Hace unos años, después de egresar de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en la especialidad de guión, Patricia Ramos decidió atreverse a dirigir su primer corto de ficción. Su título es Na Na (2004), y tuvo la suerte de merecer varios premios, sobre todo dentro de la Muestra Nacional de Nuevos Realizadores que organiza el ICAIC. En 2007, Patricia regresa a la dirección con El patio de mi casa. Sobre el mismo conversé con ella.
¿Cuál es el origen de la idea que dio lugar a El patio de mi casa?
El origen de El patio… fue una imagen. Una imagen que me despertó una noche y que para que me dejara tranquila me levanté, con sueño y a regañadientes, a escribirla. Soñaba, o al menos eso vino a mi mente, la imagen de una mujer muy flaca y desnuda sobre un diván, completamente relajada y dormida con un gato negrísimo en su regazo. Esta mujer soñaba en su diván rojo y de improviso se despertaba en un lavadero atestado de ropa con los pelos parados y la cara ya no de relajación sino de estupefacción. Como si dijera, qué hago yo aquí, madre mía, si estaba tan bien en mi diván… esa fue la imagen de inicio, la que hizo que me sentara mucho tiempo después a escribir este guión. En principio era una especie de cuentecito pero poco a poco se me fue convirtiendo en una necesidad de contarla no a través de la literatura sino a partir de imágenes audiovisuales. Lo único que lamento, aunque en realidad ya no tanto, es que no haya podido filmar el momento del diván con gato incluido y todo, pero resultó que el animalito era mío y le dio una crisis de nervios cuando llegó al set de filmación. Se encaramó en un escaparate altísimo y no quiso bajar ni con comida ni con mimos. Todavía, de vez en cuando le reclamo a Mozi, así se llama, que me haya echado a perder el plano…
¿Cómo concebiste la ambientación sonora y musical de tu corto? ¿Hasta dónde llegó el trabajo con los compositores?
El patio… está lleno de sonidos, aguas en todos sus repertorios, gotas, chapoleteos, sábanas que se baten al viento. Sonidos que ya estaban sugeridos desde el mismo guión. En el rodaje cuidamos que estos sonidos fueran tomados de la manera más limpia posible, para eso estuvo “Nikita”, nuestro sonidista, y en la posproducción, de la mano de Osmany Olivare, que es lo mismo de riguroso haciendo un largo que un corto, cosa que se agradece un montón, trabajamos nuestra peliculita como si fuera una peliculota. Hicimos doblajes, efectos sonoros, buscamos los mejores sonidos para que en la medida de nuestras posibilidades y de lo filmado quedara el mejor resultado. En cuanto a la música, tuve la suerte, y el privilegio, de poder contar con Juan Antonio Leyva y Magda Galván con quienes desde el inicio conversamos largo y tendido sobre lo que yo imaginaba cómo debería “sonar”, lo que ellos creían, hablamos también sobre la necesidad de lograr que sonoramente cada espacio fuera diferente. Por suerte, la diferencia entre sueño y realidad pedía a gritos una música que los identificara. Desde el inicio, quedaba claro de que no era lo mismo el sueño de la muchacha que el de su abuela, cada uno tendría un tono diferente, más lírico el de ella, más alegre el de los viejos, al mismo tiempo el patio tendría también su personalidad. Todo muy minimalista, muy chiquito aparentemente pero que lograra evocar sensaciones. Ellos, incluso, me sugirieron música donde yo no la había pensado y quedó, al menos a mi me parece, como si siempre hubiera estado ahí. Ellos hicieron magia, de veras…
¿Cuál fue el concepto fotográfico y de puesta en cámara?
Desde la escritura este fue un guión muy visual. Cada oración era una imagen, y esta a su vez casi siempre era un plano. Incluso, una vez que hicimos el guión técnico Nelson Rodríguez, quien iba a ser el editor en principio pero al final no pudo, Lily Suárez y yo, me di a la tarea de hacerles unos arreglos al guión literario para que se ajustara completamente al guión técnico y filmé con el primero. Era como una especie de Biblia, preferí trabajar con el guión literario, con breves acotaciones técnicas porque me resultaba más claro y más acorde con lo que estábamos haciendo. No quería traicionar en ningún momento las imágenes que había escrito. Luego, Lily, que es una excelente fotógrafa, junto a su equipo de iluminadores, Iosvany y Yunior, supieron ver y elegir la mejor luz, la más acorde a la atmósfera que queríamos lograr. Creo que sin ella, y su ojo, en extremo cinematográfico, este “patio” no hubiera sido el mismo.
En tu corto anterior, Na Na, ya habías trabajado con niños. ¿Cómo diriges a los niños, con qué método obtienes de ellos una interpretación natural?
Creo que más que tener una técnica o algo por el estilo, sí estoy segura de lo que no quiero. Así que me dejo llevar por la intuición y trato de que los niños de mis cortos luzcan naturales y reales. También, dedico bastante tiempo a pensar y repensar el casting. Así que creo que si los actores están bien es porque uno no se ha equivocado a la hora de elegirlos.
¿Crees que, por ser una realizadora, tus obras poseen una cualidad sensible que las hacen singulares dentro del audiovisual cubano actual?
Ah, no sé bien... Yo creo que la sensibilidad no es cuestión de género, pero hombre y mujeres tenemos cuerpos diferentes, y más allá de cómo nos han enseñado a sentir (hombres no deben llorar, y mujeres sí, hombres mandan y mujeres no tanto porque lloran, y etc.) nuestra recepción del mundo, en nuestros cuerpos, digo, no puede ser la misma, porque no somos idénticos. No somos seres iguales, somos complementarios. Así que si hay algo diferente, o singular, enhorabuena, y echémosle la culpa al cuerpo…
¿Qué características especiales tuvo el rodaje de este corto? ¿Qué aprendiste haciéndolo?
Lo especial de este rodaje fue haber contado con más recursos que en Na-Na, lo cual redunda en que pudimos tomar decisiones en beneficio del cortometraje, que solamente cuando existen apoyos es posible. Así que entonces, la primera suerte que tuvo este rodaje fue haber contado con el apoyo del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, gracias a su concurso (Primer Concurso Caminos de Cortometrajes), que ganara el guión de El patio de mi casa, sin este gran impulso inicial nada habría sido posible. Un apoyo que constituye, al menos hoy, la única tabla de salvación del cortometraje cubano. Luego las segundas y terceras suertes fue contar con el apoyo de Bay Vista, en especial de Antoine Sabarros y de la siempre colaboradora Escuela Internacional de Cine y TV. Y digo suertes, porque solamente cuando existen los recursos se puede soñar con trabajos de calidad. Y, desafortunadamente, no siempre cuando contamos solo con la improvisación y las buenas intenciones salen buenos resultados. Tuve además, la suerte de contar con un equipo de trabajo excelente, y con un productor, Humberto Jiménez, que hizo que pareciera que contábamos con más de lo que en realidad teníamos. Aprendí que el cuento tan tarareado de que el cine es caro es verdad y no es cuento, pero que desgraciadamente envicia, así que no me queda más remedio que sumarme yo misma a otra aventura en cuanto los recursos nuevamente lo permitan.