“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Hermanos, el tema de la salvación de la pobreza por el talento vuelve al cine venezolano
    Por Pablo Gamba

    El tema de la salvación de la pobreza por el talento vuelve al cine venezolano en Hermano (2010), un drama deportivo de contenido social sobre el fútbol que se desarrolla en un barrio ficticio de Caracas. Estuvo presente en Maroa (2005) de Solveig Hoogesteijn, sobre una niña de la calle que encuentra la salida a través del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, y en La clase (2007) de José Antonio Varela, sobre una maestra de música y alumna del mismo sistema, y que es una crítica marxista del deseo de ser rescatado de la marginación por el reconocimiento de los méritos individuales por parte de esa institución. En la opera prima de Marcel Rasquin la esperanza de salvarse del barrio está depositada en el Caracas Fútbol Club. Pero el filme, que comienza con el hallazgo de un recién nacido botado en la basura, le da una patada al espectador deseoso de valerse del melodrama para escapar de la reflexión sobre la realidad y le saca la tarjeta roja también a la crítica ideológica abstracta del individualismo. El final es un llamado a pensar por uno mismo en el problema.

    Hermano, como dice el título, es la historia de dos hermanos: Julio y Daniel, apodado Gato por su llanto en la basura. Él se empeña en arrastrar el lazo que le une a la familia que lo salvó, y en particular a Julio, al equipo profesional que se interesa en él por su talento y su actitud. El Caracas Fútbol Club funciona sobre la base de acuerdos con cada quien por separado, pero la idea de mérito individual que maneja la empresa no entra en la cabeza de Daniel. Tampoco la de tener que competir contra alguien a quien quiere por un puesto en el equipo. Julio, en cambio, que se gana la vida con la banda de delincuentes del barrio, se deja llevar por el deber de vengar una muerte. Ese deseo lo aleja de su hermano y de la posibilidad de salvarse, por su habilidad en la cancha, de la muerte a corto plazo que es el destino que llevan escrito en la frente los que quedan para malandros. Entre ellos se levanta, además, el muro de un secreto que Daniel guarda.

    El vínculo que une a Julio a Daniel es análogo al que lo ata a la banda de delincuentes: una relación de hermanos por elección. La banda es, además, la única organización social visible en el barrio, y maneja desde el negocio de la droga hasta el equipo de fútbol local, incluida la asistencia social, el mantenimiento del orden y la administración de “justicia” a balazos. Los delincuentes integran a la comunidad bajo la autoridad paternal del jefe de la banda, pero de ninguna manera se trata de una idealización: en la “familia” que sostienen los hampones, al igual que en las unidas por la sangre, existen secretos, engaños, castigos y conflictos que no encuentran solución, y la autoridad del jefe no basta para mantener la violencia dentro del cauce de lo que resulta útil para él.

    En el equipo profesional las cosas son completamente diferentes. Julio hace manifiesto que lo sabe cuando dice, al llegar a las pruebas: “Venimos a competir”. Y luego a Daniel, cuando los ponen en equipos diferentes: “Yo soy tu examen”. Allí no cuenta ser hermano sino ser el mejor y respetar las reglas. La autoridad que ejerce el director técnico no es paternal sino semejante al de un superior militar: da órdenes y exige que se cumplan sin una contraparte de afecto ni preocupación por los subordinados. Hay un código de honor que, a diferencia de la temperatura afectiva que acompaña las buenas y malas relaciones en el barrio, exige una fría distancia.

    El momento culminante del filme es un adelanto, en la final del torneo entre barrios, de lo que ha de ser la gloria del triunfo que se alcanza por los méritos individuales, habiendo llegado a la cima por la excelencia personal, sin hermanos de sangre o por elección que valgan. Y si en la última escena de La clase Tita, la protagonista, toma una piedra para lanzársela a la policía porque se supone que debe haber adquirido conciencia de lo que es necesario hacer, el éxito que se alcanza en Hermano es un sarcasmo inesperado con acompañamiento de barra brava y eufórica, y fuegos artificiales. En vez de una conclusión, es una patada que puede sacudir expectativas y certezas para poner la cabeza del espectador en movimiento.

    Pero lo mejor de la película es que admite otros goces, además de la lectura social en la que pueden agotarse las películas de excluidos o de malandros. En primer lugar, es un drama deportivo bien logrado, con el agonizante match final de rigor. Están muy bien filmadas, además, las secuencias con cámara en mano. Dan la sensación subjetiva de estar metido en la cancha, siendo parte del juego, y desde afuera muestran ángulos diferentes de los de la mirada impersonal de la televisión, con personajes atravesados en el campo visual, por ejemplo. Está acompañada esa cámara por un acertado montaje en lo que respecta a la combinación de planos generales para entender las jugadas, sobre todo cuando realmente importan, en el partido final, y detalles del balón entre los pies y de los rostros. La edición es fundamental también para articular visualmente el concepto de hermandad. El montaje paralelo hace sentir que los personajes están unidos aunque anden por lugares diferentes.

    Otro logro de Hermano está en la expresión del vínculo de hermandad que une a Julio y a Daniel, sometido a tensión por la bifurcación del destino y la exigencia de que compitan por un puesto en el club. La comunicación se establece principalmente mediante el contacto físico, al que acompaña un continuo bromear que es pura función fática del lenguaje, comprobación reiterativa de la relación que hay entre ellos. Hay dos secuencias que sobresalen en ese sentido, una en la que los hermanos beben y bailan juntos, y la de un duelo de fútbol a torso desnudo, que tiene lugar contra el fondo de una edificación en ruinas, lugar donde Julio y Daniel suelen encontrarse a solas y que es una rica metáfora visual tanto de la calle ciega que puede ser la vida en el barrio como del deterioro del afecto por el deseo de venganza y la competencia. El parecido físico de Fernando Moreno, el actor que encarna a Daniel, con Bruce Lee –quizás de ahí también el apodo de “Gato”, por los gritos de Lee–, hace que la secuencia del uno contra uno en ese lugar evoque el duelo de ese actor y Chuck Norris en el Coliseo de Roma en El regreso del dragón (The Return of the Dragon, 1972). 

    Del género, sin embargo, se desprende también el limitado alcance de Hermano en relación con el filme que ha establecido el rasero internacional acerca de lo que debe ser hoy una película sobre los barrios: Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) de Fernando Meirelles. En una cinta de fútbol hay que robar tiempo al que puede utilizarse para desarrollar más la historia en una película de pandilleros, con el fin de dedicárselo a los partidos, que son el centro del espectáculo. El otro problema es que el final requiere de un espectador capaz de comprender el llamado a pensar, y dotado de herramientas para reflexionar sobre la película y el problema social. De otra manera podría no ir más allá de la sorpresa o la decepción.


    (Fuente: Revistavertigo.info)


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