“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • Chilena y universal: La Frontera
    Por Joel Poblete

    Once años después de su estreno, La frontera mantiene con conmovedora dignidad su merecido lugar de honor en la evolución del cine chileno de las últimas tres décadas. Como ocurre con toda buena película, la historia es capaz de trascender las circunstancias históricas puntuales -tanto políticas como sociales- que podrían haber condicionado su efectividad y permanencia en el tiempo: en este caso, el hecho de que la trama se centrara en un profesor relegado a una localidad sureña en 1985, por firmar una carta pública denunciando el arresto de un colega, podría haber dado pie a un ejemplo más del cine-denuncia que extravía sus alcances artísticos bajo poco sutiles mensajes de protesta y críticas al sistema.

    Si se añade a esto la significancia de ser una de las primeras películas filmadas tras el retorno a la democracia, además de uno de los puntales de la programación en la "resurrección" de los simbólicos festivales de cine de Viña del Mar, estaba todo dado para que la ópera prima de Ricardo Larraín se convirtiera más en un manifiesto político que en una cinta de calidad.

    Y sin embargo La frontera no se quedó en la simpleza de esta alternativa gracias a un guión que va más allá de lo obvio, profundizando en la soledad y las carencias afectivas de unos personajes abandonados a rasgos casi infantiles en medio de un paisaje severo e impresionante, que sirve de eficaz contrapunto físico a sus sentimientos. Por supuesto que los elementos contingentes no están ausentes, pero se agradece que su aparición esté camuflada bajo una velada sátira como en los personajes del delegado y su ayudante, tan pronto ridículamente cómicos como ferozmente reveladores o enmarcados en metáforas directas pero efectivas como la famosa escena de la balsa.

    Si es necesario poner reparos, ahí están el desperfilado e insuficiente personaje del sacerdote en crisis de fe, la desdibujada historia de amor central o un final tan abrupto como obvio en su mensaje. Pero la reposada dirección de Larraín, la irreprochable labor de un elenco encabezado por un Patricio Contreras sobrio y concentrado, junto al el delicado trabajo de la fotografía de Héctor Ríos y la música de Jaime de Aguirre terminan por delinear una obra sincera y emotiva, de un nivel técnico que no era común por esos años en nuestro medio, lo que terminó por convertir a este filme en un referente ineludible para lo que vendría. Un drama con acertados toques de humor e ironía, una producción incuestionablemente chilena, pero capaz de ser universal en las inquietudes que mueven a sus personajes.


    (Fuente: Tomado de www.mabuse.cl)


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