Cineasta clave del cine echeverrista y el sexenio que siguió, Jaime Humberto Hermosillo pronto se reveló como un realizador a contracorriente, agregando frescura y situaciones insólitas a un cine mexicano que dejaba atrás las fórmulas más socorridas de la época de oro para explorar nuevos caminos y temáticas, en relatos intimistas donde el sexo, los secretos de familia y las ambiguas relaciones de pareja dejaban entrever pasiones frustradas, paranoias sociales y homosexualismo latente en espléndidas obras como El cumpleaños del perro (1975), La pasión según Berenice (1976), Matinée (1977), Naufragio (1977), Las apariencias engañan (1983) o Amor libre (1978).
Después en su cine empezaron a aparecer baches creativos y obviedades que le llevaron a realizar obras como Doña Herlinda y su hijo (1985) o Clandestino destino (1987), para recuperarse a principios de los noventa con Intimidades en un cuarto de baño (1989) y La tarea (1990), y de nuevo sumergirse en un complaciente cine de destape acorde a los tiempos actuales para explorar y explotar de manera incluso demasiado burda, sus temas de erotismo y sexualidad gay que fueron el sello sutil de sus primeros trabajos y ahora aparecen como una suerte de lastre que le han llevado a arrinconarse al cine digital, en el que cabe una muy válida experimentación y a su vez, una suerte de atrincheramiento creativo y confesional.
Como ocurre con Exxxorcismos (2002) su primer película en video digital, tanto El misterio de los almendros como El malogrado amor de Sebastián y El edén, realizadas entre 2003 y el presente año, Hermosillo concibe relatos de demonios interiores con escenas audaces de pasión homoerótica en tonos y géneros que van del thriller de suspenso al melodrama, y de ahí a la farsa, en la que abundan las concesiones para el retrato de amoríos homosexuales frustrados, los coqueteos con el porno gay, los giros dramáticos excesivos y poco creíbles, y el retrato de una nueva cultura homosexual que abarca por igual esferas intelectuales o gimnasios y/o centros de terapia sexual donde “el sexo es gratis. Lo que cuesta es la ternura”, con resultados tan disparejos que van del humor involuntario o la confesión lacrimógena, a los planteamientos valientes y agresivos siempre admirables en su filmografía.
Hermosillo, cineasta a quien se le deben los primeros retratos subversivos de un cine que trataba de evadir la moralina de la censura, intenta revitalizar relatos suyos como lo serían: Las apariencias engañan o Doña Herlinda y su hijo, en los que recurre a los amigos de siempre —entre intérpretes e intelectuales—, y actores fetiche de su cine como María Rojo y Alberto Estrella. El misterio de los almendros, quizá la más lograda, con un acento más clásico o tradicional en la línea del suspenso, resulta un curioso experimento con el que regresa a sus propuestas de bajo presupuesto: dos locaciones base (una oficina y una vetusta hacienda), cinco actores y una atractiva fotografía digital a cargo de Jorge Z. López, quien se ha convertido en su operador de cabecera, responsable asimismo de las imágenes de Una de dos (02) de Marcel Sisniega.
Luego de una escena de sexo entre un joven detective y su novia, en la que aquel muestra un ambiguo rechazo, éste y un colega suyo son contratados para investigar el caso de una joven desaparecida y el de una pintura suya, en una hacienda donde una viuda (María Rojo) de mente abierta vive cotidianamente rodeada de intelectuales, artistas extravagantes y homosexuales. Para ello se hacen pasar por una pareja gay y a partir de una investigación muy elemental salen a relucir sus fobias y frustraciones para descubrir que “el crimen y el acto amoroso forman una unidad” (¿?).
Por su parte, con base en un fragmento de Agápi Mu del escritor y ex dirigente estudiantil Luis González de Alba, que narra una frustrada relación homosexual entre dos jóvenes, uno de ellos casi adolescente, El malogrado amor de Sebastián, resulta una suerte de Sublime amor juvenil (gay) u Hombres, casos de la vida real. Ello, debido a largos diálogos casi de telenovela con actuaciones en la misma tónica para contar un fugaz idilio que crece en un parque público y en el departamento de un ingenuo preparatoriano de provincia (Leonardo Gaeno), roto por una tragedia que resulta excesiva y que finaliza con el ritual sacrificio de éste en un cine de ligue gay donde se exhibe Las apariencias engañan, lugar en el que es sodomizado por varios de los asistentes.
En el extremo opuesto de aquella, El edén plantea una utópica historia de regocijo sexual donde el erotismo (en particular la relación) tiene poderes terapéuticos para ancianos enfermos y cuya farsa es una mezcla del más desatado Hermosillo y Almodóvar, en la que cabe, entre otros, una mecenas tuerta (María Rojo), un líder que es madre y padre de varios jóvenes y al que llaman “Eva” (Alberto Estrella) y múltiples referencias habladas a cintas francesas.