio del Departamento, un postulado básico de su existencia, era la creación de un aparato de dibujos animados que no fuera ni remotamente parecido a lo que se había hecho tradicionalmente por Disney y otras gentes. Se quería hacer un cine de arte, o sea, el reflejo de la cultura cubana en las pantallas de cine. Ese propósito fue básico en la existencia del Departamento. Se produjeron un conjunto de obras muy bellas, pero todas puramente “de arte”, incluso de carácter político. Cuando se da la invasión a Playa Girón las primeras cosas que hicimos nosotros fueron también de ese carácter combativo. Comencé haciendo películas que eran más bien de carácter artístico, experimental. En un momento determinado se comienzan a hacer cosas más de espectáculo, más de atracción del público infantil. No fue ese el propósito inicial. Los personajes van surgiendo sobre la marcha. Algunos tenían el doble carácter este didáctico-social y de entretenimiento. Muchos de ellos tenían un tono de sátira, como una serie que se llamaba Pepe, el cual fue un personaje que tuvo muchas películas, todas trataban cuestiones muy candentes en la sociedad del momento.
El primer personaje que surge con un carácter meramente de entretenimiento, también de sátira, el antihéroe, es el Cowboy, después va a surgir mi personaje, El Capitán Tareco. Era un personaje puramente para niños pequeños, una cosa muy sencilla: un cadete espacial que conduce caramelos por los planetas, etc. El Capitán duró hasta que lo sucedió Piripipá, que es una especie de güije. De este a su vez nace El negrito cimarrón, que ya trata el tema del esclavismo. Es este un período que tiene que ver mucho conmigo, porque es una de las cosas que desde niño estoy involucrado. Mi padre fue un arqueólogo aficionado de gran prestigio, y yo cuando pequeño me dedicaba a realizar los dibujos de las piezas arqueológicas de mi padre y toda esta serie de cosas. Mi papá me contaba acerca de la cultura africana y aborigen. No he dejado nunca de ser un propulsor del estudio de esas culturas.
En algunas de sus obras como La gamita ciega y El paso del Yabebirí los argumentos trascienden un entorno de referencia propiamente cubano, y se adentran en situaciones más bien del ámbito regional. ¿Qué lo motivó a explotar estos temas?
Hay una cosa muy cierta: durante muchísimos años en el panorama educacional de todo lo que es la universidad cubana y de América Latina, lo menos que se estudia es nuestro continente. De ahí que Martí fuera un apasionado propulsor del estudio de las culturas americanas. Yo también, porque soy básicamente martiano. Todavía en la universidad actual se estudia mucho a Egipto, Mesopotamia, etc, pero se aprende poco de Nuestra América. Otras cinematografías, como la norteamericana, que inventa situaciones que nunca existieron, han abordado las culturas precolombinas, pero sin referirse a temas como el exterminio masivo de esos pueblos. La historia de América Latina es un caldo muy importante en el que pocos meten la cuchara, la mayoría de las veces por ignorancia.
A su juicio, ¿qué retos enfrenta la producción de un dibujo animado genuinamente latinoamericano en la región?
Yo no te puedo hablar de retos generales. Brasil, por ejemplo, es un país muy fuerte en la producción de dibujos animados. Pero básicamente todos estos países dirigen su puntería hacia el comercialismo, o sea, hay buenas películas animadas pero de carácter muy mercenario. Hay incluso grandes realizadores que han venido y se han naturalizado, estamos hablando de grandes empresas en países como Argentina y Chile en menor medida. Más que nada estas producciones están dirigidas al entretenimiento, cuando no están establecidas en el mundo de la publicidad.
La perspectiva didáctica y entretenida, porque una cosa no puede desvincularse de otra, esa, sólo la practicamos nosotros. En lo que llevamos de conocimiento a los espectadores debe haber siempre una cuota de entretenimiento, y la cuota a veces ha de ser mayoritaria, porque entreteniendo enseñamos. Ahora mismo se está produciendo un fenómeno bastante interesante en la producción cubana, es la llegada a nuestros estudios de gente muy joven graduada de las escuelas de arte, que han encontrado su modo de vida artística en la animación. A todos se les ha dado amplio margen para la creación. En algunos casos se han tratado tópicos tan conocidos como los cuentos de La Edad de Oro. Hay una versatilidad de intereses tremenda entre los muchachos, y todo eso está dando frutos que espero no sean agrios en el futuro. En estos momentos nosotros estamos en tierra de nadie, no hacemos publicidad comercial, nuestro enfoque es más humanitario, más formativo.
Supongo que como creador de dibujos animados sea también un gran consumidor. ¿Por qué patrones se guía para referirse a la calidad de un dibujo animado?
Yo veo lo que puedo. Predilección propiamente dicha tengo algunos autores que me llaman la atención por la calidad de sus trabajos, aunque en muchos casos es también una apreciación más formal dentro de lo que es el arte del animado, que dentro de la visión conceptual. Ahí hay que tener mucho cuidado porque podemos caer en la trapa del facilismo. Mi profesión me obliga a que todo se relacione con la enseñanza, aunque sea de modo tangencial.
Desde hace pocos años los Estudios de Animación del ICAIC cuentan con nuevas instalaciones y equipamiento. ¿Se siente a gusto con las nuevas tecnologías? En lo personal, ¿cómo está asumiendo esta “revolución” en la manera de crear un dibujo animado?
Eso no es difícil de contestar, quizás lo más triste es que ya yo estoy un poco viejo para involucrarme en medios tecnológicos porque tengo algunas limitaciones como la vista, el cansancio. Todos los días aparecen nuevas tecnologías más fáciles para los jóvenes pero más difíciles para los viejos. Pero a mí me gusta. Todo lo nuevo me llama la atención, incluso lo trato de analizar fenomenológicamente, no solo como una herramienta activa para hacer entretenimiento. En muchos casos lo que constato es el entretenimiento por el entretenimiento.
¿Cómo valora la producción actual de dibujos animados en Cuba? ¿Qué obstáculos hay que vencer?
Yo lo valoro positivamente, pero los obstáculos me parece que son más interesantes como respuesta. Creo que no debemos dejarnos tentar por el facilismo, o sea, trabajar en temas que no tengan más valor que una simple copia. Eso es un peligro. La imitación no es arte, es simplemente seguir una escuela. O sea, ese tipo de cosas, yo no te voy a decir que no las haya sufrido también, pero mi experiencia siempre me hace caminar por un terreno cuidando campos minados.
Después de tantos años de trabajo, ¿considera que le queda algo por hacer en el mundo de la animación?
A mí me falta todo por hacer. Voy a hacer un pacto con el diablo a ver si me da más tiempo. Yo no quiero dejar a mis negritos (El negrito cimarrón), tengo tres guiones más por hacer. A eso se suman otros guiones de la cuerda latinoamericana. Están, por ejemplo, adaptaciones a cuentos de Quiroga, hay otros autores que también se pueden abordar. Tengo también mucho trabajo en la ilustración, las artes plásticas fue mi vocación inicial. No puedo dejar ni la ilustración ni la historieta.