“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Blindness sumerge al espectador en sus visiones de pesadilla
    Por Anthony Kaufman

    Blindness, la adaptación de Ensayo sobre la ceguera, resulta en sus mejores momentos brillante y algo melosa en los peores; Meirelles nos revela sin embargo, un escenario apocalíptico con una intensidad visceral.

    Ambientada en una metálica y gris metrópolis moderna (en realidad São Pablo, mezclada con Montevideo), el filme  —como la novela—  abre con un hombre (Yusuke Iseya) en un automóvil que pierde súbitamente la visión ante un semáforo. Otro hombre (el guionista Don McKellar), que lo lleva hasta la casa y luego roba su auto, cae él mismo víctima de la misteriosa “ceguera blanca”. También se enfermará el doctor que atiende a la primera víctima (Mark Ruffalo) y así pronto toda la población se verá envuelta en una ceguera blanquecina, todos, excepto,  inexplicablemente, la mujer del médico (Julianne Moore).

    Meirelles, trabajando conjuntamente con su fotógrafo Brasileño César Charlone, representa la explosión de la epidemia de ceguera blanquecina mediante cuadros borrosos y sobrexpuestos. Las imágenes son ensoñadoramente bellas y quieren transmitir al espectador el sufrimiento de los protagonistas (el cual es evocado en la novela mediante la ausencia de signos de puntuación y el uso de la técnica narrativa del fluir de la conciencia). Pero el filme no invierte mucho tiempo en demostrar el terror de la epidemia o la  irracionalidad con que se propaga. Curiosamente, no es la ceguera que todo lo abarca lo que enloquece a los personajes, sino los conflictos que surgen entre ellos.

    Como Saramago, Meirelles no se preocupa por las características médicas o  psicológicas de la ceguera ni del destino particular de ningún personaje, sino en el destino de la humanidad en su conjunto. (Esta es por supuesto una gran metáfora — “el ser humano es ciego”— si bien resulta algo simplista). El personaje de Moore es el más desarrollado, pero ella como todos los habitantes de esta ciudad carecen de nombre o pasado.

    La alegoría resulta más efectiva en pasajes como el que presta una atención esteticista a la desnudez de los cuerpos de todos las formas, tamaños y edades. Pero cuando los alrededor de seis personajes que se nos han presentado —representando toda la gama de razas y orígenes sociales— coinciden en la misma sala de hospital en el mismo centro de detención, la representación resulta muy teatral y recuerda uno de los episodios de Twilight Zone.

    Sin embargo, a medida que el centro de cuarentena se atesta de cuerpos desechos y detrito, el filme encuentra el pulso de una estética propia; el sarcasmo y la locura se apoderan de la película. El infierno no está en la ceguera, sino en  los otros, especialmente cuando se ven atrapados en un hospital psiquiátrico con la apariencia del escenario de un musical demente. La tensión alcanza su clima cuando aparece Gael García interpretando un enloquecido médico de ojos salvajes que se autoproclama rey cristianizado y se apodera de los suministros alimenticios del hospital. Cuando él y sus cómplices comienzan a exigir mujeres a cambio de la manutención, el filme alcanza la máxima expresión de la degradación  y la misantropía humana.

    A partir de este momento se produce una recaída de lo que sería como un tercer acto del filme. Una lluvia de prístina resolución borra todos los traumas del filme, después de todo esta es una película de la Miramax, incluso Children of Men, una similar aventura apocalíptica de 2006, tenía un final feliz.

    Blindness resulta más efectiva cuando no trata de transmitir ningún mensaje o idea, sino solo expresar la cruda desesperación de los personajes. En escenas como en las que contemplamos a Moore (excelente en su rol) cometer un acto de venganza sangrienta o escapando de una  horda de humanos que huelen su cargamento de carne. Blindness sumerge al espectador en sus visiones de pesadilla y se atreve a invitarnos a contemplar como la humanidad —tanto a nivel gubernamental como individual— es incapaz de enfrentar los momentos de caos. Si consideramos los titulares de los tiempos en que vivimos, ello resulta suficientemente profundo.

    Blindness Adap Nails the Bleak Before Succumbing to the Sap
    By Anthony Kaufman

    The most recent example of bleak chic, Fernando Meirelles's mostly harrowing adaptation of José Saramago's international bestseller Blindness mixes the high-velocity pace and stylishness of the Brazilian director's breakout City of God with the Portuguese author's thinly metaphysical horror thriller. Unflinching at best and treacly at worst, the film unveils its apocalyptic scenario with visceral intensity, but lacks the emotional sophistication to rise above schadenfreude kicks.

    Set in a gray and metallic modern metropolis (actually São Paolo, later mixed in with Montevideo), the film—like the novel—opens with a man (Yusuke Iseya) in a car stopped at a traffic light who suddenly loses his vision. Another man (screenwriter Don McKellar), who drives him home and later steals his car, also falls prey to the mysterious "white blindness," as does the first victim's doctor (Mark Ruffalo). Soon, the entire human population finds itself engulfed in a milky sightlessness save, inexplicably, one: the doctor's wife (Julianne Moore).   

    Meirelles, working with his Brazilian cinematographer, César Charlone, establishes the plague's outbreak with visual flair, evoking the experience of the ivory blindness through blurry and brightly overexposed frames. The images are dreamily beautiful and attempt to give the viewer a palpable sense of the protagonists' plight (which the novel evokes with its lack of punctuation and stream-of-consciousness prose). But the film doesn't spend much time or attention probing the actual terror of the affliction or the cruel randomness with which it strikes. Curiously, it's not the all-encompassing whiteout that freaks out the characters so much as the conflicts that arise between them.

    Like Saramago, Meirelles doesn't care about the medical or psychological specifics of blindness, nor is he interested in the fate of any one human, but rather humanity as a whole. (There's obviously a grand metaphor here—people are "blind"—but it's pretty simplistic.) Moore's sole seer may be the most fleshed-out, but like the city in which they live, none of the characters have names (or backstories).

    The allegory works occasionally, as in the film's artful attention to naked bodies of all shapes, sizes, and ages. On the other hand, when the six or so characters we've met before—representing a convenient array of varying races and backgrounds—all coincidentally show up in the same hospital room in the same large detention center, the theatrical setup awkwardly recalls any number of Twilight Zone episodes.

    However, as the quarantine facility overcrowds with more bodies, waste, and detritus, Blindness finds its compelling way. Muck and madness takes over. Yes, Hell is other people, especially when trapped in a rundown mental hospital that looks like Titicut Follies's Bridgewater. The tension ratchets up another notch when a wild-eyed Gael García Bernal arrives as a self-christened "King" and takes control of the hospital's food supply. When he and his gang eventually demand women in exchange for sustenance, the film reaches its apex of moral degradation and misanthropy.

    From there, it's all downhill. In the meandering third act, cleansing rains and precious resolutions wash away most of the trauma—this is a Miramax movie, after all. Even Children of Men, 2006's exhilarating, similarly apocalyptic adventure, had a hopeful ending. For more trenchant Armageddon, there's Michael Haneke's Time of the Wolf; for more tongue-in-cheek, there's Blindness scribe Don McKellar's directorial debut, Last Night; adding to the pile-up, John Hillcoat's adaptation of Cormac McCarthy's post-apocalyptic The Road comes out in November. We just can't get enough of this stuff.

    Panned in Cannes, Blindness has since lost a reportedly ponderous voiceover spoken by Danny Glover, who appears as a sagely old man with a none-too-subtle eye-patch—undoubtedly a wise move. Blindness is strongest when it's not trying to say anything, but instead conveying the sheer desperation of its characters. Whether we're watching Moore (excellent here in primal mode) commit an act of bloodthirsty vengeance with a pair of scissors or escape a horde of starving humans who can smell her stash of food, Meirelles's Blindness pulls the viewer into its nightmarish vision and dares us to watch how mankind—on the level of both governments and individuals—fails to cope in times of chaos. And considering the current headlines, maybe that's insightful enough.
    Resumen por: Fidel Jesús Quirós

    (Fuente: www.villagevoice.com)


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