“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Rabia, una película con alma
    Por Patricia Villarruel

    No se equivocaba Bertha Navarro, directora de Tequila Gang (la compañía fundada por el oscarizado Guillermo del Toro), cuando en mayo del 2008 afirmaba a El Universo que Rabia se “vendería bien” por una única razón: “es una buena cinta”. Deslumbra el tercer largometraje del cineasta ecuatoriano Sebastián Cordero que hoy se estrena en España. Llega a 50 salas del país europeo.

    No se trata de una superproducción. Es una película con alma. Con personajes de autor, complejos, nacidos de alguien que deja a su paso un rastro de ideas brillantes (Ratas, ratones, rateros y Crónicas).

    Este thriller oscuro, inquietante y conmovedor, enhebrado con buen gusto, es una adaptación de la novela homónima del argentino Sergio Bizzio. Navarro, considerada una de las mayores descubridoras del talento emergente del cine latinoamericano, solo puso una condición a la hora de participar junto a Del Toro en la producción del filme: “el responsable del guión y la dirección tenía que ser Sebastián Cordero”.

    Lo recuerda perfectamente Álvaro Augustín, director general de la productora Telecinco Cinema (España): “No teníamos otra opción pero al revisar su filmografía tampoco lo dudamos”.

    El ecuatoriano consigue un resultado notable en esta coproducción mexicano-colombiana-española. Quizás porque, como afirma Cristian Conti, productor ejecutivo de Dynamo (Colombia), es “eficientemente tenaz”. Sabe, en su opinión, “rodearse de gente muy buena, sacar lo mejor de ellos, manejarlos de manera sutil pero llegando de manera efectiva a sus objetivos”.

    Conti no se refiere únicamente a los actores. Sus palabras esconden dos nombres, el de Enrique Chediak (dirección de fotografía) y el de Eugenio Caballero (diseño de producción). Los dos forman junto a Cordero el tándem perfecto. La Sagrada Trinidad, diría Navarro.

    La trama de Rabia parece sencilla. José María (Gustavo Sánchez Parra, mexicano) labora como albañil y Rosa (Martina García, colombiana), como empleada doméstica. Una discusión lleva al inmigrante a un enfrentamiento con su capataz, que culmina con su muerte accidental. José María decide refugiarse en la mansión donde trabaja su pareja, sin contar nada a nadie, ni siquiera a ella. Es así como se convierte en testigo de la vida de Rosa en la casa de los Torres, encarnados por los españoles Concha Velasco y Xabier Elorriaga y sus hijos Marimar y Álvaro, interpretados por Iciar Bollain y Alex Brendemühl.

    Sorprende Gustavo Sánchez Parra. Soberbio, en todo su esplendor actoral. Leyó la primera versión del guión en septiembre del 2007. Tres meses después comenzó una dieta estricta. Perdió 13 kilos de un tirón.

    En la historia, el personaje se aísla por decisión propia. Él también experimentó un periodo de enclaustramiento. “Fueron días de angustia, de ansiedad. Quería comer y no podía”, recuerda.

    El encierro le ayudó a concebir su papel. Su interpretación de un extranjero ensimismado, impulsivo, aparece –como ocurre con la atmósfera de la película– cuajada de símbolos. Pero es en la locación escogida, una mansión emplazada en Bidegoian (País Vasco), donde también descansa la fuerza de la película y la estética con que está contada. Hay más de un registro de Buñuel y Polanski en Rabia. Magnífica la banda sonora: Sombras, en la voz de Julio Jaramillo y Chavela Vargas.

    No es esta una cinta sobre la inmigración. Es un fresco descorazonador de una familia venida a menos. Un lienzo donde habita la intimidad del amor, la crudeza de una creciente soledad y un desgarro que eriza la piel.


    (Fuente: Eluniverso.com)


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