68. Hondas reminiscencias subversivas encierra ese número, que sugiere —entre otras cosas— el año de la turbulencia, el estremecimiento social y cultural en París, Praga, California y México, suscitado por una generación que buscaba revoluciones y revelaciones. Un dejo a nostalgia libertaria es evocado cuando esa cifra aparece sobre una toma de Cocalero (2007), documental de Alejandro Landes (nacido en Brasil, pero ecuatoriano de crianza). Son los días que faltan para una elección presidencial en la que Evo Morales, sindicalista de Cochabamba a quien su gente llama “compañero Evo”, puede llegar a convertirse en el primer presidente indígena de Bolivia, subvirtiendo así un enraizado canon político.
En esos 68 días, Landes logra un estupendo retrato de este campesino —hoy mandatario— boliviano, usando como herramienta cardinal, casi exclusivamente, su más pura inteligencia de cineasta. No porque plantee algo “novedoso”, ya que seguir la campaña de un candidato es un recurso documental, casi un subgénero, harto conocido (Landes ha mencionado varias veces que se fijó mucho en The war room, cinta sobre el periplo de Bill Clinton), sino porque el director ha entendido bien lo que significa la optimización de recursos, actitud/requisito indispensable para que el cine documental —que es un cine de combate, especialmente en Latinoamérica— sea posible.
En esta cinta no hay grúas en ostentoso movimiento, solo cámara al hombro. No hay producción de fragmentos docu-ficcionales, más bien secuencias en las calles y en el campo. Cine documental en su más inmediata expresión técnica: la que depende de la intuición del realizador a la hora de componer encuadres y articular el montaje. La que, debido a su naturaleza artesanal, cuida el sonido directo como una niña cuida un cachorro.
Además, hay que resaltar el trabajo de investigación y acercamiento. Buena calificación aquí también. La semblanza que vemos registrada en la pantalla es el resultado de todos los mecanismos de entrevista que le permitieron al realizador captar la intimidad del personaje, para trenzar una cinta que, sin dejar de ser documental de acción (de La Paz a Cochabamba, de allí a El Chapare, a Santa Cruz y de vuelta), es, sobre todo, discursiva. Las palabras de Evo, de Álvaro García Linera (su candidato a vicepresidente), de Leonilda Zurita (mujer fuerte del Movimiento al Socialismo), pero también las del chofer y la peluquera del candidato, dan forma a un rostro y, por supuesto, a una emergente actitud política, resultado de la articulación sindical. Porque, cerca de la mitad de la cinta, Evo se convierte casi en una excusa para radiografiar la situación del movimiento cocalero de El Chapare durante las elecciones, aunque sin soslayar su génesis histórico, para lo que Landes echa mano de impactantes imágenes de archivo, que muestran los enfrentamientos entre indígenas y ejército a principios de los 90.
Jordi Costa, crítico de El País de España, expresó que el realizador, además, “invoca el humanismo sin edulcorar de documentalistas brasileños como Eduardo Coutinho y Joao Moreira Salles”. Y es que su propuesta no es, en ningún momento, tendenciosa. Lo que busca es un registro lo más humano posible de Morales y, por eso mismo, contradictorio. Al final, se van incluyendo las voces de sus opositores, en una narración sin baches, diríase entretenida. Para los estudiosos de la cultura y la historia política de los pueblos latinoamericanos, Cocalero es un trabajo imperdible.