“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano.
Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)
CRITICA
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La venezolana Macuro y la fuerza de un pueblo
En la ficha técnica de Macuro, la fuerza de un pueblo, de la Villa del Cine, fue escrita por Eduardo Troche y dirigida por Hernán Jabes, con Gonzalo Cubero y Sebastián Falco en los papeles principales. Pero el verdadero protagonista es coral: un pueblo costero que se organiza para luchar pacíficamente contra una empresa para obtener una planta de electricidad.
Con el filme la productora del estado retoma la línea de películas inteligentes sobre problemas de la sociedad venezolana, planteados en términos que pueden ser discutidos por todos. De ella se apartó en Comando X y Bloques, cintas de una calidad inferior a Macuro, 1, 2 y 3 mujeres, La clase y Miranda regresa.
El conflicto de Macuro era ideal para considerar con profundidad el tema de la contradicción entre la lógica del beneficio y la de la satisfacción de las necesidades humanas. La planta que la gente del pueblo pide en préstamo es aquella de la que dispone como equipo auxiliar una fábrica de cemento. Debe estar ahí, lista para usar aunque no se use, por si una falla pusiera en riesgo el cumplimiento de la meta de producción. Desempeña una función de garantía de las ganancias de los inversionistas, aunque la gente crea que está sin usar y que la comunidad podría sacarle provecho. Esta veta, la más rica del problema social, fue desaprovechada.
El guión convierte al gerente (Falco) en un villano que da la impresión de no querer prestar la planta por comodidad y egoísmo, y después remata la cuestión con una autorización del préstamo que es ignorada por él. Al abordaje de la cuestión como un asunto de maldad se añade así la exoneración de culpas de la compañía, que pareciera actuar de acuerdo con la “responsabilidad social empresarial”. Sin ese trasfondo lo que se interpone entre la gente y la satisfacción de sus necesidades no es un sistema socioeconómico como el capitalismo sino la fuerza bruta de la policía, que es el arma del egoísmo del gerente. El planteamiento crítico es de un anarquismo ingenuo.
Pero el filme es lúcido en la forma como representa la manera en que, al margen de instituciones políticas lejanas e inoperantes, surge un liderazgo comunitario no partidista, capaz de emprender exitosas acciones de protesta no violenta. El principal dirigente de la lucha, además, encarna un ideal de líder popular democrático. Desde el principio Tomás (Cubero) comienza a destacar por su capacidad de escuchar y reflexionar antes de actuar, y se va consolidando como conductor de la lucha a instancias de sus amigos, manifestando la principal virtud del político: la prudencia. Es capaz de contener a los exaltados a tiempo para que no cometan torpezas graves y a la vez ser audaz en el momento preciso para dar rápidamente el paso que conduce al triunfo. Además, emplea esa habilidad en beneficio del colectivo. En ningún momento parece pasarle por la mente la idea de convertir su liderazgo en poder sobre los demás, algo que parece carecer de sentido en el pueblo del filme.
También destaca la película por las actuaciones, en especial la de Cubero, que logra darle a Tomás el perfil exacto de quien lidera a una comunidad sin pretender ponerse nunca por encina de los demás, y la concepción del personaje del cura, que es un hombre lleno de contradicciones entre progresismo y concepciones reaccionarias, y no está a la altura de las circunstancias en que le tocó ser líder espiritual. Finalmente hay que resaltar el trabajo de dirección de fotografía en video de Daniel García, quien supo manejarse entre las situaciones opuestas de deslumbrante sol en la playa y en el mar, y las tinieblas de las noches sin luz. El trabajo trastabilla a veces, por la dificultad técnica, pero no pierde la coherencia. Es un virtuosismo que faltaba en las producciones de la Villa del Cine.
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