La sangre y la lluvia, la película colombiana dirigida por el caleño Jorge Nava, usa y explota la lluvia como elemento protagónico y lo combina con otro que el cine nacional no abandona: la violencia. La lluvia a través de la historia del cine ha sido clave en innumerables películas, como Cantando bajo la lluvia (mi preferida), el hermoso musical de Hollywood, o más recientemente, Lluvia, de la argentina Paula Hernández.
En las primeras escenas de La sangre y la lluvia, podemos admirar la belleza que tiene el agua al caer, a pesar de que la lluvia transmite por lo regular una sensación de frío y soledad. Y es allí, desde sus inicios, donde se puede percatar que la lluvia será un elemento esencial en el desarrollo de esta película, aunque el título nos daba ya esa certeza.
La lluvia pasa a ser un protagonista más y está presente en los momentos más críticos de la película; entra como personaje que inyecta tensión y expectativa cuando hay algo que resolver, o cuando sus personajes atraviesan por momentos decisivos, en contraste con las escenas donde no hay lluvia, como cuando finalmente amanece. Todo ha concluido. No hay lluvia. Es otro día.
Esta historia, un tanto húmeda, gira alrededor de dos personajes interpretados por Quique Mendoza (Jorge) y Gloria Montoya (Ángela), dos desconocidos que a partir de un accidente quedan unidos de forma irremediable, algo que parecía esperarse, que era predecible dadas las condiciones de su encuentro y la aparente dificultad para coger cada uno por su lado.
Una Ángela hermosa, adicta, nocturna y desinhibida, junto a un taxista dolido por el asesinato reciente de su hermano, son la combinación perfecta para la violencia, pues todo nos dirige a pensar que será así, ya que son otros más de los personajes sin futuro a que estamos tan acostumbrados en las producciones nacionales. Todo esto ayudado por el entorno que los rodea: sitios sórdidos, personas violentas y decadentes como el teniente González y sus secuaces, McGiver y Mena, hacen pensar que no hay una solución esperanzadora para el conflicto que plantea esta película.
Y es que la historia, aunque bien contada, no nos deja lugar para sorpresas. Aunque bien hecha, no nos deja imágenes nuevas, más de lo mismo: sangre, prostitutas, armas, malas palabras. Y es una lástima porque el director logra captar muy bien el ambiente nocturno de algunos de los sitios más peligrosos de Bogotá, y donde sus protagonistas logran ser creíbles por su buena actuación.
La película además de la lluvia exalta lo urbano y sus vicios. La noche aparentemente quieta esconde en sus entrañas un corazón que palpita a otro compás. Esta ciudad grande refugia a personas que no duermen o que no quieren dormir, pues existe vida en la noche; gente que trabaja, que disfruta, que vive para la noche y en la noche, una Bogotá que ha sido poco contada pero que tiene los mismos ritmos de cualquier ciudad en el mundo, que siempre será inhóspita para quien no la conoce ni sabe habitarla, para los otros que sólo saben vivir de día.
Este guión realizado por tres personas, Carlos Henao, Corinne-Alize Le Maoult y el director Jorge Nava, logró ser reconocido internacionalmente (Produire au Sud Selection de Nantes, Script and Development de Rótterdam y Laboratorio de guiones del Sundance Institute) y muestra que aunque el tema de la violencia combinada con sexo y drogas es recurrente, aún funciona como fórmula para realizar películas. Y es que además de funcionar, su éxito invita a verla pues fue seleccionada también en numerosos festivales, el más representativo de ellos, el Festival de Cine de Venecia. Y esto es un gran logro para el cine nacional, tan desierto de triunfos y tan necesitado de reconocimientos.