En la puta vida, de Beatriz Flores Silva
Por Silvina Rival
Hay ciertas películas que todos hemos visto. Son historias que evidentemente han perdido su texto original y reaparecen sin cesar una y otra vez. Las mismas temáticas con uno o dos giros nuevos, la misma trama una vez en cine, otra en la TV abierta y cada tanto en algún patético canal de cable.
Una de las clásicas en este grupo es la historia de una madre soltera que por diversas circunstancias se aboca a la prostitución. Una subespecie cuenta como la misma se enamora de su gigoló. Otra, la travesía a un país extranjero con la expectativa de realizar un último sacrificio antes de cumplir el sueño de la profesión digna. Y si todo sigue esta lógica, indefectiblemente el detonante final es el robo del pasaporte cuya consecuencia es la imposibilidad de retornar al país de origen.
Como vemos, el cine siempre nos trae historias conocidas, y no hay en ello falta grave aparente, en tanto una historia puede ser contada de múltiples maneras y en tanto un film puede retomar cualquier texto o serie de textos ya existentes. Pero no es menos cierto que ya hemos visto En la puta vida, y en la mayoría de sus versiones, en habla inglesa. En este sentido, el título se presenta un tanto engañoso, pues, a pesar de las expectativas que pudiera suscitar, nada osado será regalado al espectador. Lejos de plasmar el peso social que dicha temática merece, el film aliviana en todo su trayecto las implicancias de la prostitución, actividad que es casi una fiesta para nuestra protagonista (Elisa) y su mejor amiga. De esta manera las encrucijadas dramáticas (robo de dinero y pasaporte, asesinato de su mejor amiga, etc.) no poseen el efecto esperado. En consonancia con esto, la plaga de lugares comunes (los niños enviados a un orfanato, etc.) y la exposición de la larga tesis final de Elisa hablando a los medios de comunicación (y al espectador) desmigajan a este film, casi desintegrándolo, en algo así como una larga serie de citas del vasto conjunto de films olvidables que lo precedió. Lamentablemente nada nuevo bajo el sol.
(Fuente: Revista otrocampo)