Cuando el correo electrónico me trajo este primer sábado de febrero la noticia de la muerte de Carlos Mayolo no sentí ninguna sorpresa. A pesar de la vitalidad y consabida alegría que se le había visto el pasado octubre, en la entrega de los premios nacionales de cine, todos sabíamos de sus problemas de salud y, que de hecho, aún en aquel momento de celebración, estaba viviendo horas prestadas.
Me llegaron, en cambio, en el transcurso de la larga tarde de ese sábado en la que también estuve lidiando con mis propios miedos, dos recuerdos de hace más de treinta años; uno personal, de cuando lo acompañé a Rio de Janeiro llevando La mansión de Araucaima, que había sido producida por FOCINE, una entidad estatal, al festival de cine. Y otro, anterior, ya no personal sino que tiene que ver con su obra, y fueron los primeros veinte minutos de Carne de tu carne, un film que no he vuelto a ver en más de dos décadas pero cuyo recuerdo, por lo menos el de esos minutos iniciales, permanece conmigo.
Una tarde en Rio poco después de la hora de almuerzo, Mayolo pasó por la oficina donde yo estaba trabajando y, con voz temblorosa en la que, como pasaba con muchas de sus exposiciones que mezclaban en partes iguales la claridad y la confusión, empezó a describir con emoción, ternura y voluptuosidad los vestidos de baño de las jóvenes y adolescentes que se tendían al sol en la Barra de Tijuca. Eso era en los primeros años de popularidad del “hilo dental” y Mayolo y yo, contemporáneos y formados en la noche oscura de los cincuentas, no podíamos sino sentir emoción ante el generoso derroche de vida y carne que se extendía a lo largo de la cinta de arena de Tijuca. Ese ha sido siempre mi recuerdo más vivo de ese Festival, incluso más inmediato y sentido que el Premio Especial del Jurado que un par de días más tarde recibiría la película.
El otro recuerdo es un poco más complicado y difícil de poner en palabras, pues es, además, contradictorio. La primera parte de Carne de tu carne nos lleva dentro de una familia caleña de la clase alta en los días de la violencia, o quizás, para ser más claros, de la primera violencia, o de la misma que seguimos viviendo. Vemos la reunión de la familia ante la inminente muerte de la abuela y como llegan los tíos y nietos a la casa en la ciudad. El encuentro de la familia retrata con una precisión antes no vista en el cine nacional el entorno de la burguesía de provincia. De ahí la acción se desplaza hacia la finca cercana, donde sentados en un jardín los tíos hablan de si mismos y del lugar que ocupan, o creen ocupar, en ese orden social que cuida sus propiedades y propiedades. Hacia el final de la escena, la cámara, del mexicano Gabriel Beristain, se mueve lentamente hacia una de las tías (Vicky Hernández) que habla de la familia mientras al fondo se ve como va cayendo el sol sobre una cercana alambrada detrás de la cual está el inmenso y solitario paisaje del valle del Cauca. La imagen y el sonido cuasi monótono de la voz conllevan una premonición: una sensación de temor y callado agobio que reflejan, como ninguna otra imagen que yo haya visto en el cine nacional, la condición en que hemos vivido por tanto tiempo.
Después de esa parte, de esos 15 ó 20 minutos que puedo describir como excelentes y de lo mejor narrado en el cine nacional hasta ese momento, la película, en mi opinión, se va a pique en medio de un guión enrevesado que se esfuerza por decir demasiado. Es una lástima que innumerables y contradictorias circunstancias no hayan hecho posible que Carlos Mayolo hubiera vuelto a trabajar en cine, el medio que él consideraba como propio. Y es también una lástima entonces que esta nota, hecha para recordar no solo al amigo sino al artista, se vea obligada a mencionar su maravillosa pero errática herencia.
El guionista, actor y director de cine y TV Carlos Mayolo nació en Cali (Colombia) en 1945. En 1968 inició su carrera como director de cine documental y argumental, y como actor. Junto con sus amigos caleños Luis Ospina, Andrés Caicedo y Ramiro Arbeláez fue protagonista del movimiento llamado Caliwood con una prolífica producción cinematográfica de corte contestatario e irreverente. Su cortometraje Agarrando pueblo, codirigido, logró en 1976 el premio de Novaix Taixeira de Francia y la mención de honor de Oberhausen en Alemania. Su película La mansión de Araucaima recibió el premio especial en el Festival de Río de Janeiro. Este film junto a Carne de tu carne fue su obra más reconocida. Con su seriado de televisión Azúcar, Mayolo recibió 17 premios Simón Bolívar en 1991 y 6 nominaciones en el Festival de Cartagena del mismo año. Delicado de salud desde hacía tiempo, falleció este sábado de un infarto en su apartamento de Bogotá.