La escena se repite en decenas de bares tradicionales (o notables, si se quiere) a lo largo de la ciudad de Buenos Aires: munido de un cuaderno o de una pila de hojas formato A4, con birome, lápiz o, cada tanto, moderna notebook, un café doble largamente terminado y (otrora) un cenicero lleno de colillas, alguien intenta dar forma durante largas horas, día a día, a sus observaciones acerca de la vida en una gran ciudad como ésta, esperando plasmar con originalidad aquello que sus habitantes reconocen como la esencia porteña pero que difícilmente sepan cómo definir. Esto es, más allá de citar de memoria la letra del tango que mejor le cuadre a la situación.
En el interesante debut del director y guionista Hernán Gaffet, tal romántico propósito parece ser la única ocupación discernible de Sergio (Daniel Kuzniecka), un director de cine que parece tener todo el tiempo del mundo para filosofar, cortado o cerveza mediante, con su amigo Marcos (Adrián Navarro) y Duke (Claudio Rissi), el dueño del bar Garllington, acerca de casi cualquier tema bajo el sol.
Solos en Buenos Aires
Extrañamente, los tópicos permitidos para medirse en ese duelo de viveza y elocuencia criolla pretenden excluir a la política, la religión, las mujeres y, especialmente, la reciente separación de Sergio luego de encontrar a su esposa con un amante (la desopilante resolución telefónica de su descubrimiento establece el buen oído para los diálogos y la construcción de personajes que Gaffet exhibirá a lo largo de esta comedia romántica con sensibilidad masculina y lenguaje canyengue ).
Pero, por supuesto, no es extraño descubrir que las mujeres —y, silenciosamente, el miedo a la soledad que aqueja a estos personajes que hace tiempo han dejado atrás la juventud, pero aún no se han dado cuenta— son el tópico recurrente en este café que, cual mesa de los galanes de Fontanarrosa, sirve como centro neurálgico y sustento inmutable de la rutina de sus vidas. Existencias en las que, como corresponde a un manual de porteñidad como éste, la risa y el llanto están tan próximos el uno del otro como para volverse indiferenciables.
Las cosas comienzan a cambiar con la promesa de reencuentro con el tercer integrante masculino del grupo, Sebastián (el yuppie, describen sus amigos con el mismo desinterés que el film reserva a quienes mantienen horarios de oficina) y la vuelta de Valeria, antes novia y ahora amiga de todos ellos (sólido debut de Dolores Solá, cantante de La Chicana, agrupación que interpreta algunos tangos en vivo bien aprovechados dramáticamente por el film).
Sus apariciones y desapariciones alterarán la dinámica del grupo, los llenarán de dudas y, gracias a una amenaza externa que pone en peligro a este pequeño paraíso privado —una vuelta de tuerca final que sería tan forzada e igual de desprolija hasta en un film de acción—, les harán descubrir que es ya hora de abandonar la melancolía y la sorna y hacerse cargo de sus sentimientos.
Con afiladas actuaciones de todo su elenco, un guión tan sencillo como prolijo y un servicial montaje de Fernando Pardo como principales virtudes, Ciudad en celo hilvana con buen ritmo el sentimental relato que tiene para contar, sacando partido de su estructura episódica y su tono tristón para enfatizar, con unas atinadas observaciones humorísticas, el espíritu atemporal de su pintura de una Buenos Aires donde —a pesar de lo que propone el título— es amor lo que todos buscan con desesperación.
Tomado de www.lanacion.com.ar