Si hacer cine en México es difícil, figurar lo es más. Pero esas complicaciones jamás preocuparon a la realizadora María Novaro, quien siempre ha tenido muy claro qué contar en la gran pantalla y, además, se ha rodeado de los talentos más selectos para hacerlo. El andar de Novaro en el séptimo arte comenzó en 1982, pero fue en 1991 cuando le dio el primer campanazo a la taquilla y a la crítica de forma simultanea con la célebre Danzón, cinta donde su trabajo tras las cámaras fue complementado de forma redonda por una brillante María Rojo.
Aunque su nombre se ha convertido en uno de los más respetados en el ambiente artístico nacional y su presencia impone, Novaro sigue siendo una mujer con los pies en la tierra. Desde su llegada al Festival Internacional de Cine en Guadalajara se ha comportado con humildad, repartiendo besos y abrazos entre sus amigos más entrañables. Participó además en el homenaje que se le ofreció el pasado sábado a María Rojo en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara y esta semana presentará la película Las buenas hierbas.
Con México en la piel
Quienes han seguido la filmografía de María Novaro habrán notado su gusto por incluir en varias de sus producciones elementos de la cultura popular mexicana e incluso prehispánicos. Sobre ello, la directora reconoce en charla con este periódico que siempre ha sido un orgullo reflejar las raíces culturales mexicanas en cada uno de sus trabajos y el que presenta, titulado Las buenas yerbas, sigue el mismo sendero.
El FICG ha sido emocional y profesionalmente muy intenso para usted, ¿no?
Sí, ha sido una fiesta que sobre todo se ha destacado por ser emotiva. Encontrarme con tanta gente, colegas y amigos después de tanto tiempo es hermoso. Además, podemos intercambiar impresiones de cómo se encuentra la cartelera de cine mexicana. A todo lo anterior hay que agregar que este año presento una nueva película, Las buenas hierbas. El que el público la pueda ver es un viaje emocionante.
¿Qué camino tomó con su trabajo más reciente?
Las buenas yerbas es una película muy íntima, un viaje emocional y lo que intentaba contar en la trama es el proceso de la vida, el camino que se transita del nacimiento hasta la muerte. Es la historia de una madre y una hija. La mamá tiene Alzenheimer, la hija la va perdiendo poco a poco. En la película quien interpreta a la mamá estudia la medicina herbolaria. Retoma elementos de la cultura prehispánica y de allí viene el nombre de Las buenas hierbas.
Llama la atención que en varios de sus trabajos usted apele a elementos clásicos de la cultura mexicana para narrar la historia en turno. ¿Dónde nace esta inquietud?
Es mi cultura, es mi raíz, mi manera de ver la vida, mi fortaleza. Tengo la suerte de venir de una cultura muy rica y eso se refleja en mis propuestas y no puedo sino aprovecharme de ellas. Algunos de los comentarios que he recibido en estos días y que me han dado gusto escuchar es que definen a mi película como “muy mexicana”. Odiaría que mis películas fueran neutras y no se supiera de donde son. Por supuestos que son mexicanas, que son hechas por una mujer.
Usted define sus películas como “muy mexicanas”, pero han alcanzado el éxito universal. ¿Le sorprende?
Lo aprendí con Danzón. Dicen que cuanto más identidad con un país tienen las películas, más universales se vuelven las historias. Lo he tratado de aplicar en todos los proyectos que emprendo.
Tras el FICG, ¿qué sigue para usted?
Ahora estoy armando un nuevo proyecto. Será una película para niños y actuada por niños. Su título provisional es Aire y me encuentro en la escritura del proyecto.