El guatemalteco Rafael Rosal declara: "El cine me salvó la vida"
Por Hilda Rodas
Aunque en estos momentos está dedicado a la producción, más que a la dirección, el director de la película Las cruces, poblado próximo, agradece a este arte el haberle brindado una forma de desahogarse y expresar sus ideales, fuera de los conflictos de la guerra, a los que estuvo vinculado.
De forma muy sincera, Rosal dice: “No se puede hablar del cine guatemalteco si se produce una película al año. Para poder ser así, se debería filmar de seis a ocho cintas en ese tiempo, y deberíamos tener unas 50”, sin embargo, sí existe en el país un movimiento interesante, que ha evolucionado.
¿Cómo empieza tu historia en el cine?
Allá por la década de 1980 había guerra en Guatemala. Era bien difícil poder estar aquí si no ibas de acuerdo con lo que ocurría. Yo hacía fotografía entonces (1986), y pensé que una buena forma de ayudar a que se supiera qué pasaba en Guatemala era aprender cine. Casualmente me enteré que se fundaría una escuela de cine de Gabriel García Márquez en (San Antonio de los Baños) Cuba. Pero aquí no había embajada cubana y el solo hecho de mencionar la palabra Cuba ya era peligroso para la “salud”. Decidí irme porque era muy probable que si me quedaba aquí me iban a matar por mis convicciones políticas y la opinión que tenía de lo que sucedía en el país.
¿Cómo manifestabas tu desacuerdo?
A los 15 años creí que la guerra era el camino de resolver las cosas y me integré a la guerrilla. Ahora, 30 años después, mis pensamientos han cambiado, pero cuando tienes 15 estás dispuesto a dar la vida por tu patria y por lo que crees que es justo. Mi campo de acción eran las comunicaciones de radio, pero en 1986 no le encontraba la razón a seguir ahí.
¿Qué hiciste?
Me fui a Nicaragua a hacerme mi examen para la escuela de Cuba, pero llegué tarde y me quedé un año para trabajar en el Instituto de Cine. Entonces llegaban muchos profesionales europeos a grabar ahí, y fue mi primera escuela. Me gradué como editor, pero no podía regresar tan confiadamente a Guatemala, así que me fui a México, donde trabajé cinco años.
¿En qué?
Estuve en la televisión universitaria, como catedrático de edición en el Centro de Capacitación Cinematográfica, e hice mis primeros documentales.
¿Cuál fue el primero?
Se llamó Bajo el reino de Xibalbá, que habla de la situación de los refugiados guatemaltecos en el sureste mexicano, condiciones de vida, por qué salieron y su lucha por regresar a su país. Tuvo muy buena recepción y fue transmitido en canales mexicanos.
¿Cuándo volviste al país?
En 1995. Tuve la suerte de encontrar a un grupo de gente que empezaba a hacer cosas en Guatemala, entre ellos Elías Jiménez, con quien iniciamos el (Festival) Ícaro en 1998, y Casa Comal, como un bar cultural en el 2000.
Sí, ustedes empezaron a proyectar la música electrónica ¿verdad?
Así es, comenzamos con el “Rave” del castillo.
¿Cuándo le entraron de lleno a las cosas del audiovisual?
Siempre. Lo único era que al principio trabajábamos de día y de noche. Luego vino (el distrito cultural) Cuatro Grados Norte y nos dio un respiro.
Regresando un poco, viniste en el 95, ¿había mucha gente trabajando en este campo además de Elías?
Era muy poco realmente. Los que estaban trabajando fuerte eran los publicistas. No veías nada más que los noticieros. El único largometraje era El silencio de Neto de Luis Argueta, de 1992. Luego se sumaron muchos cineastas independientes.
¿Ustedes imaginaron que el festival Ícaro llegaría a lograr la magnitud que tiene?
La verdad es que nuestro primer impulso fue mostrar los trabajos engavetados de la guerra. No sabíamos si íbamos a hacer el segundo siquiera. Pero tuvo muy buena estrella. Era una iniciativa que promovía el diálogo, la paz y la diversidad.
¿Cómo ha evolucionado la temática desde entonces?
Más que la temática, lo que ha cambiado es el género. En el principio lo que más se producía era el documental o la nota periodística. Diez años después, con siete largos guatemaltecos, digamos, se puede ver el nuevo enfoque. Lo que más se produce es el corto de ficción.
¿Y ello a qué se debe?
Al surgimiento de una nueva generación que está aprovechando lo que es la revolución tecnológica. Los presupuestos para hacer un corto de ficción ya no son tan elevados. Ahora existen hasta festivales de películas que se producen con celulares. Otra es la inquietud de los realizadores a inclinarse por describir el tema social actual. Es difícil encontrar una comedia, porque parece ser que no está muy divertida la situación, pero hay sátiras.
¿A estas alturas qué significa el cine para ti?
El cine me salvó la vida. Me dio la oportunidad de buscar un camino propio y expresar mis inquietudes políticas de forma independiente. Me dio voz propia, algo difícil cuando eres joven que es más fácil sumarse al montón. El cine me permitió seguir siendo yo y abrir brecha.
¿Qué pasa mientras no haya una ley nacional de cine?
Tenemos que unirnos a entidades iberoamericanas de producción audiovisual. Por ejemplo, existe una que se llama la Caaci, en la que Casa Comal ha estado como observadora haciendo un trabajo de convencimiento para integrarnos.
¿Qué significa ser miembro de la Caaci?
Si estás jugando béisbol tenés que tener derecho al bate, y ahí se reúnen todas las autoridades gubernamentales iberoamericanas en relación al cine, donde se gestan las políticas relacionadas al continente. Así tienes derecho a fondos para hacer documentales para televisión, por ejemplo.
(Fuente: Prensalibre)