“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • El secreto de sus ojos, la paradójica fórmula del entretenimiento
    Por Joel del Río

    Record de taquilla en su país, primer rubro exportable del cine argentino y, tal vez, latinoamericano durante 2009, ganadora del Goya como mejor película iberoamericana, nominada al Globo de Oro y al Oscar, El secreto de sus ojos parece haber descubierto el secreto de convertir en oro el celuloide. Dicho de otro modo, el director Juan José Campanella maneja a su antojo la elusiva fórmula del éxito total, arrasador, sin fisuras. Su película le gusta a casi todo el mundo, sobre todo porque combina los recodos de dos géneros tan masculinos como el thriller y el drama jurídico y político, con los desfallecimientos del melodrama retro.

    Y aquellos pocos espectadores o críticos que se atreven a indicar reservas son rechazados en bloque por los mayoritarios admiradores de una película, eso sí, indiscutiblemente, profesional, eficaz dramáticamente, entretenida y sugestiva. ¿Las reservas? Los inconformes apuntan la escasa fuerza y credibilidad de la historia de amor —expuesta de acuerdo con los vaivenes de una trama mafioso-política por momentos pavorosa—, los efectismos y gratuidades de la historia criminal, o las complacencias de parcelar la historia argentina reciente entre los buenos y cándidos izquierdistas y los viciosos y despreciables conservadores. Cualquiera es capaz de adivinar que la realidad debe ser mucho más compleja, pero, muchas veces, en términos de cine, basta con insinuar la punta del iceberg para que los espectadores puedan colegir que el bloque de hielo puede hundir cualquier «Titanic».

    Me distancio de las consideraciones que aseguran encontrarse delante de una obra maestra. Lo que más me impresiona en El secreto de sus ojos es la capacidad del guión para vehicular lo privado, incluso íntimo, hacia dimensiones sociales, políticas, reflexivas y de absoluta actualidad. La historia de Benjamín Expósito, secretario de un Juzgado de Instrucción de la ciudad de Buenos Aires, quien escribe una novela basada en un caso que lo conmovió 30 años antes, del cual fue testigo y protagonista, está pensada para sumergir al espectador en la violencia y la oscuridad del pasado. Los personajes protagónicos de esta película investigan el pasado para tratar de librarse de sus culpas, y aplican a su manera la Ley del Talión en una suerte de tácita pero muy clara invitación a que la nación completa revise en su memoria y profundice en el empeño de administrar justicia y nunca venganza.

    Ricardo Darín ha sido protagonista de todas las películas anteriores de Campanella. Aquí es el perdedor por antonomasia durante casi todo el filme, a veces quien lo ve puede ser incapaz de precisar si está jugando la carta de la contención o es que solo puede interpretarse a sí mismo, en un perfil bajo y cercano a la inexpresión. Si bien la química con Soledad Villamil —esplendorosa todo el tiempo y en todos los sentidos— tal vez carezca de las chispas requeridas por la trama romántica, que en ocasiones parece forzada, impuesta a un filme de corte criminal mucho más logrado, Darín le ofrece excelente réplica, por contraste, a la torpeza e incontinencia verbal de su amigo, interpretado «heroicamente» por Guillermo Francella, ese mito de los programas cómicos de la televisión argentina.

    Desde El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda Campanella había demostrado facilidad para aplicarle al cine argentino la solidez narrativa y genérica, los diálogos impactantes y la eficacia en la dirección de actores que aprendió mayormente mientras trabajaba en la televisión norteamericana. Otra vez, el cine argentino ha resuelto satisfactoriamente —al igual que en la legendaria Tiempo de revancha— la supuesta contradicción entre cine de calidad y producto habilitado para recrear. Bienvenida sea, de nuevo, la lección sobre cómo entretener sin renunciar al pensamiento ni a la emoción, en un relato fragmentario, complejo, con un trabajo de cámara que por momentos se torna prodigioso (la secuencia de la persecución en medio del estadio de fútbol inundado es una maravilla de realización e inventiva, aunque resulte del todo inverosímil desde otros puntos de vista) y la extraordinaria sensibilidad de un realizador para conocer y manipular los temas urgidos de tratamiento en la compleja urdimbre de la realidad cotidiana.


    (Fuente: Joel del Río)


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