“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Una hamaca que viaja al infinito
    Por Leandro Marques

    La realidad de los datos informa que en América del Sur la industria cinematográfica sólo pudo desarrollarse –no idealmente, por cierto– en las principales potencias del continente, Argentina y Brasil, quienes a pesar de las dificultades económicas y de recursos para llevar a la pantalla grande producciones propias, cuentan con una historia y un presente de grandes hombres y muchas películas. Por citar dos ejemplos, Glauber Rocha en Brasil y Leonardo Favio en Argentina, son hombres que hicieron del lenguaje cinematográfico una voz cultural imprescindible (es más que necesaria la aclaración de lo injusto e irresponsable de los ejemplos, porque en Argentina, al menos, habría que mencionar a generaciones enteras de nombres y grandes estrellas que fueron partícipes de una historia cargada de matices y desbordante de cine).

    Teniendo en cuenta esta introducción, se hace imperativo recalcar el valor de La hamaca paraguaya, producción con origen principal en Paraguay. Las películas son de alguna manera relatos que presentan los modos de ser y de vivir de las diversas culturas del mundo, y, desde este punto de vista, podría decirse que de este país americano se sabe muy poco. El presente largometraje, premiado en Cannes (premio de Fipresci) y en Bélgica (premio Edad de Oro en el Festival de Cine Europeo de Bruselas), cuenta además con la particularidad de que ofrece la mirada de una mujer, su directora, Paz Encina. Si Paraguay no se destaca justamente como país productor de cine, muchísimo menos frecuente todavía es que uno de sus filmes sea producto del trabajo e ideas de una mujer.

    «No somos como el resto de los latinoamericanos, no somos como los argentinos o como los mexicanos. Somos un pueblo silencioso, callado».

    Estas palabras que alguna vez Encina enunció ante la agencia AP son toda una carta de presentación. En efecto, La hamaca paraguaya irradia de principio a fin una luminosa serenidad y simpleza. Predominan los colores y texturas tenues. Los planos son pocos, bien extendidos en el tiempo, siempre fijos y casi siempre alejados de la imagen que capturan, como para garantizar la idea de una mirada con perspectiva, potenciando la riqueza visual del film. La historia propone la idea de una invisibilidad inalcanzable, inmaterial. Dos personajes que a veces charlan entre sí, o que simplemente están callados, uno al lado del otro. Bosque como contexto. Calma general.

    Los protagonistas suelen estar sentados sobre una hamaca paraguaya, una lona sólida y ancha sostenida entre dos árboles –ideal para descansar y gozar del placer del cuerpo en postura horizontal–, que se transforma para el film en el objeto concreto que conduce eternamente a ningún lugar. De fondo, brotan los sonidos de una perra quejosa y de la naturaleza en general. Cada elemento del lenguaje, fotografía, efectos sonoros, puesta en escena y organización del relato, se conjugan entre sí para construir una atmósfera calma y a la vez envolvente e interpelante. Ante cada secuencia, que es larga y paciente, el espectador puede verse seducido e inducido tenuemente a la reflexión: casi sin querer, sin proponérselo, probablemente se encuentre atravesado por las más diversas reflexiones. La hamaca paraguaya permite viajar desde la quietud. La cinta se plantea en otros tiempos, trata de trascender la idea de información y de vértigo para dejarse atrapar por la suave caricia de la contemplación.

    Los personajes, marido y mujer, campesinos, son casi ancianos. Ellos esperan a su hijo, que una vez se fue como soldado a la Guerra del Chaco –enfrentamiento entre Paraguay y Bolivia, en el año 1935, por la disputa de unas tierras–, y todavía no ha regresado. El film, entonces, aborda y hace presente su ausencia a través de recuerdos hablados, de pequeñas conversaciones entre los protagonistas, de ellos entre sí o de cada uno consigo mismo pensando en voz alta. Muchas veces surge en la superficie visual el sentimiento de resignación, pero casi siempre ella está presente al menos implícitamente, escondida detrás del optimismo o pesimismo que marido o mujer eligen adoptar como discurso. Como postura. Como filosofía. O como la manera que tienen a mano para enfrentar lo que les queda de vida.

    La directora elige un registro seco y a la vez cargado de sensibilidad para retratar el dolor e invocar con sutileza el absurdo de la guerra. De todas maneras, la película es más que nada una ventana hacia la concepción de un tiempo infinito. De una espera sin fin. Lo bueno de La hamaca paraguaya es que es un film chiquito, bello de mirar, no pretencioso, cálido casi siempre. Tal vez necesite apelar demasiado a la palabra para comunicar, en lugar de vaciarse para dejarse completar a través de los silencios o de imágenes que hablen por sí mismas. En definitiva, Encina, con mucho talento y personalidad, decidió construir una obra que describa su mirada sobre algún punto de Paraguay y de los paraguayos. Pero no por eso se olvidó de proponer un punto de vista acerca de los padecimientos del hombre en general. En todo este proceso creativo e ideológico, además, reflejó con firmeza sus elecciones vinculadas a las formas que el cine puede proponer como lenguaje. Casi demasiado para un ópera prima.

     


    (Fuente: labutaca.net)


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