Blindness, la adaptación de Ensayo sobre la ceguera, resulta en sus mejores momentos brillante y algo melosa en los peores; Meirelles nos revela sin embargo, un escenario apocalíptico con una intensidad visceral.
Ambientada en una metálica y gris metrópolis moderna (en realidad São Pablo, mezclada con Montevideo), el filme —como la novela— abre con un hombre (Yusuke Iseya) en un automóvil que pierde súbitamente la visión ante un semáforo. Otro hombre (el guionista Don McKellar), que lo lleva hasta la casa y luego roba su auto, cae él mismo víctima de la misteriosa “ceguera blanca”. También se enfermará el doctor que atiende a la primera víctima (Mark Ruffalo) y así pronto toda la población se verá envuelta en una ceguera blanquecina, todos, excepto, inexplicablemente, la mujer del médico (Julianne Moore).
Meirelles, trabajando conjuntamente con su fotógrafo Brasileño César Charlone, representa la explosión de la epidemia de ceguera blanquecina mediante cuadros borrosos y sobrexpuestos. Las imágenes son ensoñadoramente bellas y quieren transmitir al espectador el sufrimiento de los protagonistas (el cual es evocado en la novela mediante la ausencia de signos de puntuación y el uso de la técnica narrativa del fluir de la conciencia). Pero el filme no invierte mucho tiempo en demostrar el terror de la epidemia o la irracionalidad con que se propaga. Curiosamente, no es la ceguera que todo lo abarca lo que enloquece a los personajes, sino los conflictos que surgen entre ellos.
Como Saramago, Meirelles no se preocupa por las características médicas o psicológicas de la ceguera ni del destino particular de ningún personaje, sino en el destino de la humanidad en su conjunto. (Esta es por supuesto una gran metáfora — “el ser humano es ciego”— si bien resulta algo simplista). El personaje de Moore es el más desarrollado, pero ella como todos los habitantes de esta ciudad carecen de nombre o pasado.
La alegoría resulta más efectiva en pasajes como el que presta una atención esteticista a la desnudez de los cuerpos de todos las formas, tamaños y edades. Pero cuando los alrededor de seis personajes que se nos han presentado —representando toda la gama de razas y orígenes sociales— coinciden en la misma sala de hospital en el mismo centro de detención, la representación resulta muy teatral y recuerda uno de los episodios de Twilight Zone.
Sin embargo, a medida que el centro de cuarentena se atesta de cuerpos desechos y detrito, el filme encuentra el pulso de una estética propia; el sarcasmo y la locura se apoderan de la película. El infierno no está en la ceguera, sino en los otros, especialmente cuando se ven atrapados en un hospital psiquiátrico con la apariencia del escenario de un musical demente. La tensión alcanza su clima cuando aparece Gael García interpretando un enloquecido médico de ojos salvajes que se autoproclama rey cristianizado y se apodera de los suministros alimenticios del hospital. Cuando él y sus cómplices comienzan a exigir mujeres a cambio de la manutención, el filme alcanza la máxima expresión de la degradación y la misantropía humana.
A partir de este momento se produce una recaída de lo que sería como un tercer acto del filme. Una lluvia de prístina resolución borra todos los traumas del filme, después de todo esta es una película de la Miramax, incluso Children of Men, una similar aventura apocalíptica de 2006, tenía un final feliz.
Blindness resulta más efectiva cuando no trata de transmitir ningún mensaje o idea, sino solo expresar la cruda desesperación de los personajes. En escenas como en las que contemplamos a Moore (excelente en su rol) cometer un acto de venganza sangrienta o escapando de una horda de humanos que huelen su cargamento de carne. Blindness sumerge al espectador en sus visiones de pesadilla y se atreve a invitarnos a contemplar como la humanidad —tanto a nivel gubernamental como individual— es incapaz de enfrentar los momentos de caos. Si consideramos los titulares de los tiempos en que vivimos, ello resulta suficientemente profundo.