Rábido grito
Por Alberto Fijo
Con esta película sobre los atroces crímenes cometidos en Argentina tras el golpe militar de 1976, el chileno Marco Bechis ha logrado los Premios a la mejor película y a la mejor dirección del XXV Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. La cinta tiene un marcado sabor autobiográfico: Bechis, estudiante de 20 años, hijo de italiano y suiza-francesa, fue secuestrado y estuvo en paradero desconocido hasta su deportación por motivos políticos. Garage Olimpo es el nombre de una de las cárceles incógnitas donde se arrastraba a personas molestas para las autoridades. Allí llega María, una joven estudiante de 18 años, para ser víctima del horror, que incluye el encuentro con un amigo que está al servicio de la barbarie.
El camino adecuado para comentar -con ecuanimidad- películas con una temática tan brutal debe evitar escollos bien visibles. Nada diremos del lamentable contexto histórico de los hechos que se cuentan. La sinrazón no admite glosa. Mucho se ha escrito ya sobre la misión del cine como instrumento al servicio de la verdad, la historia y la justicia. Garage Olimpo alberga un estremecedor alegato. Un rábido grito contra el olvido de una represión criminal. Bechis cuenta una historia que abruma de tal modo que lo que sigue pudiera parecer un aséptico y pedante pedaleo estético. Tengo un buen puñado de reservas sobre un montaje deficiente que contribuye a hacer más evidentes las deficiencias de un guión poco cohesionado y excesivamente reiterativo. La película arranca mal, se estanca por momentos, se resiente del fallido intento de integración de varias historias (la hija, la madre, el torturador). Por otro lado, Bechis no parece compartir el criterio, sabiamente usado por Polanski (La muerte y la doncella, 1994), de que la narración verbal del horror coaligada con una adecuada dósis de imágenes violentas es preferible al reiterado uso de la crudeza visual. La elección de Bechis puede terminar por colapsar la capacidad de aguante del espectador.
Eficaces interpretaciones
En el haber de Garage Olimpo, reconocemos la sabia omisión de la soflama ideológica discursiva, tan desgraciadamente repetida en el cine comercial. Y las eficaces interpretaciones que beben de una sugestiva creación de personajes. Algunos apuntes del guión literario son muy bien leidos en el guión técnico: los torturadores que fichan al llegar al Garage, la ingestión apresurada del pollo asado que el carcelero trae a María, la silenciosa llamada de la puerta -brevemente- abierta del Garage. Inteligente es el uso del sonido, con ese estremecedor golpeteo lejano de las pelotas de ping-pong, guardianes entreteniendo el ocio de la muerte.
Planos aéreos de Buenos Aires
En lo visual, salvado un desafortunado -por insistente- punto de vista cenital, quedan bastantes secuencias muy bien resueltas, unos eficaces insertos de planos aéreos del gran Buenos Aires, un hermoso y terrible final. Me contaba José Luis Ruiz, buen amigo y fundador del Festival onubense, que tras ver La noche de los lápices (Hector Oliveiría, Argentina,1986) tuvo que pedir a sus acompañantes que le dejaran -por un rato- a solas con su espanto. Un servidor no tuvo cuerpo, ni alma, ni ganas, para quedarse al cocktail que ponía punto y final a esta edición del Festival de Huelva. Y recordé al bueno de José Hierro (Yepes Cocktail. Libro de las alucinaciones, 1965). Me puse a hablar con mi Dios y con Juan de la Cruz sobre aquellos versos lacerantes de Charles Baudelaire (Spleen. Las flores del mal, 1857):
Cuando el cielo caído pesa como una losa
sobre el gimiente espíritu, sumido en su letargo,
y el horizonte es una terrible cosa
que hace eterna la noche y el día más amargo;
cuando el mundo es igual que un calabozo frío
donde, como un murciélago a ciegas, bate el ala
la esperanza en el muro [...]
(Fuente: filasiete.com)