“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • En busca de la otredad
    Por Alvaro Fernández

    ¿Quién no ha deseado cambiar de identidad con el fin de escapar de la atroz cotidianidad? Quizá esta pregunta se la planteó Ariel Rotter, el director de El otro, cinta argentina que fue confeccionada con apoyos suizos, holandeses, alemanes y argentinos, y que ya ha dado alguna vuelta por distintos festivales.

    Jesús Desouza (Julio Chávez), mostrando grandes dotes en la actuación, interpreta a un abogado atrapado en el transcurrir del tiempo y los rígidos roles de la sociedad contemporánea. De pronto realiza un viaje hacia el sur, a un pueblo lejano, más que a kilómetros de distancia, lejos de un entorno cultural capitalino en el que se define como buen hijo de un padre enfermo que seduce con la muerte, de una esposa que coquetea con la vida, es decir, que lo convertirá en padre (sin aun emanciparse como hijo).

    Si nos introducimos en el personaje, bien podríamos decir que, como el mismo espectador, nunca imaginó cada breve giro de tuerca que daría su vida en un viaje lleno de espontaneidad de la que sería sobresaliente objeto, y de un destino del que sería activo sujeto. Jesús de pronto se instala en un hotel mientras huye de todo lo que evoque su vida, o bien, su identidad. De pronto se llama Juan, médico de oficio, luego se llama Lucio cuando inicia un pasional amorío con una mujer del pueblo (María Aucedo).

    Tras un par de días de travesía por remotos parajes rurales, donde es víctima de la noche que lo obliga a dormir en el sitio menos esperado o donde ya es un vouyerista que mira a bañistas adolescentes entre alguna que se desnuda; vuelve a su vida de hijo y de esposo, a un Buenos Aires que podría ser cualquier lugar del mundo. En ese sentido, también el pueblo del sur, podría fungir como cualquier pueblo del sur de cualquier país. Entonces el sur se convierte en lugar mítico y espacio simbólico para huir de la vida que impone roles.

    Ariel Rotter, representa la vida del hombre común que se enfrenta al envejecimiento diario. Y lo hace acudiendo a un lenguaje cinematográfico fresco, que escapa de la convención -como su mismo personaje-, a una mirada nueva posada en su propio realismo con todo y transparencia en la continuidad del montaje y al interior del plano, ahí donde cobra vida el cuerpo y el tiempo, el viaje y la enigmática otredad.


    (Fuente: Días de Cine, suplemento de La Jornada, Jalisco)


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