“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Paraíso confirma la fina sensibilidad de su autor

    Aunque las comparaciones nunca son gratas, me animo a hacer algunas entre La teta asustada y Paraíso, no por hacer simples valoraciones, sino para ubicarnos en el contexto del filme del peruano Héctor Gálvez y trazar una cierta continuidad sobre el universo representado. Nuevamente estamos en una zona populosa y periférica de Lima, donde palpita no sólo el pulso de la pobreza, también el estremecimiento del éxodo forzoso del ande, el asesinato a mansalva y el ultraje uniformado cuyos recuerdos reaparecen una noche cualquiera. Además, la población busca evadirse en alguna festividad, la puesta en escena es hermética, el reparto está compuesto mayoritariamente por intérpretes no profesionales, y el protagonismo está en manos de jóvenes que sostienen una relación tirante con la familia y el entorno social, que no les ofrece otra cosa que desolación.

    Hasta ahí llegan las semejanzas, porque justamente ese hermetismo que Claudia Llosa construye en base a hipérboles, crescendos y lirismos, Paraíso lo elabora con enfática economía de recursos, trazando una mirada muy austera, colindante con el documental (para más señas, Gálvez es codirector de Lucanamarca, un trabajo que dialoga con esta opera prima de ficción). La comunidad presenta más carencias que la de Fausta y no exuda alegría, sino vive en la apatía y la amargura, principalmente los adultos.

    El relato se concentra en el grupo juvenil que ya siente el embate de su dura realidad. Coquetean con el delito, recorren la geografía agreste, buscan trabajo, exploran espacios nuevos como el circo y descubren las secuelas de un pasado de violencia que no han conocido, pero que sienten cercano por lo que ven en sus familias y allegados, y por la pérdida que ellos mismos experimentan, la muerte de su amigo “Che Loco” en manos de una pandilla rival. Justamente, la cinta empieza con una escena común en el Perú de las tres últimas décadas, la colocación de ofrendas en una tumba, humilde y apenas visible.

    En medio de la devastación, Gálvez prefiere un tono desdramatizado, sin subrayar las situaciones adversas, apelando al encuadre ancho, el corte demorado de Eric Williams que deja unos segundos más a cada plano, el gesto minimalista de sus actores, y filtrando la ironía como leit motiv, desde el propio nombre del barrio que titula el filme. En la zona ni siquiera hay gente para asaltar, se compra agua al camión cisterna y a la vez se construye una piscina, el disfraz de pollo es la graciosa metáfora del drama del desempleo, las ruinas arqueológicas atraen la avidez de riqueza expoliadora y fácil, y una de las chicas del grupo, Antuanet (Yiliana Chong), se obsesiona con las historias populares de la “mala suerte”, ese designio que parece haberse asentado sobre sus destinos.

    En el manejo coral de Paraíso, el personaje que predomina es Joaquín (Joaquín Ventura), que tiene una especie de tenue liderazgo pero igualmente está en busca de un trabajo y algo más que llene su vida. Ahí es que el circo aparece como un escape, en un acercamiento tímido y tierno que Gálvez filma con soltura, desde los primeros balanceos de Joaquín en el columpio, hasta los ensayos en el trapecio con la asistencia del mentor que admira. Estas imágenes son un ejemplo del punto de vista general de la película, fríamente expositiva y didáctica, donde la fotografía de Mario Bassino y el sonido de Francisco Adrianzén contemplan los paisajes visuales y sonoros, y los hechos ahí ocurridos, sin invadirlos.

    Se trata de un trayecto de aprendizaje, que muestra a una nueva generación que empieza a dejar lentamente el ensimismamiento y advertir la sociedad desigual y maltrecha que le espera, a la que maldice rabiosamente en ángulo picado y sin exponerse a la persecución pandillera de la que se alejan poco a poco. El problema de una propuesta tan renuente a un camino narrativo que conduzca al clímax, es que por momentos se cae en cierta laxitud, y los arrebatos de llanto y embriaguez de las personas mayores, y algunos diálogos de la patota, resultan ligeramente impostados, como la cuota de información y tensión que la cinta no puede evitar a esas alturas. En conclusión, Paraíso confirma la fina sensibilidad de su autor, sin duda inclinado por el registro más fiel posible de lo que tenga el lente por delante.


    (Fuente: cinencuentro.com)


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