“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA
  • El rostro violento de la transición
    Por Rafael Valle

    El primer largometraje chileno de Gustavo Graef-Marinose basa en un incidente verdadero: la toma de rehenes por parte de los asaltantes de un pequeño local del centro de Santiago, en octubre de 1990. Se trata de una página policial en la que el director olfateó una buena historia, que reconstruyó dándole el protagonismo al más joven de la banda de ladrones: Johnny García (el mexicano Armando Araiza), un escolar algo desbandado que termina, junto a sus colegas, cercado por policías y reporteros de TV.

    El calor es intenso en el video-club plagiado, que en realidad es la fachada de una casa de cambios ilegal. Allí Johnny sudará por el miedo, por el encierro y por el giro que va a tomar su vida, pero también por los voluptuosos encantos de Gloria (Patricia Rivera, también mexicana), la secretaria del local. Un objeto de deseo en medio del polvorín, la redención en medio del caos.

    Johnny cien pesos es la crónica de una violenta transición desde el exceso adolescente hacia el misterio de la vida adulta. Y ese filón es para Graef-Marino —coautor del guión junto a Gerardo Cáceres— la mejor metáfora para hablarnos del Chile posterior a Pinochet.

    El incidente nos lleva a las redes del imberbe nuevo orden político. Ahí está Beaucheff (Cristián Campos), el abogado del Ministerio del Interior encargado del trabajo sucio: ceder a las demandas de los secuestradores para que la casa parezca en orden. Johnny cien pesos nos da pistas de los nuevos burócratas del poder civil: un puñado de aprendices, al igual que Freddy (Willy Semler), Loco (Aldo Parodi), Washington (Rodolfo Bravo) y Johnny, los bandidos capaces de poner en jaque a los nuevos prohombres del sistema democrático.

    Gustavo Graef-Marino tiene un buen puñado de peones y su dirección de actores es una de las fortalezas de este relato cínico y burlón, con cierta vocación coral. Curiosamente, Semler, Parodi y Boris Quercia (Parker, uno de los rehenes) eran por esa época nombres ligados al Gran Circo Teatro de Andrés Pérez. Johnny cien pesos bebe de las aguas teatrales para meternos en un thriller claustrofóbico y adrenalínico.

    Los matices políticos son filosos, aunque no suficientes para sacarnos la idea de que estamos, sobre todo, ante un lúcido relato policial. Se trata de una temprana y refrescante apuesta por sacar a nuestra filmografía postdictadura de la modorra del cine de manifiestos herméticos, y llevarnos por el sendero del cine de género, sin dejar de sacudirnos en el intento.


    (Fuente: Tomado de www.mabuse.cl)


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