“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Volver a empezar
    Por Luis Ormaechea

    Luego de La fuga (Eduardo Mignogna) y Chiquititas - Rincón de luz (José Luis Massa), El hijo de la novia es la tercera superproducción argentina estrenada en el 2001 y tiene todos los ingredientes para convertirse en un gran éxito como sus sucesoras. Un elenco multiestelar encabezado por el taquillero Ricardo Darín y los también convocantes Héctor Alterio y Norma Aleandro, uno de los mejores directores mainstream de argentina: Juan José Campanella (El mismo amor, la misma lluvia, 1999), la cuidada producción de Pol-ka y Patagonik, y un guión que sabe combinar la risa con la emoción hacen de El hijo de la novia uno de los candidatos más firmes para el gusto del gran público, la crítica y los premios.

    Rafael Belvedere (Ricardo Darín) es un hombre de cuarenta años que no encuentra su lugar en el mundo. Su personalidad obsesiva lo lleva a creer que todo puede deternerse si él no se ocupa de cada asunto personalmente. Administra un restaurante fundado por su padre Nino (Héctor Alterio), algo que le lleva mucho tiempo y demasiados disgustos. Su alocado ritmo de vida le ha brindado un divorcio, le ha impedido pasar más tiempo junto a su hija Vicky (Gimena Nóbile) y lo ha alejado de los amigos. Rehuye constantemente el compromiso con su novia Naty (Natalia Verbeke) y hace más de un año que no visita a su madre, Norma (Norma Aleandro), que está internada en un geriátrico porque sufre el mal de Alzheimer.

    Un acontecimiento inesperado cambiará radicalmente la vida de Rafael y le dará la oportunidad de volver a empezar —o al menos, de cambiar muchas cosas—. La posibilidad de vender el restaurante a un consorcio internacional, el reencuentro con un amigo de la infancia, Juan Carlos (Eduardo Blanco), la posibilidad de perder el amor de Naty, el deseo de su padre de cumplir el viejo sueño de Norma de casarse por Iglesia, entre otras cosas, lo harán recapacitar sobre su comportamiento y conectarse con su gente y sus afectos.

    El prólogo del film brinda una clave de lectura que también indica su “espectador modelo”: hombres y mujeres de treinta años y más. Unas imágenes viradas al sepia muestran a dos niños de aproximadamente ocho años jugando. De repente, un grupo de chicos más grandes irrumpe en el lugar y los patotea. Utilizando un disfraz de El Zorro y una gomera, el pequeño Rafael defiende a su amigo de los mayores; pero, cuando el asunto empieza a complicarse, corre a refugiarse en su casa paterna, donde su madre los defiende y los agasaja con una taza de leche chocolatada y unos crocantes polvorones. Nostalgia, ternura, armonía familiar, amistad, complicidad y otras palabras similares ayudan a definir cada escena de este relato.

    Hay una evidente contradicción entre la estructura del film y la crítica que pretende hacer a la actitud egoísta de su protagonista. El mismo título y la estructura dramática ponen a Rafael en el centro de todas las situaciones. Por ejemplo: luego de descubrir que junto a su novio no puede planear ningún futuro, Naty decide dejarlo y hacer un postgrado en España. Un ramo de flores, una espera bajo la lluvia y una romántica confesión a través del portero eléctrico bastan para hacerla cambiar de opinión. Además, Ricardo Darín despliega todo su arsenal de muchacho bueno y seductor en todas y cada una de las escenas. Hasta en sus momentos más egoístas, se hace querer.

    El hijo de la novia es un film que oculta sus imperfecciones apelando a las emociones y, sobre todo, recurriendo al carisma de sus protagonistas. Héctor Alterio repite el papel que viene componiendo desde hace algunos años; pero no por ello deja de resultar eficaz y muy conmovedor. Norma Aleandro confirma que es una de las mejores actrices de nuestro cine. El resto del elenco es bastante desparejo, destacándose Claudia Fontán interpretando a Sandra, la ex esposa de Rafael. Fuera del trío protagónico, los demás personajes están construidos muy superficialmente y librados a las cualidades histriónicas de cada uno de los actores. Tomemos el caso de Juan Carlos. En sus primeras apariciones aparece como insoportable y amenaza con destruir lo poco que queda del mundo de Rafael (no es descabellado compararlo en esos momentos con el Harry compuesto por Sergi López en el film Harry, un amigo que te quiere bien —Dominik Moll, 2000—), sin embargo, no tarda en transformarse en un bufón bueno y simpático, una especie de caricatura de Roberto Benigni. Hay una pequeña participación de Alfredo Alcón interpretando a una gran estrella con sus caprichos y de Adrián Suar como el director a cargo de rodar una escena con él. Sin forzar demasiado la interpretación se podría ver este episodio como una cita de los poetas que pueblan las tramas de Eliseo Subiela.

    El hijo de la novia es, por lejos, el mejor film de los producidos por Adrián Suar; pero, al mismo tiempo, es el peor largometraje dirigido por Juan José Campanella. Si bien el espectro comprendido entre estas dos opciones es bastante amplio, seguramente servirá como orientación a los seguidores de cada uno de ellos.


    (Fuente: Revista otrocampo)


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