Al cineasta cubano Daniel Díaz Torres le gustan los retos. Asume el de realizar comedias matizadas de un humor inteligente que persiste en acompañarle en la mayoría de sus obras. Quizá acepte el desafío de crear porque se ha tomado en serio que hacer reír es más difícil que hacer llorar. Aunque no le gusta hablar de sus películas antes de que estén los resultados, accedió a conversar sobre Lisanka, su próxima entrega.
La cinta cuenta con fotografía de Ángel Alderete, dirección de arte de Onelio Larralde y guión escrito a seis manos por su director junto a Eduardo del Llano y Francisco González, este último autor del cuento En el kilómetro 32, que sirvió de punto de partida para el desarrollo de la historia.
Transcurre en los albores de la década del sesenta, en un pueblo imaginario que bien pudiera encontrarse, según Díaz Torres, en el interior de la provincia La Habana. El título es el nombre de la protagonista, personaje interpretado por la debutante Miriel Ceja.
¿En qué se sustenta fundamentalmente la trama de la película?
Se desarrolla en el específico contexto que marcó una época, estos cuatro años que yo traté anteriormente en un documental de la serie Caminos de Revolución, un período en el que viví y recuerdo bastante. La película cuenta una historia de amor conflictiva, una suerte de cuadrado muy particular, una muchacha entre tres posibles amores. Cada uno la quiere a su manera, pero no la comprenden del todo como el ser humano que es, no entienden sus sentimientos y realmente no piensan mucho en ella.
¿En qué género se inscribe?
Luego del postmodernismo es muy difícil encontrar algo puro, porque todos los géneros se mezclan y también es muy difícil llegar a definiciones. Tampoco me gusta encasillar a mis películas, pero te diría que es una tragicomedia, porque a pesar de su comicidad posee situaciones trágicas que van a golpear de cierto modo al espectador. He notado que últimamente existe una tendencia anticomedia en nuestro cine, lo que me parece un lugar común y una banalidad, porque existen malas, regulares y buenas comedias, como mismo existen genios del cine que han hecho comedias y otros mediocres que se han aventurado en el género. Hacer una buena comedia es difícil, pueden quedar bien o mal, todo está en proponérselo.
¿Cuáles considera que sean los mayores retos asumidos en la realización?
Es una película que tiene muchos actores y extras, fue difícil encontrar el pueblito que me viniera perfecto y también reconstruir y arreglar muchas locaciones. Es un pueblo imaginario al que denominé Veredas de Guayabal sin decir nunca su localización, porque el cine no puede ser tan evidente. Lograr una visualidad, una imagen que esté muy ligada a cierta estética de las películas soviéticas de los años sesenta, planos un tanto abiertos realizados con lentes anchos, fue un reto que nos trazamos.
¿Y en cuanto a los actores?
Hay actores con los que siempre he querido trabajar como Enrique Molina y Jorge Alí, con el que no pude trabajar anteriormente en Camino al Edén y aquí hace un papel que me satisface mucho. Está Osvaldo Doimeadiós en un papel entre comillas secundario, pero para mí muy importante. Cuento con las actuaciones de Raúl Pomares, Paula Alí, la joven Miriel Ceja, Carlos Enrique Almirante, con actores rusos, y el actor español Jorge Palacios, que interpreta al sacerdote, entre otros. Es una historia en que cada uno defiende lo suyo optando por posturas tragicómicas.