“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ARTICULO


  • La historia oficial: un film presente
    Por Fernando Perales

    Se cumplían 10 años de años del comienzo de la etapa más oscura del país; diez años desde aquella fecha significativa y dueña de una innumerable serie de recuerdos y vivencias dolorosas e imborrables. Probablemente, los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood no se habían percatado de esa singular coincidencia, cuando decidieron que ese día la película argentina La historia oficial recibiera el premio Oscar a la Mejor Película en Idioma Extranjero, ese lunes 24 de marzo de 1986.

    Luego de la obtención del premio, muchos se inclinaron a creer que ese reconocimiento tenía un fuerte sesgo político, quizás en desmedro del valor artístico del film en sí. La producción de Luis Puenzo se había estrenado el 3 de abril de 1985 y su repercusión en el público no había sido excepcional ni mucho menos.

    Pero es necesario reconocerlo, La historia oficial es un film excelente, profundamente emotivo y al mismo tiempo, propietario de una visión analítica y reflexiva del tema tratado, apoyado sobre la base fundamental de un guión perfectamente estructurado, magníficamente puesto en escena gracias a dos actuaciones excepcionales como las de Héctor Alterio y sobre todo, la de Norma Aleandro.

    Si bien a primera vista, La historia oficial está centrada sobre la búsqueda de una madre que desea conocer el origen de su hija adoptiva, en una segunda aproximación la obra de Luis Puenzo revela toda su complejidad temática y conceptual, a través del relato de los momentos previos a la caída de la dictadura, desplegando la extensa trama de actores sociales e institucionales que se solidarizaron para sostener un sistema de funcionamiento político, económico y social entre los años ‘76 y ‘83.

    Solidaridad y traición son las caras de un pacto siniestro, firmado por generales, financistas corruptos, civiles comprometidos y sacerdotes llamados a silencio, que deja en claro que solo la colaboración generosa de todos ellos podía garantizar que el Proceso no se resquebrajara.

    Para poder desentrañar esa complejidad temática, vamos a dividir el contenido de la película a partir de los ejes conceptuales que se presentan en la introducción del relato y que, desarrollándose a lo largo de todo el film le van a dar peso y consistencia dramática a la historia.

    Estos ejes son:
    1. La relación de Alicia con el pasado reciente y su actitud como profesora de historia.
    2. El conflicto entre Alicia y Roberto en torno a la búsqueda de la identidad de Gaby.
    3. La heterogénea alianza social que hizo posible la dictadura.
    4. La recepción a los exiliados y las diversas actitudes frente a la cuestión de los militantes de los años ‘70.

    1 Si la historia la escriben los que matan, eso quiere decir...
    Podemos iniciar el análisis de La historia oficial considerando que una de las fuentes que la inspira es un problema historiográfico. El título mismo de la película nos guía hacia esa perspectiva.

    En primer lugar diremos que, el diseño y la tipografía que se utilizó en los títulos de la película y en los afiches publicitarios remitía a la idea de expedientes y archivos donde la palabra “oficial” estaba cruzada como un sello en rojo sobre la palabra “historia”, dando lugar a la noción sencilla y básica de que existen una historia verdadera y otra falsa, y que es precisamente la historia verídica la que se nos está por contar.

    La historia oficial es también un film sobre la memoria. La memoria de los pueblos y la polémica escritura de los hechos del pasado en común, son temas puestos en escena por el film.

    Esas versiones del pasado ponen de manifiesto las luchas para dominar el registro de los acontecimientos históricos y construir a través de ellos, la representación que se hacen los pueblos de su propio rostro como nación.

    Argumentalmente, este eje está plasmado en la película a través de Alicia, el personaje de Norma Aleandro, una gris profesora que año tras año le enseña y transmite a sus jóvenes alumnos los hechos capitales de la historia argentina, siempre defendiendo las versiones que guardan los libros escolares. En las escenas que transcurren en el colegio, se presentan discusiones con sus alumnos en los que estos confrontan con los puntos de vista propuestos por la profesora, sobre todo en cuanto al relato de la muerte de Mariano Moreno, sobre las verdades y mentiras que se entretejen en torno de la misteriosa muerte del prócer en altamar. Los alumnos citan un párrafo de los escritos de Moreno sobre la libertad de expresión y la necesidad de difundir la verdad, dando muestra de que esas voces rebeldes fueron acalladas por los relatos que han hecho los triunfadores, sobre la historia que ellos mismos han forjado sangrientamente.

    Esta es una duplicación, un reflejo del núcleo central de la obra: el problema y el conflicto entre las historias falsificadas y las verídicas. En un primer momento, Alicia solo parece creer en las historias oficiales y canónicas, sin detenerse a pensar en su validez.

    Pero la transformación que sufrirá tanto su personalidad cívica como así también su carácter de profesora, se deberá directamente a su experiencia personal como madre de una hija adoptiva, que ha sido robada de los brazos de una mujer que ha desaparecido a manos de los grupos de tareas de la dictadura.

    Su modo de entender la historia viva, contemporánea, se transformará como consecuencia de su drama familiar y personal. Es experimentando las vicisitudes de la historia política y social de los años setenta en carne propia, de la única manera en que llegará a conocer y comprender, como docente, la verdad escondida, encubierta detrás de los relatos oficiales.

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    Cuando nos presentan a Alicia, encontramos una mujer incapaz de reconocer el verdadero rostro del drama de los desaparecidos, los secuestros y el terrorismo de Estado y las relaciones de complicidad entre diversos sectores sociales, vínculo que está representado a través del personaje de Héctor Alterio, su marido en la ficción.

    Es indignante el modo en que Alicia, siendo profesora de Historia, manifiesta un desconocimiento absoluto de la tragedia que vive la sociedad argentina o la desconfianza que muestra respecto de los relatos que escucha sobre los desaparecidos. Es el personaje de Ana (Chunchuna Villafañe), una exiliada política que regresa al país en 1983, quien en una noche de reencuentro después de varios años, le cuenta la experiencia personal como víctima de torturas, submarinos y violaciones. Le muestra el drama atroz del robo de bebés y la inmoral connivencia de las familias que los compraban sin preguntar de donde venían, como había hecho Alicia.

    Este será el detonante de la historia; es esta revelación de Ana la que va a impulsar a Alicia a investigar sobre el origen de su hija.

    Y a su vez esto transformará su conocimiento de la realidad. A pesar de que todo pasa a su lado y de que su marido es parte de ese engranaje político y económico, Alicia no sospecha nada. En este caso, no es solo miopía o descuido por parte de ella, sino que también nos muestra el poder que tuvo la fachada engañosa detrás de la cual se ocultaban las acciones reales de los grupos en el poder.

    Pero pronto, los hechos comenzarán a desafiarla. Sus alumnos le pegan en el pizarrón las hojas de un diario que contiene fotos y listas con los nombres de los desaparecidos; en una charla con el profesor de literatura del colegio, encarnado por Patricio Contreras, éste le cuenta que debió escapar de la Universidad de Cuyo por las amenazas que recibía en su contra.

    Los rumores que ella se negaba a creer empiezan a tomar consistencia. Esto es, lo que el personaje de Patricio Contreras le reprocha a ella como símbolo de una sociedad ciega, sorda y tartamuda: “Es necesario que haya gente que se niegue a creer, aún cuando todo pase frente a sus ojos, es necesaria esa complicidad para que todo funcione”.

    Finalmente, una marcha de las Abuelas de Plaza de Mayo le abrirá los ojos completamente; sorprendida y aturdida, por el peso de la evidencia reconocerá la verosimilitud de todas sus sospechas. Esto anticipa el tercer momento: el choque frontal con la verdadera identidad de su hija y la aparición de su abuela materna, la pondrán frente al rostro auténtico de una sociedad que por todos los medios se niega a creer lo que está viendo y a comprometerse con lo que está pasando.

    3 Alicia en el país del no me acuerdo
    El personaje de Norma Aleandro presenta una curva evolutiva que va del desconocimiento, la incredulidad y la debilidad, a la plenitud del saber, la verdad y la fortaleza.

    Desde que su amiga Ana siembra en ella la sospecha sobre el origen de su hija, todos los esfuerzos de Alicia estarán encaminados a informarse sobre la familia de Gaby. Primero intentará romper el pacto de silencio que le ha impuesto Roberto, su marido, desde el momento mismo de la llegada de Gaby a su casa. La veremos sumisa y obediente ante el mandato de su esposo, pero pronto la necesidad de conocer la llevará a cambiar su actitud respetuosa ante su marido, quien se niega a colaborar en su búsqueda. Todo lo hará sola; en un hospital se cruzará con una mujer mayor que se encuentra en la misma situación que ella. De la mano de esta mujer extraña y solidaria, llegará a los archivos de Abuelas de Plaza de Mayo.

    Buscará la ayuda de un cura, que se llamará a silencio, de su marido, pero éste otra vez procurará obligarla a olvidar, gritándole enfáticamente “dejá de pensar, dejá de pensar”; este hecho demuestra cuál era la actitud que esa gente pretendía de la sociedad, no pensar, no saber, y sí alguien sabía, no hablar. Y para el que hablaba, la violencia y el silenciamiento.

    4 El relato de la caída económica
    Paralelamente a esta primera historia, de la búsqueda de la identidad de los padres de la niña, nos adentramos a través del personaje de Alterio en el retrato del ocaso de la dictadura y de la caída económica del régimen y de las prácticas financieras fraudulentas a las que dieron lugar las libertades monetarias del Proceso.

    Lo más interesante es la manera en que esta parte del relato se van entrecruzando y vislumbrando en los pliegues de la historia mayor. El relato de la caída económica, está en un segundo plano y nunca se sabe bien a qué se dedica ese grupo heterogéneo, ni qué clase de negocios sucios realizan. Pero el espectador lo va percibiendo veladamente, a medida que Alicia va profundizando en la investigación sobre el origen de Gaby.

    El funcionamiento de esa organización financiera se muestra a través de señas borrosas, con su código de comunicación que nunca pasa de una opaca media voz, destinada a mantener el secreto, o se lo percibe como lo hace Alicia a través de una puerta entreabierta de la oficina de su marido, cuando ve a un conocido, Machi, gritar enloquecido y a alguien que trata de calmarlo, en una representación típica de una sesión de tortura.

    Es como si a medida que uno se mete e investiga en el tema del robo de bebés empezara a salir toda la podredumbre de esa red de operaciones económicas y financieras facilitadas por el gobierno militar, en la que se cruzan abogados, generales y financistas para dar rienda suelta al libre juego de la especulación monetaria. Es este mismo poder en las sombras, o del que solo se percibe la sombra, el que también permite los robos de bebés y demás atrocidades.

    En el círculo de amistades sociales y laborales de Roberto Ibáñez encontramos un General, un abogado y otros arribistas económicos y especuladores financieros. En la escena en la que son presentados, sobre el inicio de la película, no sabemos exactamente a qué se dedican, pero nos informan de la cercana y confianzuda relación de Roberto con el General cuando le dice “¿Cómo te va, General?”, donde se mezclan los registros, uno coloquial y otro que denota el respeto al rango, pero también la cercanía afectiva y laboral.

    El retrato de esa decadencia económica está articulado en dos etapas: en la primera, vemos como el perjudicado por los negocios de ese misterioso grupo es un tal Machi, quien en un principio anuncia lo que está por venir, cuando menciona que su mujer teme que le agarre un ataque al corazón por los problemas financieros. En ese momento uno de los miembros del clan le dice que se cuide, que cada uno debe cuidar su espalda. Luego, este presentimiento se cumplirá y se exhibirán los primeros síntomas del resquebrajamiento de esa organización. En este caso, como siempre las víctimas de los manejos financieros son terceros engañados impunemente.

    Pero la próxima víctima será el propio Roberto Ibáñez, quien será abandonado a su suerte tras la fuga de sus superiores con las valijas llenas de dinero. Si bien no queda en claro de qué se trataba ese fraude, lo importante es el gesto de la traición a los testaferros que nunca habían imaginado posible tal hecho, creyendo en una verdadera solidaridad.

    5  La incómoda recepción a los exiliados que regresan
    Aunque este eje no es el más importante, sí lo es en tanto le da espesor y le brinda sutileza al retrato de la época y de todos los actores sociales.

    Podemos reconocer este eje, en el encuentro de ex compañeras de colegio secundario al que asiste Alicia y en el cual se reencuentra con su amiga Ana. La charla de las mujeres, que ya han pasado los cuarenta, gira en torno a cómo los años han afectado a cada una de ellas. Le preguntan a Ana cuándo se fue del país, ella dice que en el año ‘78. Una de las mujeres, luego de afirmar que si los hijos de una de ellas habían desaparecido era “porque algo habrán hecho”, le pregunta recelosamente si volvía para quedarse. En esta pregunta exhibe la incomodidad y la molestia que provocaba en los sectores sociales que creían que el exilio habían sido unas largas vacaciones en otro país, la vuelta de los exiliados políticos alrededor del año 1983.

    Es justamente esa misma pregunta, la que le va a realizar Roberto, el marido de Alicia, durante la cena en su casa. “¿Viniste para quedarte?” indagando curiosamente en el futuro del enemigo, que vuelve a presentarse en el campo de batalla, para cerrar el dialogo sarcásticamente diciéndole que era la primera vez que la veía con pollera y que parecía que fuera del país le habían pulido los bordes.

    El cierre de este eje está en la escena, ya sobre el final de la película, en que Roberto se encuentra con Ana, mientras el primero intenta escapar de sus oficinas cargando en su auto todas las cajas con las pruebas en su contra, tras la fuga de sus socios financieros. En esa ocasión, Ana le dice con aire triunfante “parece que el barco se hunde”, él la golpea y le contesta, como lo hizo anteriormente en la cena, sin disimular todo su odio y rechazo, con un definitivo y explícito “habría que haberlos matados a todos”.

    Junto al fin de su opulencia e impunidad económica, se da también esta pérdida en el terreno ideológico y familiar. Las características del personaje de Roberto recorre el camino opuesto al de Alicia. Es el trayecto de victimario a víctima de su propia mano; es el recorrido de la euforia y la impunidad al ocaso y la ruina económica, moral y familiar.

    Epílogo
    Sufrir para creer, no ver para creer, ése es el estigma de la sociedad argentina.

    Hay un hecho reciente que demuestra claramente este axioma. Solo cuando la clase media sufrió los embates más absurdos e irreparables de la crisis económica, tal como lo fue “el corralito” de Domingo Cavallo, recién en ese momento rompió a luchar y a participar en esa cruzada que parecía ser por el bien común, pero que en realidad era una defensa feroz de sus conquistas de clase. La única manera que tiene para solidarizarse con el dolor ajeno es cuando sufre en carne propia los problemas comunes.

    Del mismo modo, llega Alicia a creer y a enterarse de los acontecimientos sociales, que no solo ocurren a su alrededor sino que afectan, atraviesan y destruyen a su propia familia.

    La historia oficial no es un canto de gloria a la sociedad argentina que se reconcilia con la dolorosa verdad de su pasado reciente en el mismo momento en que decide buscar y enfrentar a los culpables de la dictadura; es más bien una muestra de respeto al valor que tuvieron ciertas personas para luchar contra ese muro de silencio que había impuesto el Proceso sobre su política de terror institucional y vaciamiento económico.

    En una sociedad dictatorial donde los enunciados sobre la verdad histórica son acallados y condenados a un círculo de saberes secretos y discursos silenciados, es gracias a la sangre y la lucha de las mujeres que esa verdad es descubierta y puesta en circulación en la sociedad argentina.



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