“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

NOTICIA


  • Mirador Público #7 - El fomento al cine y audiovisual de los pueblos indígenas: una tarea pendiente
    Por Marta García

    Si hacemos un repaso de la cinematografía latinoamericana, encontramos muy pocas películas realizadas por cineastas indígenas. No necesitamos estadísticas -tampoco existen, si quisiéramos usarlas- para saber que el fomento del cine indígena es una de las grandes deudas de las políticas públicas en la región. El informe de la CAACI (Conferencia de Autoridades Audiovisuales y Cinematográficas de Iberoamérica) publicado en 2022 sobre el fomento del cine indígena, afrodescendiente y/o en lenguas originarias concluye que Iberoamérica “puede y debe ser un lugar central de creación y fomento público de las expresiones culturales indígenas y afrodescendientes en el mundo”.

    Tres años antes de ese informe, la autoridad supranacional había firmado un Compromiso con la promoción y valoración de las lenguas indígenas en el que los Estados firmantes (Argentina, Bolivia, Brasil, México, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Nicaragua, Paraguay, Perú, Portugal, República Dominicana y Uruguay) se comprometían a “proponer acciones de formación y fortalecimiento de capacidades dirigidas a realizadores indígenas y realizadores que promuevan el uso de las lenguas indígenas a través del cine y el audiovisual”.

    La CLACPI (Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas) respondió a este compromiso con un manifiesto en el que proponía “el reconocimiento del cine indígena tomando en cuenta sus procesos, sus formas de creación, producción y  difusión, trabajados con una concepción y visión propias”; así como la definición de líneas de acción y de fomento específicos “para que se fomente de manera integral al cine y audiovisual indígena”. Otro de los reclamos cruciales es la definición e interpretación que los Estados hacen del cine indígena, ya que a veces figuran como “cine indígena” películas con temáticas indígenas, rodadas en territorios o lenguas indígenas, sin que sus equipos pertenezcan a un pueblo originario.  

    Tal y como recoge el informe de la CAACI, Ecuador fue el primer país en implementar apoyos financieros específicos;  posteriormente se sumaron Colombia, México y Perú, además de Bolivia. Sin embargo, solo Colombia y México han puesto en marcha tanto líneas de financiación como otras acciones afirmativas para el fomento del cine indígena y/o afrodescendiente.

    El mismo año de la firma del Compromiso, 2019, México creó el Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC), un programa específico que buscaba responder a la histórica omisión del Estado en relación al fomento del cine indígena. A través de este programa, gestionado por IMCINE, se apoyan cada año unas 15 películas, y ya suman 71 desde su primera edición, en las que están representadas 33 lenguas originarias. Una de las particularidades de este fondo es que es adicional, es decir, es una herramienta que habilita el fortalecimiento de los proyectos para postular a otros fondos. Esta definición fue clave, y a ella se llegó tras varias reuniones con la población interesada.

    María Novaro, directora de IMCINE, lo contaba así en una entrevista reciente con LatAm cinema: “Lo primero que hice cuando asumí en el cargo fue ir a Oaxaca y a Chiapas para reunirme con los y las cineastas indígenas. A partir de ahí diseñamos el Estímulo, que surgió como un apoyo adicional, porque el reclamo más recurrente que recibí en las reuniones era sobre otro estímulo anterior que daba IMCINE. Con toda la razón reclamaban ¿por qué demonios creen, que yo cineasta indígena, puedo hacer mi película con 150 mil pesos y otra cineasta puede entrar a pedir fondos de 2, 10, 20 millones de pesos?”

    Así, el Estímulo se centra en formación y profundización en las propuestas cinematográficas y el desarrollo de capacidades para la presentación de carpetas y a diferentes fondos, incluyendo FOCINE, EFICINE y Programa Ibermedia. Los fondos que dependen del IMCINE, además, incluyen en la evaluación puntos adicionales a proyectos dirigidos por cineastas indígenas o afroamericanos.  

    De las películas apoyadas por el ECAMC, cerca de 50 están en producción, 10 en postproducción y nueve ya están finalizadas. Entre las ya terminadas destacan “Valentina y la serenidad”, segundo largometraje de la directora, guionista y actriz mixteca Ángeles Cruz que tuvo su premiere mundial en la pasada edición del Festival de Toronto; “Mamá”, ópera prima del director tsotsil Xun Sero que se estrenó en Hot Docs e IDFA; y “La raya”, segundo largometraje de la cineasta chatina Yolanda Cruz, en etapa de finalización.

    Con una larga trayectoria como cortometrajista, Cruz afirma en declaraciones a LatAm cinema que el apoyo económico del ECAMC fue fundamental, pero también el técnico: “El económico fue sumamente importante para entrenar equipo técnico local y poder pagarle a los actores locales, sin este no hubiera sido posible. En postproducción hemos recibido asesoramiento técnico y financiero, lo cual nos permite tener el tiempo para editar. En producción yo tuve 3 asesores, dirección, foto y sonido, con ellos me sentí acompañada durante el rodaje. Ahora en edición tengo una editora que me asesora y estoy en constante comunicación”.

    Precisamente con la intención de fortalecer el proceso, en 2020 el IMCINE complementó el Estímulo con una residencia en Chiapas, un espacio donde, desde 1984, comunidades indígenas de diversas latitudes realizan talleres de formación integral. Durante cinco días, los directores de los proyectos seleccionados participan en un programa de formación que incluye clases magistrales, charlas, asesorías y sesiones de pitching junto a especialistas de diversas áreas de la cinematografía.

    En la edición 2023, realizada en junio, un equipo integrado por Alberto Arnaut, Lena Esquenazi, Abril Schmucler, Tatiana Huezo, Pedro de la Garza y Ernesto Pardo brindaron asesorías a 13 cineastas de seis Estados, incluyendo a Yolanda Cruz, que comparte su experiencia: “Las reuniones fueron importantes ya que aprendimos de asesores con gran trayectoria en el cine y de nosotros mismos. Este encuentro de becados por ECAMC me ha ayudado a formar una comunidad y ahora me siento acompañada”.  

    La ficción, lo comunitario y las pantallas

    Este tipo de estímulos parecen clave para fortalecer el audiovisual que se realiza en los pueblos y comunidades indígenas desde hace décadas, una práctica comunitaria que continúa con la tradición de la comunicación oral y como herramienta para la transformación social y la afirmación cultural. Creada en el marco del primer Festival Latinoamericano de Cine y Video de los Pueblos Indígenas en 1985, la CLACPI ha sido fundamental en este proceso. Y así se impulsa también la incursión del cine indígena en la ficción, un género que habitualmente implica mayores necesidades presupuestales y estructuras. Se habilitan de esta forma otras narrativas vinculadas a la imaginación de futuros posibles, ampliando las posibilidades de la representación y fortaleciendo los imaginarios colectivos, ámbitos que si bien el cine documental está explorando cada vez más, hasta hace no tanto estaban reservadas para el cine de ficción.

    Desde su rol como directora del IMCINE, Novaro destaca: “Son culturas muy visuales y ahí ha estado su resistencia, en la resistencia cultural. Por ejemplo, en el cine tzotzil, en la región de Los Altos de Chiapas, el poder de los sueños es un tema recurrente, porque en la cultura tzotzil, los sueños son mandatos, definen tu vida. Soy socióloga y he ido muchas veces a Chiapas, pero te juro que no había entendido lo que significa el poder de los sueños para una cultura hasta que no vi las películas que empezaron a salir, “Vaychiletik”, por ejemplo. Más cinematográfico que eso, no sé qué puede haber”.

    Por otro lado, y como la propia CLACPI reclama, es necesario que haya estímulos que favorezcan la creación y producción comunitaria en base a los procesos y objetivos propios, que no necesariamente responden a los estándares de la industria.  Colombia es un buen ejemplo en este sentido. Por un lado, desde 2020 Proimágenes otorga un fondo específico para cortometrajes realizados por miembros de poblaciones indígenas, negras, raizales, palenqueras y Rrom; y desde 2022 se convoca la misma modalidad para largometraje. Por otro lado, desde otras divisiones del Ministerio de Cultura y desde el Ministerio de Tecnologi´as de la Informacio´n y las Comunicaciones a partir de la Poli´tica Pu´blica de Comunicacio´n de y para los Pueblos Indi´genas (PPCPI), se otorgan otros fondos y becas para la realización de audiovisual comunitario e indígena.

    En Bolivia, la Ley de Cine de Cine y Audiovisual que se aprobó en 2018 incluyó la especificidad el cine indígena, previendo “el fomento y la difusión del cine y audiovisual indígena originario campesino, contribuyendo a la construcción y consolidación del Estado Plurinacional y al derecho colectivo de crear y recrear un imaginario propio desde formas de producción y usos participativos y comunitarios, expresando su realidad, cosmovisiones y derechos con una mirada descolonizadora, despatriarcalizadora, transformadora e intercultural”. Este mandato se tradujo en dos líneas del Fondo de Cine que llegó a convocarse en 2020 en una categoría específica para el cine indígena, originario, campesino, afroboliviano y comunitario, por un lado; y una recomendación para el jurado de destacar el cine y audiovisual indígena originario campesino afroboliviano y comunitario en las demás convocatorias. Con la eliminación del Ministerio de las Culturas tras el golpe de Estado de Jeanine Áñez, el fondo no llegó a asignarse, pero cuando la Ley entre en vigor, el fomento del cine indígena deberá cumplirse de forma integral, incluyendo en la cuota de pantalla prevista en la misma ley.

    Este detalle no es menor, en tanto todavía no existen iniciativas para el fomento de la exhibición de cine indígena en los circuitos comerciales, un mercado copado por las producciones de Hollywood ante la escasa regulación de los Estados. Entre 2015 y 2019, el 74,6% del total de películas estrenadas en Iberoamérica fueron producciones de Estados Unidos, según datos del Panorama Iberoamericano que publica EGEDA. En ese contexto de desigualdad, el cine indígena todavía tiene menos acceso a las pantallas que las producciones no indígenas producidas en cada país. Otra asignatura pendiente para las políticas públicas.

    (Fuente: latamcinema.com)


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