La ciénaga no es solo un elocuente nombre para designar el entorno geográfico y climático que envuelve la finca donde pasan el verano las dos familas, al igual que también lo son la población de Rey Muerto y la residencia de La Mandrágora. Es además una excelente metáfora para expresar el ambiente corrompido, enfermizo, asfixiante, en el que estos insectos humanos están atrapados, como la fauna moradora de una charca, entre el barro de la pasividad, la inercia, la abulia y la resignación.
Hay una secuencia al principio de la película, en la que una vaca, sumergida hasta la cabeza en el lodazal que ha provocado la lluvia, intenta salir a tierra firme. Su muerte es prácticamente segura. Inmediatamente después, vemos a los adultos estirados al sol en sus hamacas, ebrios de vino, sus cuerpos inertes, abandonados a la desidia estival, junto a la piscina llena de agua sucia y hojas, pútrida desde hace días. Esta comparación es un buen ejemplo de ese paralelismo que la película intenta exponer, con la diferencia de que mientras que el animal todavía lucha por sobrevivir, ellos ya no lo hacen.
La ciénaga, largometraje de la debutante Lucrecia Martel, es ante todo un excelente fresco de la sociedad argentina —con sus prejuicios, sus creencias y sus distintos submundos—, y un interesante retablo de este grupo familiar sumido en su propia y agonizante rutina. Una película de esperanzas rotas y sueños frustrados que mueren en el mismo momento en que ven la luz. Una película, en definitiva, sobre el tedio existencial.
Pero es a nivel individual y narrativo donde su precisión descriptiva y de análisis es más bien pobre. Construída a base de fragmentos de vida cotidiana encadenados, como un cuadro pintado con brocha gorda, descuida intencionadamente el contorno de las historias, y nos ofrece unos personajes nebulosos en sus perfiles y en las relaciones que los unen. Este desdibujamiento es, sin embargo, uno de los principales defectos de la historia. En primer lugar porque no hay historia que contar, sino una serie de subtramas diluidas que convergen en ocasiones en un mismo hilo argumental que tampoco tiene pretensiones de serlo. En segundo lugar, porque esta pereza expositiva no acaba de esclarecer del todo las situaciones, genera una cierta ambigüedad, y al espectador le queda la sensación de que se le ha mostrado demasiado poco, no acaba de comprender ni siquiera qué se le está explicando. El gran número de personajes que aparecen a la vez, así como el abuso de la elipsis, contribuyen también a esta confusión. Así tenemos a una críada indígena que en un determinado momento huye angustiada sin que sepamos demasiado bien por qué, aunque el motivo se deje intuir débilmente; o a dos hermanos cuya relación parece estar teñida por ciertos sentimientos "impropios", pero es más lo que se presta a la imaginación que lo que se expresa explícitamente; o al padre, un hombre borracho, sin espíritu, que se tiñe el pelo (hecho que causa rechazo en su parentela), y que parece no tener pasado, al igual que tampoco tiene presente ni futuro; o a un hermano mayor que comparte habitación con una mujer madura, a pesar de que nada más hace evidente el matiz de su relación...
En segundo término, La ciénaga es una muestra de naturalidad y frescura, gracias a las interpretaciones magistralmente creíbles de un reparto en el que, junto a veteranos actores del cine argentino, encontramos también algunas jóvenes promesas. Esta espontaneidad en las actuaciones permite transmitir la forma en que el desencanto y el abandono de los adultos choca con el vigor y las ansias por experimentar y descubrir de los niños. Los adolescentes, por el contrario, ya han empezado a verse contagiados por la misma laxitud y falta de esperanza de sus padres.
La ciénaga resulta en ocasiones un atractivo ejercicio visual, que combina el realismo social y el costumbrismo familiar con una cierta poética en las imágenes, apoyada en la relación del hombre con su entorno. Pero se trata de una película, más que fría y distanciada, borrosa, débil, sin intensidad dramática, afectada a nivel narrativo y de exposición por la misma despreocupación y cansancio que embargan a sus protagonistas. Puede parecer incluso interesante verla por determinados aspectos, y en general está notablemente realizada, pero no tiene pulso, uno se queda igual después de haberla visto que cuando entró en la sala. Es, en resumen, igual de intrascendete, frugal y ociosa que el periodo de vacaciones estivales.
Tomado de www.labutaca.net