“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Sueños robados, de Sandra Werneck, incursiona en la favela carioca

    Después de abordar relaciones de la clase-media en Pequeño diccionario amoroso (1996) y Amores posibles (2001), y realizar la biografía del roquero  bohemio de clase-media en Cazuza, el tiempo no pasa (2003), la cineasta brasileña Sandra Werneck incursiona en la favela carioca con Sueños robados. Estrenada en el Festival de Río en 2009, el filme ganó el premio del público y el de mejor actriz (Nanda Costa). Adaptado del libro As Meninas da Esquina - Diarios de Seis Adolescentes que Vivem no Lado Selvagem da Vida (Eliane Trindade, 2005), el filme retoma la temática del comercio sexual y la maternidad adolescente, ya abordados por la directora en los celebrados documentales Damas da Noite (cortometraje, 1987) y Meninas (2005). Si el libro les confiere voz a las "chicas de la esquina", el filme les concede una mirada.

    Jéssica (Nanda Costa), Sabrina (Kika Farias) y Daiane (Amanda Diniz), de 17, 16 y 14 años, sienten en la piel la precariedad de su clase social. Sufren todo  tipo de carencias: socioeconómicas (no tienen dinero), domésticas (no tienen estructura familiar), educacional (la escuela municipal no tiene aulas) y afectiva (no tienen novios). Las pasiones de cada cual reflejan un mundo desorganizado y marginal: Jéssica por un presidiario interpretado por el músico MV Bill, la historia común del cliente que propone a la profesional casamiento; Sabrina por un marginal violento e Daiane, platónicamente, por el padre ausente que no la reconoce como hija, ni quiere saber de ella. En el guión, el drama individual se intensifica en cada caso: Jéssica pierde la custodia de su hija pequeña, Sabrina es abandonada por su novio bandido cuando es embarazada e Daiane es molestada sistemáticamente por el padrastro (el marido de la tía que la cuida).

    Parte de esa juventud  lidia con esa situación ingresando en el lucrativo crimen organizado, y otra parte se refugia en las religiones evangélicas, las protagonistas optaran por la alternativa nada fácil de la prostitución. Una elección que el filme acertadamente no juzga inmoral, ellas hacen de sus cuerpos eróticos la solución para conseguir alguna independencia; y así poder comprar ropas y alimentos para la hija (Jéssica) o celulares y productos de belleza (Daiane), al mismo tiempo que también descubren el lado peligroso de la actividad: humillación, las golpizas, el estupro.

    El filme reúne varias cualidades y no se limita a la visión de la favela-infierno para exportación (Cidade de Deus, Tropa de Elite), al construir una historia basada en la brutalidad de la dialéctica guerra y paz entre las bandas y la policía. Tampoco incide en el riesgo antropológico de mirar desde arriba, lo que ocurriría si pintase la comunidad con colores vibrantes como una especie de pintura exótica. Todo lo contrario, al retratar a muchachas que, aunque jóvenes, tienen personalidad y saben enfrentar la adversidad, Sueños robados no las convierte en víctimas sentimentales (no hay escenas de auto conmiseración). Todo indica que las muchachas son víctimas de una situación social, que agrava los  males de la prostitución infantil y del abuso intrafamiliar.

    Falla en el filme solo su afán de narrativa de lo real. El realismo en Sueños robados padece de una mise-en-scéne artificial, de diálogos poco convincentes, de dispersión narrativa (los acontecimientos se extienden por más de un año). Compárese con Mujeres de la noche (Mizoguchi, 1949) de temática semejante sobre el mundo de las meretrices, en la que el director japonés articula múltiples personajes y destinos simultáneamente en escenarios miserables de posguerra, gracias a la aplicación consciente de planos largos y de una puesta en escena sutil sin grandes maniobras. En el filme de Werneck, tal vez con el objetivo de acelerar el ritmo de la extensa trama, escasean las secuencias más sosegadas de las diferentes situaciones, y la directora en todo momento proclama su presencia con recursos, como el uso obsesivo de espejos y una colocación escénica en profundidad por demás bizantina. El trabajo de la dramaturgia es oscilante en los diálogos, mientras que el talento singular de Marieta Severo consigue salvar (todas) las secuencias en que actúa.

    Finalmente, en el desenlace del guión no hay (ni podría haber) solución: cada una de las tres muchachas, con esperanzas renovadas, reorienta sus caminos: Jéssica queda novia del presidiario y consigue un abogado para intentar recuperar la custodia de su hija; Daiane se va a vivir con una amiga peluquera, de quien aprende el oficio; Sabrina se queda con el marginal en la calle. El plano final, de las tres amigas juntas distanciándose de la cámara en la noche de la favela, condensa un mensaje de amistad, optimismo y esperanza. A pesar de todo, ellas sueñan.

    Independientemente de sus deficiencias, en el panorama de un cine sobre jóvenes marcado por vampiros asépticos y bellos, criaturas azules ecologistas políticamente correctas, ultra-románticos lírico-suicidas nerds-dislocados (Os famosos e os duendes da morte, 2009) y adolescentes de clase-media en busca de autoafirmación vacía (As melhores coisas do mundo, 2010), sin hablar de las parábolas burguesas de superación y éxito (Antônia, 2007), es indiscutible que este filme posee méritos y profundiza en los espacios reflexivos sobre la juventud del Tercer Mundo.

    (Fuente: Quadradodosloucos.blogspot.com)


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