“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Lucrecia Martel: una directora con cabeza
    Por Diego Batlle

    El cine de Lucrecia Martel es de esos que dividen aguas entre críticos, entre el público (que suele salir extasiado o furioso de la sala). Espero, por lo tanto, que este texto sirva como disparador para un debate inteligente, apasionado, sin chicanas ni prejuicios, sobre la reducida, pero muy rica filmografía de la directora salteña, y sobre su lugar en el actual contexto del cine argentino.

    Tal como ya había ocurrido en Berlín 2001 con La ciénaga y en Cannes 2004 con La niña santa (estuve en ambos festivales para comprobarlo), La mujer sin cabeza tuvo en la reciente edición de Cannes una respuesta muy dividida. Si bien la reacción estuvo muy lejos del "escándalo" o de los "abucheos masivos" que indicaron con bastante exageración y mucha malicia un par de agencias de noticias y que aquí reprodujeron de inmediato y sin ningún chequeo con sus enviados las ediciones electrónicas de Clarín, La Nación, Crítica de la Argentina y varios otros medios, también es cierto que a muchos críticos no les gustó ni medio. Hasta el prestigioso y progre diario francés Libération —que ofrece una de las mejores y más amplias coberturas de Cannes— apenas publicó cuatro o cinco líneas admitiendo que no la habían "entendido".

    Se generó, así, un efecto bola de nieve totalmente injustificado (fueron tres o cuatro periodistas italianos con mala leche los únicos que silbaron al final de la proyección de prensa) que provocó incluso que los temerosos productores y distribuidores del filme decidieran postergar por tres meses el estreno. Un absurdo total, porque la gente no se olvida de algo así en tan poco tiempo y, de hecho, yo mismo estoy haciendo ahora una crónica de los hechos. Y, en su accionar público, admitieron que desconfían de las posibilidades comerciales de su propia película.

    Al poco tiempo, de todas formas, le llegó a la por todos lados maltratada Martel la reivindicación justa por parte de los críticos que más (me) importan (leer aquí) y, hace unos días, su tercer largometraje fue confirmado para integrar la programación del Festival de Nueva York, probablemente el más prestigioso del mundo ya que está curado por un dream-team de programadores y no apuesta a la cantidad, sino a la calidad.

    Los filmes previos de Martel —pese a que también soportaron ataques decididamente tan demoledores como injustificados (no sé por qué determinada gente que ya sabe cómo son sus trabajos se empeña en denostarla)— se defendieron bastante bien en lo comercial: La ciénaga vendió casi 120 000 entradas y La niña santa, 105 000. Los tiempos han cambiado (para mal) y el nicho de mercado "cinéfilo" para las películas más exigentes, ambiciosas y vanguardistas, como es el caso de La mujer sin cabeza, se ha reducido enormemente. Este demorado estreno, por lo tanto, será un buen caso testigo para ver cuán grande es ese deterioro.

    El cine sutil, climático, virtuoso, profundo y decididamente anticonvencional de Lucrecia Martel no está pensado para la mirada superficial ni concebido con la habitual demagogia de muchas películas que buscan conseguir, como sea, la adhesión inmediata, la emoción directa y el aplauso fácil.

    Luego de sus dos trabajos anteriores, Martel podría haber optado por apaciguar sus ansias de experimentación con la imagen, el sonido, los tempos narrativos y, sin embargo, lejos de intentar congraciarse con el "gran" público, redobló la apuesta con una película aún más arriesgada, que obliga a una participación amplia y activa (tanto en lo intelectual como en lo sensorial) por parte de un espectador que, lamentablemente, se ha acostumbrado a un cine predigerido. Y, luego de los excelentes resultados logrados, hasta probó trabajar con nueva directora de fotografía, nueva directora de arte y nuevo montajista.

    Estoy seguro de que en pocas horas más, cuando la película ya haya recibido el veredicto de los críticos más necios, desganados y/o conservadores de nuestro medio y comience a ser vista por el público, lloverán los cuestionamientos indignados respecto de la falta de una narración más clásica que resuelva de forma satisfactoria cada uno de los enigmas que se plantean o sobre su artificioso regodeo esteticista. Allá ellos.

    Este thriller psicológico sobre Verónica (excelente trabajo introspectivo, lleno de matices y de contradicciones íntimas de María Onetto), una odontóloga que cree haber atropellado a alguien con su auto y que tras el choque, queda en estado de shock, confusa, frágil, disociada de la realidad, casi ausente pese a que continúa con su vida cotidiana y sus relaciones afectivas, es una película llena de hallazgos, de momentos que —me animo a escribirlo— bordean lo sublime, lo genial.

    Cada plano de La mujer sin cabeza es una obra de arte en sí mismo, una demostración de las inagotables posibilidades expresivas del cine. La construcción de sentido en cada una de sus imágenes, la creación de climas visuales llenos de matices y elaborados con múltiples texturas, la minuciosa marcación actoral, el impresionante trabajo con infinitas capas de sonido (incluso de ruidos) que se complementan, se potencian o se distorsionan entre sí resultan una clase maestra de gentileza de una artista con una sensibilidad, una capacidad de observación, un grado de perfeccionismo y una dimensión artística únicas en el cine de hoy (y no solo en el argentino). Una directora con mucha cabeza.


    (Fuente: www.otroscines.com)


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