“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Lo más reciente de Marco Bechis: un filme que llega al corazón
    Por Álvaro Ramírez Ospina

    Sorprende encontrarse una película que llegue al corazón como si fuera una especie de puñalada aguda, certera y dolorosa. Ese filme es La tierra de los hombres rojos (2007), una producción italo-brasileña dirigida por Marco Bechis que se exhibió en el Festival de Venecia 2008 con el titulo en inglés de Bird Watchers y que en Italia está en las pantallas desde septiembre con el título italiano de La terra degli uomini rossi.

    La narración comienza con el momento en que una pequeña comunidad Guaraní-Kaiowá (en Matto Grosso al sur de Brasil) encuentra ahorcadas en el bosque a dos de sus muchachas jóvenes que al parecer se han dejado llevar por los espíritus malignos. Tadio, el líder, seguido por el chamán, decide que es hora de abandonar el resguardo que les ha sido asignado y con un grupo se trasladan a acampar en la propiedad del hacendado Moreira para reclamar de esta forma la restitución de sus tierras.

    Al entrar en contacto directo, hacendados e indígenas experimentan los roces naturales del choque de culturas. La tensión crece a medida que las hijas de Moreira establecen contactos no exentos de fascinación con los jóvenes de la tribu. Los conflictos emergen y hacia el final la confrontación es inevitable por las provocaciones mutuas.

    Acercándose al clímax del filme, Moreira, el colono blanco, recoge un puñado de tierra en sus manos y les explica a los indios, con un discurso altisonante y estudiado, que su padre es el dueño y quien abrió la selva para cultivarla 60 años atrás. La respuesta del jefe de la comunidad es muda y contundente: el hombre también se agacha para recoger un puñado de tierra y al levantarse se lo lleva a la boca, lo mastica y lo traga mientras mira fijamente los ojos del colonizador.

    No cabe duda cuál es el reclamo central de la película. Se trata del grito por un espacio donde poder sobrevivir, sin tenerse que vender a los hacendados por salarios de hambre. Uno de los muchachos se interna en la manigua y se cuelga de un árbol por dicha razón. El filme culmina con una agresión nocturna de los hacendados que lleva a que otro también se cuelgue, mientras el hacendado Moreira decide llevarse a la familia de vacaciones por tres meses, con la esperanza de que la situación se calme.

    Este filme está rodado de una manera austera, seca y ruda. La dureza de las desigualdades y la forma como viven arrinconadas y excluidos no da lugar a romanticismos de ninguna clase. El director Bechis no idealiza ninguno de los personajes y eso se pareció altamente meritorio. Los aborígenes toman licor, se emborrachan y tienen peleas entres sí, al mismo tiempo que cultivan sus tradiciones, sus danzas y sus rituales dirigidos a la madre tierra. Los colonos no están presentados de manera estereotipada. La mujer de Moreira mira a los invasores con buenos ojos e incluso les envía dinero. En este film no hay buenos ni malos, sino personajes trágicos y víctimas de la colonización, el desarraigo y el despojo. Mientras los jóvenes, a falta de opciones dignas para vivir, se suicidan.

    Un film bello, poético, pausado y de pocas palabras, lo que le da espacio al espectador para preguntarse y sufrir en carne propia la tragedia de las miles de tribus indígenas que han sobrevivido a quinientos años de oprobio y colonización.

    (Fuente: Equinoxio.org)


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