Santiago es un largo documental acerca del fracaso de una película. Esto, pues su rodaje se produjo en 1992, pero no pudo ser editada hasta que, en 2005, su director volvió al material en busca de una razón para esa arrancada en falso. Esta relectura sirvió a Joao Moreira Salles para hilvanar una obra en torno a un personaje que no es él mismo, pero en la cual el tejido de la evocación lo arrastra a reflexionar sobre la identidad, la construcción de la memoria y, por despeje, de la propia naturaleza de lo documental.
El objetivo de su película es Santiago Badariotti Merlo, mayordomo de la mansión de los Salles durante décadas. Se trata de un hombre de origen argentino, de una cultura extraordinaria, conocimiento de lenguas de las más disímiles regiones, excelente bailarín, intérprete al piano de las obras de Beethoven, así como aficionado a mecanografiar la historia de dinastías y aristocracias de todo el mundo en vastos volúmenes que llegaron a sumar unas 30 mil páginas.
João Moreira Salles había decidido hacer esta película sin un propósito concreto mas que registrar la personalidad de uno de los principales protagonistas de las memorias de su infancia. Con apenas 29 años, por entonces no era aún uno de los principales documentalistas brasileños, sino el realizador de un programa televisivo titulado América, suerte de investigación en torno al imaginario cultural norteamericano. Con una amiga que lo ayudaría en la realización de las entrevistas y el célebre fotógrafo Walter Carvalho tras la cámara, se fueron al apartamento de Santiago, quien ya no trabajaba en la mansión, y tenía por entonces 80 años cumplidos.
Durante cinco días, en riguroso blanco y negro, con un encuadre casi perfecto que ha hecho a la crítica notar el parentesco visible con la manera de manejar los personajes típica de Yasujiro Ozu, se filmaron nueve horas de conversación en las cuales Santiago explaya su erudición y muestra los resultados de su pesquisa de toda una vida. Pero el no saber qué sentido dar a material de tanto contenido emocional hizo a Moreira guardarlo más de diez años.
Sin embargo, cuenta el director que, al visionarlo, vio de inmediato la dirección que tomaría: Santiago no sería una película sobre Santiago, sino sobre la incomprensión que el cineasta sintió entonces por el mayordomo, utilizando para ello artificios de montaje y una voz en off que reflexiona sobre el material. “En las entrevistas, dice Salles, no quería oír lo que Santiago tenía que decirme, quería que dijese lo que yo quería oír, que se pareciese al Santiago de mi infancia, a mi Santiago. De ahí las órdenes, los planos repetidos. Esa relación de patrón y empleado es también una alegoría de lo que sucede en todo el filme, entre el documentalista y su objeto. Es preciso tener consciencia de eso, ya sea que se filme a un presidente, la última palabra la tiene siempre el que lleva la cámara en la mano.”
Ante ese demoledor descubrimiento, el director emprende un trabajo de reconstrucción del material y, por tanto, de reedificación de su memoria. Ahora la imagen definitiva de Santiago no será más la visión angelada y curiosa del niño bien y su infancia luminosa, sino la feroz autocrítica de quien reconoce en el otro a alguien desconocido, un hombre único como individualidad, a quien no conociera nunca en toda su dimensión y al que no viera jamás tal cual, sino empañado por la infantil despreocupación.
De esa manera, Santiago acaba demostrando por qué es su realizador uno de los más importantes documentalistas del presente latinoamericano. Salles se atreve a exponerse y a exponer la materia prima con que trabaja, a revelar los resortes del artefacto y a discutir con la ideología del documental institucional, aquel que preserva a toda costa la inmunidad del mediador intelectual a través de cuya mirada vemos el mundo. Revelar la hechura, el funcionamiento mismo de esa mirada, la expone en tanto que ficción, y nos impone asumir la nuestra como único mecanismo de albedrío.
El crítico argentino Quintín, quien la viese en el recién concluido festival BAFICI, la calificó como “una sorpresa mayúscula”. Peleado como está últimamente con la hemorragia de documentales en los cuales el realizador se expone y hace visible la primera persona, Quintín no duda en afirmar que esta obra en particular “desmiente la regla de Filippelli y demuestra que en el cine no hay reglas a priori.” Y sigue: “Pero lo mejor de la película es la reflexión de Salles sobre los motivos por los que no pudo terminar la película anterior: una infrecuente e iluminadora autocrítica de un cineasta que actualiza la frase de Godard de que una película se critica con otra película, en este caso del mismo director. Quince años más tarde de su intento fallido, Salles descubre que el cine no es posible si no ejerce cierta generosidad con el prójimo.”
Santiago se ha estado presentando en los más importantes festivales del mundo de los pasados dos meses. Inauguró la edición última de E Tudo Verdade, se ha visto en Tribeca y ganó el más reciente festival de cine de París, con lo cual aseguró la distribución en Francia.