“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Un lugar en el mundo
    Por Christian Ramírez

    No se saca mucho con anunciar a Un Lugar en el Mundo como una de las mejores películas del año. Estrenado en Chile con diez años de retraso, el filme de Adolfo Aristaraín no se ha ganado su estatus de obra mayor por su continua presencia en las listas de los críticos, sino a fuerza de madurez, belleza y un particular sentido de lo político.


    Así como hay un número limitado de formas para narrar una historia, las historias mismas parecen ser finitas y a veces no queda otra que contarlas y volverlas a contar, una y otra vez, con la esperanza de que adquieran nuevos significados o, derechamente, de que cambiemos con ellas.

    Al respecto, los hermanos Coen gastaron una de sus mejores bromas al acreditar a "La Odisea" de Homero como fuente literaria para su disparatada ¿Dónde Estás, Hermano?, comedia "on the road" que por estos lados sólo será editada en video y DVD. Más allá de los obvios chistes y referencias culteranas propias de sus películas, el tiro de los cineastas era apuntar a que la gesta de Ulises (el regreso a casa) era la primera y más básica de las historias y que en un caso extremo podía ser también la última, por no decir la única posible. Aquella de la que todas las otras emanan.

    En manos de los Coen, esta versión de la "vuelta al hogar" deviene en amable y descomprometida alegoría, pero basta imprimir un poco de urgencia para que el registro de un retorno se convierta en algo crucial, en una experiencia vital absoluta.

    No hay que ir muy lejos para buscar una. Basta con mirar Un Lugar en el Mundo.

    Estrenada en Chile con diez años de retraso, cuando toda la polémica que la rodeó en su momento se ha convertido en un dato tan amargo como trivial (la cinta argentina fue bajada a última hora de las nominadas al Oscar a Mejor Película Extranjera, aunque era favorita absoluta), la película de Adolfo Aristarain ha madurado lo suficiente como para que su audiencia capte que no se trata simplemente de una historia de retornados sino una especie de réquiem a todo un modo de pensar.

    La saga de Mario (Federico Luppi), profesor peronista que - tras volver del exilio junto a su esposa e hijo- evita volver a Buenos Aires y opta por radicarse en pleno campo, tiene sabor a utopía, derrota y western clásico, pero también a revancha y a política, lo que derechamente la convierte en un pájaro raro en estos tiempos sanitizados de ideología.

    Mario vuelve a su país para vivir de acuerdo a sus idealistas términos: pierde plata manteniendo una escuelita rural, funda una cooperativa de campesinos para negociar precios con el terrateniente y ve cómo él mismo se va convirtiendo en un artefacto del pasado. No vale la pena esquivar el punto: Aristarain dirigió esta película situándose desde una izquierda en retirada (asumida en su condición de "viejo orden" frente a los socialismos de nuevo cuño) y apoyado en la noción de que él y su héroe/alter ego pueden pasar por serios candidatos a la extinción.

    Su sentido de lo político no tiene nada que ver con la falsa nostalgia de Nueces para el Amor, el nihilismo inyectado a presión en Martín (Hache) (del propio Aristarain) o los horrores siderales de Garage Olimpo. Si hubiera que buscar parientes, uno cercano podría ser el civismo que impregnaba los mejores filmes de Jean Renoir (La Marsellesa, La Gran Ilusión) y, vaya ironía, también lo sería el lado más trágico de alguien tan derechista como John Ford.

    ¿Qué tiene que ver Aristarain, el intelectual en pie de guerra, con el más conservador de los directores? Bueno, habría que partir por igualarlos en sus niveles de desencanto.

    No es casualidad que el espacio físico y político que habita Un Lugar en el Mundo remita directamente al western y específicamente a la imaginería fordiana. Parece mentira, pero Mario - el desencantado revolucionario- tiene más que ver con el John Wayne de El Hombre que Mató a Liberty Valance (John Ford, 1962) que con los radicales-maoístas-adolescentes de Godard.

    A su modo, los dos encarnan el viejo orden, son sobrepasados por los tiempos y - aunque aman a fondo el lugar en el que viven- no vacilan en iniciar su destrucción (a través del fuego, en ambos casos) para que el proceso de la vida vuelva a renovarse, aun a costa de su propio sacrificio.

    De hecho, ambos realizadores coinciden en señalar que la verdadera amenaza contra sus héroes no radica en los malos de la película (mal que mal, el salvaje Liberty Valance y Andrada, el ambicioso terrateniente, comparten un universo moral similar al de sus enemigos). El verdadero peligro se encuentra en los forasteros - Stoddard (James Stewart), el despistado abogado de Ford, y Hans (José Sacristán), el geólogo anarquista de Aristarain- , tipos aparentemente inofensivos, pero que llegan portando una nueva ética, un modo distinto de entender el mundo que a la larga reemplazará al antiguo orden y a sus portadores.

    No extraña que tanto los personajes de Luppi y Sacristán (tal como Wayne y Stewart en Liberty Valance) se conviertan en notables compinches. No extraña que amen a la misma mujer. Eventualmente la moral de uno reemplazará la del otro. Los dados están echados.

    Si bien, tanto en el espíritu como en la forma, Un Lugar en el Mundo encuentra su espejo en Liberty Valance, existe entre las dos una diferencia crucial: el punto de vista. Mientras en Ford la mirada es derechamente espectral y desesperanzada, en Aristaraín hay un innegable (y empeñoso) ímpetu reconciliador.

    El discurso de ambas películas está enmarcado por enormes flashbacks (generados por la muerte de Wayne y el fugaz regreso de Ernesto, el hijo de Mario, a su antiguo pueblo) que se extienden por casi todo el metraje; pero mientras el del western está gatillado por los dolorosos recuerdos de los involucrados, el del filme argentino remite directamente a entrañables memorias de infancia del chico, notorio actor secundario en el drama.

    Todo Un Lugar en el Mundo viene filtrado a través de la conciliadora mirada de Ernesto: al borde de la adolescencia, él es mudo testigo de la tragedia de su padre, la frustración de la madre y la novedad anunciada por la llegada de Hans, sin que ninguna de esas experiencias llegue a ocupar un lugar central: ellas van siendo filtradas y combinadas con otras tanto o más "importantes" para su edad (el primer amor, un repentino interés por la geología, el paulatino reconocimiento de las desigualdades, la primera afeitada).

    Ernesto permanentemente está reaccionando a lo que ve: no para de mirar jamás, y el director lo acompaña en el viaje, comprometiéndose en un grado que no le concederá a los patéticos personajes de su patética Martín (Hache).

    Absolutamente disociados de su drama, los personajes de este filme - AristaraIn incluido, a través de su alter ego Luppi- comienzan opinando sobre todo y todos, y acaban sin comprender nada de nada.

    Ernesto, en cambio, parte admitiendo que "hay cosas de aquel invierno de sus 14 años" que ha llegado a entender con el tiempo, mientras otras nunca acabarán de tener sentido, y termina sospechando que "uno encuentra el hogar cuando llega a un lugar del que ya no quiere irse", que la odisea de su viejo acabó el día en que puso los pies en ese pueblito de San Luis. Que Ulises había llegado a Itaca. Que el viaje había valido la pena.


     


    (Fuente: Civilcinema. com)



    Más información en: www.civilcinema.cl


PELICULAS RELACIONADAS
Un lugar en el mundo


BUSQUEDA DE TEXTOS









RECIBA NUESTRO BOLETIN

APOYO DE
COLABORACION
Copyright © 2024 Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Todos los derechos reservados.
©Bootstrap, Copyright 2013 Twitter, Inc under the Apache 2.0 license.